jueves, 22 de diciembre de 2016

Un saludo de Navidad



Agradecemos la oportunidad de compartir con ustedes este 2016. 
Deseamos que la luz Divina les ilumine, y les conceda  paz y armonía. 
Nuestro sincero saludo a través de un abrazo sororal. 

lunes, 24 de octubre de 2016

RESEÑA XIX JORNADAS MUJERES Y TEOLOGÍA 2016

Dras: Geraldina Céspedes y Lucia Ramón Carbonel

Con mucha ilusión, entusiasmo y preparación, los días 23 y 24 de septiembre se realizaron en Guatemala las XIX Jornadas Mujeres y Teología tituladas “Eco-justicia y paz en clave feminista”. Nos acompañó como conferencista, Lucía Ramón Carbonell, una mujer laica con gran trayectoria como filósofa y teóloga feminista; quien logró nutrirnos con la riqueza de sus intuiciones y experiencias compartidas.

En esta ocasión, se contó con la participación de varias mujeres de diferentes regiones del país y Centroamérica. Desde los rituales, la música, los videos, los cuchicheos, el coloquio y los espacios de reflexión feminista, las mujeres tomaron sus propias palabras tantas veces ignoradas en el sistema patriarcal.

Lucía Ramón compartió cinco valiosas ponencias que invitan a hacer reflexiones y relecturas que propicien relaciones de igualdad y un movimiento de resistencia en busca de dignificación humana.

El día viernes, utilizando la metodología Ver Juzgar y Actuar, la ponente expuso tres de sus reflexiones iniciando con “Una lectura de la crisis ecológica en perspectiva cristiana, verde y violeta”. Este tema planteó la necesidad de no desentendernos de la crisis ecológica, que tiene que ver con las mujeres porque somos parte damnificada pero también parte de la solución. Representó una invitación a ser capaces de ver la realidad y hacernos cargo de revertir el proceso de “descreación” al que ha llevado el sistema patriarcal, apostando por espiritualidades de emancipación frente a los espiritualismos nihilistas y de evasión. Formuló como nuevo paradigma el Ecofeminismo que intenta abordar y responder de forma creativa y radicalmente inclusiva, a los grandes problemas que afrontamos como el hambre, la pobreza, la desigualdad, la violencia y la devastación ecológica.  

La segunda reflexión “Legitimación teológica de un orden socioeconómico depredador y excluyente: el paradigma de la dominación” permitió cuestionar las imágenes androcéntricas y masculinas que representan a Dios omnipotente, todopoderoso, y que ha constituido el canon simbólico en la humanidad. Estas imágenes influyen en los comportamientos sociales manifestándose como poder impositivo sobre los demás. El Ecofeminismo propone replantear estas imágenes de Dios insertas en la Biblia y la Tradición desde la mirada de las mujeres para redescubrir al Dios de Jesús, un Dios con nosotros y nosotras que propicia el empoderamiento. Es necesario transformar nuestra imagen del Dios patriarcal a un Dios que es padre-madre, que se preocupa por sus criaturas para practicar la justicia y  eco-justicia a fin de que todas y todos tengan una vida digna.

En la tercera ponencia Lucía invitó a “Releer la vida cristiana desde el paradigma de la inhabitación y la interdependencia. Bendición cuidado y justicia.” Esta reflexión enfatiza la necesidad de la cooperación humana para que Dios actúe y se haga presente en cada hombre y en cada mujer, llamando a dar lo mejor de sí y resistiendo contra la injusticia.  Es la Divina Ruáh quien impulsa, alienta, capacita y respeta nuestra autonomía. “El Espíritu Santo-Sofía nos llama a derribar todos los muros de división que nos separan, a combatir la cultura de la muerte, a luchar por nuestra vida en esta tierra en solidaridad con todos los seres vivientes, promoviendo la justicia, la paz y la integridad de la Creación”.

El día sábado, se continuó la reflexión teológica con el tema “claves para una espiritualidad cristiana de la compasión creativa”, propuestas que surgen del paradigma de la creación a partir del amor y la bendición, pues Dios nos ha creado con amor y con libertad; está presente en la toda la creación y se goza con ella. “La espiritualidad nos recuerda que todos provenimos de la misma fuente de vida, Dios, y que todos los hilos de nuestras vidas están interrelacionados y que esa interconexión y esa interdependencia es una riqueza y una bendición”.

