sábado, 17 de agosto de 2013


         
 

  NUESTRAS REFLEXIONES



07-13


De niña débil a mujer crítica

Felicita Pineda García[1]

En una reunión familiar de una aldea de Santa Rosa, en la cual, como muchos lugares de nuestro país, predomina el patriarcado, estaba doña Juana reunida  y platicando con sus  siete hijos (cuatro mujeres y tres hombres) sentados en una rueda.  Les recomendaba: “Mis hijas, hay que cuidar a los varones porque no saben la suerte que van a correr, qué tipo de esposas les van a tocar. Ustedes, patojos, deben ir a la escuela para aprender; las patojas no pueden ir porque hay muchos peligros en el camino; además, me deben ayudar en las tareas de la casa. Cuando ellos regresen de la escuela les tienen su comida caliente.”
 Lourdes, a sus cortos 7 años, de visita en el lugar, apreciaba la escena, escuchaba y no entendía por qué tanto en la casa de doña Juana como en su casa, eran las mujeres las encargadas de estos oficios, aparte de servir la comida, tener preparada la ropa para los varones, la casa limpia y ordenada y muchas otras tareas. 
A su tierna edad, Lourdes había perdido a su madre en un accidente, por lo que las responsabilidades también para ella fueron mayores: debía preparar la comida, tener limpia,  la casa y la ropa de los tres hermanos. Cuando tuvo 12 años e iniciaba en la escuela, usualmente no le quedaba tiempo para hacer las tareas que le asignaban. Que estudiara no era prioridad para sus hermanos.  Tiempo después sus hermanos se trasladaron  a la ciudad y  trabajaban para ayudar en la casa.
Cuando  se dieron cuenta de que la niña no tenía éxito en sus estudios, tomaron la decisión de apoyarla, por lo que mejoró considerablemente en sus clases, pues a partir de ese momento se dedicó a la escuela a tiempo completo; de una niña callada pasó ser una buena alumna, que entre más avanzaba en los estudios más destacaba, a tal grado que la niña tímida, apartada y callada, se convirtió en una adolescente extrovertida, comunicativa y emprendedora, luchadora y sin complejos.
Gradualmente, Lourdes fue despertando hasta desarrollarse como mujer libre, soñadora, pensando en una sociedad en la cual cada mujer pueda ser valorada. Todo este cambio se produjo a través de lecturas críticas y en la experiencia de acompañamiento a algunas mujeres. La historia de Lourdes hace visible que como indica Lucía Ramón: “La asignación del espacio social a los hombres y el espacio doméstico a las mujeres es una constante en la historia de Occidente”.  Está ligada a la consideración secular de la mujer como varón defectuoso. La diferencia femenina se convirtió ya desde los griegos en justificación ontológica para la subordinación de la mujer al varón, paradigma de lo humano, y para la exclusión de la mujer de la condición ciudadana y su reclusión en la esfera doméstica su ámbito natural[2].
Actualmente, Lourdes comparte las actividades a favor de la equidad de género, con una actitud crítica, en una labor de promoción para que otras mujeres luchen por defender sus derechos y trabajen por mejorar su autoestima. Todo este proceso ha llevado a la protagonista de la historia a entender que la felicidad no depende de nada ni de nadie, más que de sí  misma  y la divina sabiduría de DIOS Padre y Madre,  y que de la niña débil que observaba los patrones de dominación de los varones sobre las mujeres,  se convirtió en la mujer adulta con alas muy grandes para volar  siendo ella misma, con la determinación  de no permitir que nadie la denigre.

                                                          



[1] Mujer, esposa y madre de un hijo, licenciada en pedagogía y ciencias de la educación, secretaria y miembro del Núcleo Mujeres y Teología en Guatemala, catedrática del Instituto Nacional de Educación Básica Atlántida.

[2] Ramón Lucía, Queremos el pan y las rosas, ediciones Hoac, 2011, Madrid, España, página 146.