Por la tarde se expuso la última ponencia “Hacia una ética política y una ecosofía para una vida buena para todos empezando por las últimas”, que propone la vivencia de una espiritualidad que nos capacita para la indignación ante la injusticia del empobrecimiento de millones de personas y eliminar la indiferencia, desarrollando la creatividad para lograr mejores condiciones de vida. Es preciso recordar y tener presente que somos propiedad de la tierra y no al revés, somos huéspedes y anfitriones, donde los últimos son los recién llegados a quienes se les debe facilitar el acceso de todos los bienes cósmicos. La justicia contempla la vía a la información, al trabajo decente y al legítimo poder para empoderar.

Además de la temática tan enriquecedora, se invitó a vivir dos espacios de reflexión feminista donde las y los asistentes tuvieron la oportunidad de compartir los temas: la violencia y la violación: un arma de sometimiento y poder, facilitado por Victoria Novoa y una espiritualidad para vivir con encanto, a cargo de Geraldina Céspedes.


Finalizó este precioso encuentro entre agradecimientos, ritos, danzas, abrazos y oraciones que expresaron el gozo de la bendición compartida.

domingo, 7 de agosto de 2016

Nunca se mencionó mi nombre

NUESTRAS REFLEXIONES Julio 2016   
Espacio de promoción y reflexión teológica feminista       
      

                                           _____________________________________


En esta ocasión ofrecemos un recurso de la escritura creativa,
                                                para la reflexión dentro de la Teología Feminista,
                                                             desde la relectura bíblica y 
la hermenéutica de la sospecha.
                                                  Del texto del N.T. en Marcos. 7:24-30


Por Lilian Haydee Vega Ortiz





Para ti, en cualquier lugar que te encuentres
¡También tú y yo somos parte del proyecto de Dios! ¡Yo hablé con Jesús de Nazaret, créeme!  Aunque cuando lo he contado, algunas personas han preguntado esto: ¿Cómo es que dejaste que ese tal Jesús te tratara como perrillo? Otra dijo: ¡Que! ¿Jesús también hacía bromas? Y ¿cómo pudo hablar contigo… siendo una mujer… sirofenicia? ¡Hasta me recordaron que era pagana!  De verdad, me sentía vulnerada y  tenía gran necesidad, mi niña estaba enferma. Y la gente me decía que tenía un espíritu inmundo, cuando su cuerpo se movía sin control, muchas veces, y sus ojos como que se salían de sus órbitas, y, ciertamente no sabía qué hacer, yo no sabía a quién acudir. ¡Cuántos años de esconderla, protegiéndola del vecindario para que no nos apedrearan!

Pero, eso ya pasó, hoy quiero contarte sobre mi encuentro con Jesús: Yo solo había escuchado hablar de él, de sus milagros, pero como yo no podía ir a Galilea, a Decápolis  o por donde él caminaba con sus discípulos, ¿sabes? él vino hasta aquí, a esta tierra. Yo estaba en el campo cuando lo supe, e inmediatamente dejé mi tarea para buscarle. Aunque te parezca increíble vino a tierra de gentiles. ¡Él siendo judío!

Y me escabullí entre los que lo entraban a una casa y fui directamente hacia él y le clamé con toda mi alma, que sanara a mi niña. Le pedí con todas mis fuerzas, pues la angustia y el dolor se   desbordó en mi voz. Supe que mi irrupción no fue agradable, pero era mi oportunidad, él vino a mi pueblo.  ¡Ah! Imagina…Había entrado una mujer, de un pueblo gentil, una mujer impura y con todo,  sudorosa… Iba con el manto cayéndose entre mis pies, por la prisa de llegar hasta él. Sin percatarme de la puerta estaba dentro con el Maestro...y todo pasó tan rápido, cuando algunos de los discípulos se quejaron y pidieron que me atendiera, creo que todos estaban cansados. La verdad, a la primera súplica no tuve respuesta, pero me llené de valor e insistí. Luego él me sorprendió cuando dijo: Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos. Bueno, eso yo lo sabía,  aunque no esperaba que Jesús lo enfocara en ese momento.   Esto, pues, aunque suene áspero, Jesús probablemente lo citó así como un refrán popular, pero también creí que de forma irónica me estaba negando  lo que pedía; lo cierto, para los judíos, los perros eran considerados animales inmundos.

Realmente no han sido ajenas las confrontaciones entre gentiles y judíos, y Jesús me lo recordó…Yo casi no lo creía. ¡Sentí algo desde lo profundo de mi ser, para responderle con toda seguridad, allí en medio de todos! Porque grande era mi necesidad y grande la fe que la acompañaba. Entonces le  contesté: “Sí, Señor; pero aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos”.
Luego, sentí una paz que no puedo explicar, cuando escuche de nuevo su voz: Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija.

Y supe que mi niña era sana desde ese instante. Yo reconocía la prioridad de la misión de Jesús hacia Israel pero, a pesar de eso, reclamé una extensión de la misma para los gentiles. Yo sabía del plan que Dios había estado realizando desde el llamamiento de Abraham en Gn. 12:1-3, me acogí a su misericordia. También sabía que, a su tiempo extendería la Iglesia fuera de los límites.
 
Pero ahora sé que mi fe creció juntamente con la prueba. Y  me siento feliz de haber experimentado lo que me decían,  si calmó la tempestad ¿cómo no iba a escuchar mi clamor? Siendo de las desposeídas, “las que comemos por debajo de la mesa, muchas veces,  esa mitad de la humanidad”, ¡no podíamos quedarnos sin la opción sustentadora! Hoy emocionada escribo: Desde la sanidad de mi hija Dios inició el proceso y extendió  su misericordia para responder a mi propuesta, en la inclusión de todas y todos, de quienes se decía, no teníamos derecho.

 Más, sé que él se congració conmigo cuando le hice mención de incluirme en su plan, al presentarle esa nueva opción, creo que cobró vida y luz  el significado de la parábola; sin estudiar teología, la realicé, él me dio esa oportunidad. Sí, Jesús. Y me siento privilegiada por estar en las páginas de la Biblia, en un evento donde Dios quiso plasmar este encuentro, en el que una mujer lo persuade. El me ungió de su gracia, de su sabiduría y humildad; me condujo a su propósito. Alcancé la misericordia de Dios, pues a través de mi necesidad y de la tenacidad, me dio la respuesta favorable, él pudo ser flexible; y que desde los discípulos, que me tuvieron tan cerca y todos cuanto han conocido esto, conozcan del mensaje de Salvación, que es inclusivo y nunca exclusivo, es de vida, no de muerte, de misericordia.

Ese encuentro me mostró que Dios está en lo cercano y desde las personas desvalidas muestra su grandeza.

Nunca se mencionó mi nombre. Creo que hay un propósito y es el de adoptar el tuyo.  
(Esta es la carta que mi madre dejó como testimonio del diálogo con Jesús: Mi salud se extendió al proyecto de vida digna para toda la humanidad).
  
Lilian Haydée Vega Ortiz

viernes, 10 de junio de 2016

Mujeres y Madre Tierra urgen nuevas relaciones




NUESTRAS REFLEXIONES, JUNIO 2016



Espacio de promoción  y reflexión  teológica  feminista



Hace poco, oía de una teóloga que para producir  reflexión teológica, había que mirar primero la realidad que nos rodea y desde ahí, dejar que nos fluyera lo que llevamos dentro. Desde entonces, creo que miro con otros ojos, tal vez más escrutadores, lo que pasa a mi alrededor, tanto próximo como lejano, ya que en la era de la globalización, lo que ocurre en un lugar del planeta en minutos, recorre el ancho mundo.

Y mirando la realidad me pregunto: ¿Qué tienen en común las mujeres y la madre tierra? Y ciertamente, tienen muchas cosas en común.  Por citar algunas cosas, generan vida, cuidan, procuran el alimento y nutren, metabolizan y absorben elementos dañinos para el bien común, tienen fortaleza, creatividad, resistencia y se levantan de las adversidades, etc.
Pero también tienen en común, la subordinación y el sometimiento que padecen, la persecución, la violación de sus cuerpos, la agresión constante y permanente, la enajenación de sus riquezas, el control de sus vidas y la muerte, incitado por la cultura patriarcal.
Todos los días, en medios y redes sociales, a lo largo del mundo, se escuchan noticias que horrorizan y escandalizan en Guatemala, América Latina, África y en el resto del mundo, hay violación de mujeres y asesinatos, violación de niñas y adolescentes, algunos de ellos aprobados y consentidos por las leyes de los países, como por ejemplo en México, que en tres Estados han aprobado una ley, por la que el violador de una menor se libra de la cárcel si se casa con la víctima[1]. O en algunos países musulmanes donde se permite el matrimonio con niñas de 8 años de edad. 
Marcela Lagarde decía que Hemos sido educados para despreciar a las mujeres”[2]. Añadiría también, que hemos sido educados para despreciar y dominar el Planeta Tierra, el medio ambiente que nos sustenta y por el cual, vivimos. ¿Estaremos cayendo en un exterminio lento pero progresivo? ¿Qué necesitaremos para caer en la cuenta y tomar conciencia de que el cambio climático no es una broma?
El patriarcado niega los derechos de las mujeres y de la tierra a través de la obediencia, el sometimiento y la violencia. Violencia contra las mujeres y contra la madre tierra, a través de la explotación desmedida de sus recursos naturales, deforestación masiva de zonas boscosas, contaminación de mares y ríos, sobreexplotación de la tierra, alteración genética de sus semillas, etc.
El patriarcado genera dominación, discriminación, sumisión, subordinación y control, a través de la fuerza y la violencia. Por eso necesitamos con urgencia otra manera de relacionarnos entre los seres humanos y con la naturaleza. Un estilo de relación basado en el respeto a la dignidad de la persona, el reconocimiento del otro y la otra como sujeto de derechos, necesitamos una relación sustentada en la libertad, la igualdad, la justicia, la responsabilidad, la solidaridad y la búsqueda del bien común. Y este estilo de relación también con el planeta tierra respetando sus derechos y  agradeciendo su sabiduría en generar vida y vida abundante para todos y todas.
¿Quién quiere dar el primer paso en este nuevo cambio de relaciones? Es tarea de todas y de cada una, no podemos esperar a que lo hagan otras, el futuro de la humanidad está en nuestras manos y en la acción cotidiana de nuestras vidas. 
                                                                                               Maite Menor Esteve
                                                                                               Junio 2016

jueves, 12 de mayo de 2016

MI EXPERIENCIA DEL ENCUENTRO CON LA VIDA




NUESTRAS REFLEXIONES, MAYO 2016



Espacio de promoción  y reflexión  teológica  feminista




Interpretación libre de los  textos de Lc. 24, 1 – 12 y Jn. 20, 1 - 18
          Un año más, al llegar el tiempo pascual, donde leemos el texto de la resurrección de Jesús, mi experiencia del encuentro con ÉL, es contada por otros. Hoy quiero ser yo, quien levante la voz y con mi corazón y mis ojos de mujer, compartir mi propia vivencia del encuentro.
          El día anterior a esa mañana fue el más duro de mi vida, por la pérdida, no solo del Maestro, sino del amigo entrañable. Su muerte, me rompió por dentro. Muerto en cruz, como un blasfemo, como un delincuente, llevando en su corazón todo el dolor del mundo. Solo y abandonado por sus discípulos y  amigos. María, su madre, desgarrada por dentro, metiendo en su propio dolor, el sufrimiento de su hijo y el de todos los hijos del mundo. Y en su grito, el grito de toda la tierra, el llanto por la injustica total, el dolor por la muerte injusta.
          Y allí estaba yo. Fui testigo de ello. No podía ser de otra manera. Cómo abandonar a quien se ama tan profundamente y de quien recibí tanta vida, tanta alegría, tanta fuerza, durante los años que acompañé su misma andadura, recorriendo los mismos caminos, gozando y sufriendo las mismas penas y alegrías.
          Todavía era oscuro, pero el corazón necesitaba adelantar la hora. Muerta la vida, necesitaba recorrer con mis manos y mis ojos al que era la Vida. Llegué al sepulcro. Algo no estaba bien. La piedra de la entrada estaba corrida.  Era lo que íbamos pensando Juana y María, la madre de Santiago. ¿Habría llegado alguien antes que yo?
Entramos, no estaba el cuerpo de Jesús.
Sentí miedo, inquietud, no sabía qué pensar.
Pero tuve una intuición.
Recordé que Jesús nos había dicho en varias oportunidades, estando en Galilea, que algo de esto iba a pasar,  que no tuviéramos miedo, que nadie puede matar la VIDA.
Mis compañeras salieron corriendo en busca de los discípulos  de Jesús  para contarles lo que nos había pasado.
Pero, hombres al fin, no nos creyeron.
Son cosas de mujeres, solo tienen corazón y no piensan. Puros cuentos, dijeron. Y no nos creyeron. Pero yo sé que hay certezas, que no necesitan razones para ser comprendidas, no tienen que ser explicadas.
          Yo me quedé afuera del sepulcro, tratando de entender lo sucedido. Volvió el llanto. No encontré al amigo, al amado. Mi dolor fue más allá de la ausencia física del cuerpo de Jesús.
          Traté de buscar explicaciones a lo sucedido. Alguien me preguntó por mi llanto. Quise agarrarme a él y pensé, este buen hombre, jardinero, ha debido colocarlo en otro lugar. Si sabes dónde está el cuerpo de Jesús, dímelo y yo iré a buscarlo… por lo menos tocar su cuerpo, pensé.
          María, escuché. Tantas veces le había escuchado pronunciar mi nombre. Sólo él me llamaba de ese modo. Lo hubiera reconocido en cualquier lugar del mundo. María… sentí que volvía a la vida, esa vida de la que  él tantas veces me había hablado. No una vida física, sino plena, donde cada ser humano se reconoce en su más profunda identidad.
          Y ahí lo vi a EL, lo reconocí a EL, vivo, resucitado, por eso no pronuncié su nombre humano, sino su verdadera identidad, Maestro, le dije.  Era él y no era ÉL, no sé si me explico, y  la alegría era tan grande que le abracé, queriendo en ese abrazo, fundirme con su  identidad más profunda, su ser mismo.
          Me pidió, como otras veces, pero lo sentí de manera distinta, que comunicara a los demás lo que “había visto y oído. Salí corriendo. Tenía que decirlo, gritarlo a los cuatro vientos: Está vivo y yo lo he reconocido.
          La mujer que regresó a casa ya no era la misma. Conté a los compañeros, no solo lo que había experimentado, “visto” con Jesús, sino lo que Él mismo me había pedido les dijera. Ya nada iba a ser igual, porque regresaba al seno de su Padre y nuestro padre, pero que iba a estar en nosotros y con nosotras para siempre. Por supuesto no me creyeron.
           Yo sé que Pedro y Juan fueron después al sepulcro. Seguramente a “confirmar y asegurarse” de lo que nosotras las mujeres les habíamos contado. Seguramente buscando  razones para lo que vieron o “no vieron”.
          Luego, decidieron contarlo al resto de los compañeros, confirmando que Jesús ya no estaba, que había resucitado, como Él mismo lo había dicho y que ellos habían sido los primeros testigos.  Era su palabra contra la mía, contra la nuestra, las mujeres. Pero la historia no es siempre como la cuentan algunos.
          Yo estuve allí. Yo recibí las primicias de su VIDA plena. Yo escuché mi nombre. Yo volví a experimentar el amor profundo de Jesús, el Maestro, el Amado. Yo recibí el encargo del primer anuncio de su resurrección. Pero soy mujer…
          El que tenga oídos para oír y corazón para “ver”, que oiga y “vea”.

ALELUYA, JESÚS HA RESUCITADO Y NOS INVITA A VIVIR LA VIDA PLENA, Y YO SOY TESTIGO DE ESTO.

Chus Laveda
Integrante Núcleo Mujeres y Teología
Mayo 2016

domingo, 10 de abril de 2016

Algunas pistas para iniciar la alianza entre mujeres. (Cinthia Méndez Motta)

Espacio de promoción  y reflexión  teológica  feminista
NUESTRAS REFLEXIONES, marzo 2016

El taller  “Alianza entre mujeres” realizado con las compañeras del Núcleo Mujeres y Teología, me invitó a reflexionar sobre otro planteamiento, que puede ayudar a avanzar en la ruta que motivaba Victoria Novoa “hacer alianza con otras mujeres a pesar de nuestras diferencias”. En torno al tema, quisiera hablar de una intuición que me dejó despierta una psicóloga jungiana, la Dra. Rachel Fitzgerald, respecto a la certeza de que para hacer alianza entre mujeres el primer paso sería hacer alianza con nosotras mismas y con nuestros padres biológicos, especialmente con nuestras madres.
¿Qué significaría la alianza con nosotras mismas?, sería escuchar la voz interior que invita a sanarnos y liberarnos de las heridas que el patriarcado ha generado,  reconciliarnos con nuestros cuerpos, superar la creencia de creernos segundas, reconocer el cansancio, el desencanto y el mal que han generado las imágenes estereotipadas femeninas en todas, superar los roles  asignados y vivir desde las experiencias más originales, dejar de creernos y actuar como salvadoras y mártires de las familias e  instituciones, dejar de seguir guardando el silencio cuando se violan los más profundos derechos, de seguir esperando ser reconocidas por nuestros talentos y capacidades, lo que ha repercutido en el poco o casi nada para el cuidado de los cuerpos. Cuando aprendamos a hacer pequeñas alianzas con nosotras mismas, podremos decir que ya tenemos una pequeña porción para cuidar y hacer alianza con otras mujeres.

     ¿A qué nos referimos al decir la alianza con nuestras madres biológicas y nuestros padres? Esta pregunta posiblemente tenga muchas respuestas, aquí, se abordan solo algunas desde la propuesta del estudio que hace Jean Shinoda Bolen, en su libro titulado: “Las diosas de cada mujer[1]. Por ahora, el artículo centrará la atención en las relaciones  con las madres biológicas.
     Hay mujeres que de por sí tienen alianza entre ellas durante varias generaciones, son las hijas y madres que les une el deseo vital de “ser madres” más que otra cosa en la vida. Tienen similitudes y relaciones estrechas, como se ha dicho, por varias generaciones, más si las unen los mismos contextos, por ejemplo, el que las tres generaciones o más sufrieran cuando sus maridos hicieron o permitieron que hicieran daño a sus hijas e hijos, esto en el caso de padres inmaduros, o bien, cuando padres paternales y maridos cariñosos desarrollaron la autoestima, el valor y las cualidades de sus hijas. Estas mujeres buscarán amigas afines a sus intereses y se llevaran muy bien con ellas, más no con las mujeres que no identifican su principal función en ser madres.

También, existen las mujeres que recibieron críticas o rechazo de sus padres y madres, cuando éstas no fueron las hijas complacientes con ellos y mostraron desde pequeñas una “cierta independencia”, por ejemplo, cuando a los tres años, “la pequeña niña independiente” no quiso quedarse en casa con mamá y prefirió jugar con niños mayores que ella en la esquina de la calle y no le gustó ponerse un vestido con volantes para agradar a los demás. El rechazo y la crítica pudieron causar heridas dentro y fuera de las hijas, las cuales decidieron no parecerse a sus madres y se prometieron a sí mismas ser independientes, sin embargo aunque decidan ser ellas mismas, tiene sentimientos de compañerismo con otras mujeres y con sus madres, y defenderán los derechos de las mujeres en todas las circunstancias.
Son diferentes las mujeres que de hecho, parecen ser inconscientes de tener una madre, debido a que por alguna circunstancia estuvo ausente o el padre la invisibilizó en la infancia, pero sí tuvieron la dicha de contar con un padre de éxito que las aprobó para que “se les pareciera a él”, sin duda desarrollan sus tendencias y dones naturales. Estas mujeres, por la ausencia de la madre, tenderán a carecer de amigas cercanas ya que no le gustará tener otra amistad que la de los varones. Ellas necesitarán descubrir la fuerza y existencia de las madres de manera que empiecen a pensar de manera diferente sobre sus propias madres y sobre las demás mujeres.
Así mismo, hay mujeres que en la etapa adulta, cuando desarrollan un encanto femenino natural, sienten que sus madres se comparan y compiten con ellas y que de diversas maneras minan su feminidad  y además empiezan a ejercer el control sobre ellas, vigilando sus “citas”, a lo que se agregará, el control del padre, todas estas relaciones, de ambos padres, les pueden causar confusión, depresión u obsesión. Necesitarán trabajarse los sentimientos de aceptación, valoración de sus cuerpos, los sentimientos de culpabilidad sexual, estableciendo un equilibrio en su vida, para que en sus relaciones con las mujeres, puedan estar libres de provocar actitudes parecidas a las de sus madres. Esto, les dará la capacidad de ser buenas amigas de otras.

El deseo de hacer “Alianza entre mujeres”, es debido a que, esto es una característica esencial de las mujeres, y aunque suene contradictorio, tenemos más características en común que diferentes, como dicen las mujeres feministas, una historia de enemistad, competencia,  rivalidad, que también ha sido aprehendida por muchas generaciones en la cultura patriarcal y este tipo de relaciones nos han hecho mucho daño y nos ha restado nuestro ser original. Queda preguntarnos, ¿nos atrevemos a romper el muro personal de enemistad que nos divide a las mujeres?, ¿queremos reconciliarnos o reconocer a nuestras madres?, de manera que podamos iniciar pequeñas experiencias de alianzas entre mujeres.
     Alianzas entre mujeres no significa estar de acuerdo en todo con ellas, pero sí reconocer lo bueno que tienen y valorar el trabajo bien hecho, apoyándolo en lugar de rivalizar.



  




[1] Shinoda Bolen Jean, “Las Diosas de cada mujer. Una nueva psicología femenina” (1993), Editorial Kairos, Barcelona. Capítulos 4,5,9 y 12

miércoles, 16 de marzo de 2016

Sororidad y Pactos entre Mujeres: Nuestra tarea pendiente


NUESTRAS REFLEXIONES, FEBRERO 2016











Espacio de promoción  y reflexión  teológica  feminista

  
Sororidad y Pactos entre Mujeres: Nuestra tarea pendiente[1]
      Al abordar el tema de sororidad y pactos entre mujeres es necesario plantearnos esta pregunta: las mujeres (y las mujeres feministas)… ¿somos misóginas y violentas con otras mujeres? Quizás nuestras primeras reacciones nieguen estas posibilidades, pero si nos analizamos con más detenimiento, y sinceridad, nos daríamos cuenta que con frecuencia emergen en nosotras actitudes misóginas ya sea de manera consciente o inconsciente.
     La misoginia es literalmente “odio hacia las mujeres”. En nuestro contexto social implica desprestigiar e infravalorar todo lo que hacen, dicen o piensan las mujeres como sujeto social y político. Consiste en silenciar los aportes, los estilos y las transgresiones de las mujeres.
     Es de suma importancia reconocer en nosotras la misoginia, porque es el primer paso para empezar a deconstruirla y posteriormente estar en condiciones de promover pactos y alianzas entre mujeres diversas que se reconocen, autorizan y respetan entre sí. Si analizamos los mandatos patriarcales, descubrimos que las mujeres somos entrenadas para sentir celos, envidias, rivalidades y desconfianzas hacia otras mujeres al igual que menospreciamos o desvaloramos los aportes que las mujeres han hecho- y hacen- en todas las esferas de la vida.
     Promover la misoginia entre las mujeres es un arma poderosa que sirve principalmente para dividirnos. Inicia desde que somos niñas al despojarnos de nuestra genealogías femeninas familiares; prosigue en los centros de estudio en donde apenas encontramos mujeres referentes (¡es como si las mujeres no hubieran existido en la Historia o en la Ciencia!) y continua a lo largo de nuestras vidas al recibir mensajes e imágenes que desprestigian o minusvalorizan todo lo que en nuestras sociedades se cataloga como femenino.
    Todas las mujeres alguna vez hemos estado en una gran paradoja: por un lado vivimos el mandado patriarcal y somos misóginas; pero al mismo tiempo buscamos el refugio, apoyo y la complicidad de otras mujeres. En nuestra vida cotidiana, el cuidado de la familia es una tarea compartida casi exclusivamente entre mujeres; a la hora de buscar aliadas para realizar un proyecto o reclamar derechos, casi siempre nos unimos a otras mujeres. La realidad es que las mujeres en nuestra cotidianeidad colaboramos y pactamos mucho más entre nosotras que lo que estamos acostumbradas a reconocer.

    Las mujeres feministas no escapamos de la misoginia, pero nos cuesta muchas veces admitirlo. Puede que sea precisamente uno de los principales retos a los que debemos hacer frente. Sobre todo nos cuesta reconocer la autoridad de otras mujeres, especialmente si estas mujeres tienen un estilo de liderazgo más autoritario o fuerte (algunas dirán, más masculino). Al igual que existen diversidad de mujeres, existen diversidad de liderazgos, algunos de ellos son patriarcales, otros son considerados más “femeninos” y otros más “masculinos”. Yo propongo que tengamos liderazgos feministas; es decir, que reconozcan y autoricen la voz, las ideas y las propuestas de otras mujeres aunque yo no esté de acuerdo con ellas.
     El patriarcado ha mitificado las relaciones entre mujeres de tal forma, que al menor síntoma de desacuerdo es señal de que las mujeres somos incapaces de liderar. Se nos ha despojado de nuestra capacidad de discutir;  estar en desacuerdo es un símbolo de debilidad entre las mujeres. Sin embargo, la realidad es bien distinta. El reconocer a las otras, a las diferentes a mí, permite que las mujeres promovamos prácticas democráticas y horizontales que son necesarias para alcanzar un mundo más justo y equitativo. Todas las mujeres tenemos en común que somos sujetos de opresión. Pero esa opresión nos afecta de forma diferente. Conocer y comprender esas diferencias nos facilita tener más aliadas y compañeras en la búsqueda de una vida con felicidad, justicia y sin violencia.
     Las mujeres podemos estar en descuerdo con otras mujeres, tenemos ese derecho. En ese sentido, debemos deconstruir y romper con el ideal de que las mujeres debemos ser siempre amigas entre nosotras. Lo que debemos erradicar de nuestras relaciones y prácticas hacia otras mujeres es el uso de la violencia a través del descrédito, los chismes y los falsos. Debemos promover la puesta en práctica de espacios para el diálogo entre iguales; apoyar a las mujeres que están expuestas en el ámbito público o político aunque no estemos de acuerdo con su estilo de liderazgo. La clave está, considero, en apoyar a aquellas que demuestran que están trabajando para otras mujeres.
     Dentro de nuestras propias familias, las relaciones entre mujeres tampoco se dan en muchos casos en términos de sororidad. Marcela Lagarde y de Los Ríos habla que las mujeres vivimos en diferentes “cautiverios”. Uno de ellos es el de “madre-hija”. A las mujeres como “madres-esposas” se nos exige que estemos siempre al servicio para otros (esposo, padre, madre, hijas, hijos, mascotas…) pero se nos castiga cuando decidimos “ser egoístas” (pensar en una misma). El egoísmo en las mujeres está considerado uno de los peores pecados y defectos, y las mujeres de nuestras propias familias son las responsables de vigilar para que no seamos egoístas. Así, cuando nuestras madres en lugar de comprarnos otro par de zapatos más (de los treinta pares que tenemos) decide gastarse el dinero en algo para ella, le reprochamos su egoísmo. O cuando la hija decide separarse de su esposo violento, la madre le recuerda que no puede ser egoísta y debe pensar en el bienestar de sus hijos e hijas. 
     Las mujeres vivimos en un estado permanente de culpa; culpa por no cumplir con los mandatos patriarcales que recibimos tanto en la forma que se espera que seamos y actuemos hacia otras mujeres y hombres en general.  En ese sentido, un trabajo que debemos emprender a nivel individual, pero también como colectivo, como sujetos de derechos, es aprender a eliminar la culpa de nuestras vidas, y los pactos entre mujeres es una buena estrategia para emprender tan ardua tarea.
     Potenciar la sororidad como una herramienta de empoderamiento de las mujeres es a día de hoy una tarea pendiente, pero no imposible. Debemos crear los espacios y quizá inventar nuevos códigos para relacionarnos en donde seamos capaces de respetar las diferencias de las otras mujeres. Reconocer y autorizar a las otras no implica necesariamente darle la razón, puede que no estemos de acuerdo con lo que dice o propone. Implica reconocer que las mujeres tenemos voces y opiniones diversas y que aunque vivimos en opresión, vivimos esa opresión de forma distinta y como tal, proponemos alternativas diferentes según nuestras condiciones, posiciones, vivencias y experiencias.

     El gran reto que tenemos las feministas es erradicar de nuestras relaciones entre mujeres el terrorismo de los chismes, el desprestigio hacia las mujeres y aceptar que tenemos que profundizar en el aprendizaje de gestión de los conflictos y no huir de ellos. Para ello debemos potenciar la negociación entre iguales, reconocer y autorizar los liderazgos de las mujeres (sean feministas o no) y sobre todo pactar, que no es otra cosa más que ceder para alcanzar acuerdos.
     Sororidad significa “hermandad entre mujeres”, es decir, consiste en cultivar una relación entre iguales, en horizontalidad y para que funcione requiere que se pongan en práctica alianzas y negociaciones. Cuando me declaro sórica, identifico a otras mujeres como iguales, con autoridad y reconozco su liderazgo. También cuando me declaro sórica, reconozco que los espacios donde participamos las mujeres no son el paraíso, hay problemas y conflictos. Pero soy consciente de ello y potencio los acuerdos.
     Por último, algo que nunca debemos olvidar las mujeres feministas es disfrutar los momentos, celebrar los triunfos y compartir nuestras alegrías con otras mujeres. Muchas veces por todas las exigencias que vivimos olvidamos algo muy importante: ser felices y sonreír. La risa y la felicidad son dos de las armas más poderosas que tenemos las mujeres, nunca renunciemos a ellas; ambas son deliciosas, y más si las disfrutamos y compartimos con otras mujeres. 


[1] El contenido que aquí se expone, es una reseña del tema “Sororidad” compartido por la Lic. Victoria Novoa, coordinadora del área de género de la Oficina de Solidaridad de los Carmelitas Teresianos, a las integrantes de la Asociación Núcleo Mujeres y Teología, el pasado 20 de febrero de 2016.