jueves, 12 de diciembre de 2013

Pacto Entre Nosotras

Braulia Antonieta Amado*
Estamos a unos días de terminar este año 2013, y quisiera en este espacio dejar algunas reflexiones que, como integrante del Núcleo Mujeres y Teología he ido recogiendo, comprendiendo y asumiendo como parte de mi práctica cotidiana y, sobre todo, en el aporte a las mujeres, y porque donde estemos demos nueva aportes para Brardebilitar el patriarcado.
Quiero iniciar esta reflexión haciendo notar que a las mujeres, que ocupamos distintos espacios o bien promovemos acciones en favor de otras y de nosotras mismas, el Núcleo nos va posicionando respecto a lo importante que es construir un escenario de oportunidades y posibilidades entre nosotras.
Frente a esto, hoy quiero dejar algunos elementos que a lo largo de mi experiencia he descubierto y que me parece importante apuntar para que entre las personas del sexo femenino que construimos un mundo diferente podamos reflexionar sobre la posibilidad de adquirir nuevas formas de relacionarnos, comunicarnos, manejar el poder y hacernos visibles.
Es importante mencionar que el patriarcado es una raíz (si la comparamos con un árbol) que debemos arrancar y debilitar en acciones que nos lleven a desarrollar pactos convivencia pacífica entre nosotras.
Lo expreso así, porque considero que en estos tiempos sigue siendo necesario reconstruir los roles, ideas y formas de concebir a la mujer que el sistema imperante nos ha enseñado, y que sobre todo para quienes actuamos a lo interno de los grupos es importante hacerlo una práctica constante.
Digo esto porque, como he manifestado en las primeras líneas, debemos hacer el doble esfuerzo de seguir desaprendiendo lo que nos han enseñado sobre nuestro rol de las mujeres. Me refiero a que, aunque estemos en la sintonía de saber que no debemos descalificarnos, caemos en la provocación y criticamos a las mismas compañeras que hacen aportes y proponen algo diferente, sin darnos cuenta de que este sistema provoca eso para dividirnos y controlarnos a su sabor y antojo.
Invito en esta reflexión a hacer visible lo que queremos las mujeres, es decir, construir para todas una sociedad con menos patriarcado, capitalismo y racismo.
En las jornadas que como Núcleo tuvimos en septiembre, la doctora Mercedes Navarro nos dejó la tarea de hacer posibles los pactos entre nosotras en los espacios que habitamos. Me parece importante acordarlos y practicarlos en donde nos encontremos para que en su momento sean un aporte a esta sociedad, por lo que hoy quisiera proponer algunos acuerdos que considero nos pueden ayudar despatriarcalizar esta sociedad.
*      No caer en la descalificación de una mujer por muy contraria que parezca su posición
*      No permitir la crítica destructiva
*      Debilitar el machismo interviniendo en conversaciones en las que predomina el hombre, no quedarnos calladas.
*      Apoyar las iniciativas de las mujeres, aunque parezca que contradigan las nuestras.
*      Denunciar las injusticias contra nosotras. 
*      No permitir que seamos motivo de chistes, burlas o juegos machistas.
*      Demostrar que podemos trabajar en equipo para alcanzar una meta u objetivo propuesto.
*      Confiar en que estamos luchando juntas por el cambio.
*      Ser solidarias entre nosotras, aunque mucho nos cueste.
*      Promover el liderazgo femenino. 
(*) Braulia Antonieta Amado González
Profesora en Ciencias Religiosas.
Licenciada en Psicología Educativa.
Miembro del Núcleo Mujeres y Teología


Más allá del Matriarcado

Beatriz Eugenia Becerra Vega* 
Me atrae acercarme, acercarnos brevemente al tema del Matriarcado, para explorar tal vez algo desconocido, atrayente, estimulador, ya que llevamos siglos de vivir inmersas en sociedades e iglesias patriarcales y haciendo referencia en Teología a la Patrística, en Biblia a los Patriarcas y hasta en el arte nos fascinamos con obras que son Patrimonio común de la humanidad.
Cuando hablamos de patriarcado, patriarcal, lo escuchamos como una denuncia del predominio del padre, señor o “kyriarcalismo” que dice Elizabeth Shüssler Fiorenza1. Cuando nos referimos a la Biblia, hablamos de los Patriarcas como padres en la fe, pero luego, el feminismo ha venido desempolvando el protagonismo de las matriarcas en los orígenes de la humanidad, así como en los orígenes de las religiones y representaciones de las divinidades primitivas.
Ahora, si vamos a algunas definiciones de la palabra “matriarcado”, nos encontramos con algunas incomodidades, ya que la raíz viene del latín “máter, madre” y del griego “archein-gobernar”, por lo tanto, haría referencia a una sociedad gobernada por mujeres o que por lo menos mostraría el predominio de la autoridad de las mujeres.2
Aunque hay también quiénes la colocan a otro nivel, como la mujer que por su edad y sabiduría posee autoridad y es la más respetada en una gran familia o comunidad; ciertamente esto nos induciría a matizar distintas modalidades de la autoridad, pero no es el propósito de nuestro tema. Sin embargo, sí resulta significativo el que no haya datos para concluir que las sociedades en las cuales los hombres no dominaban a las mujeres, eran sociedades en que las mujeres dominaban a los hombres.
Esto me lleva a pensar que la importancia de nombrar, de recuperar a las matriarcas que nos antecedieron, no es con el fin de reproducir la contraimágen del patriarcado, sino más bien, para visibilizar, honrar y hacer justicia histórica y desde ahí, dar el salto a nuestro presente, inspirándonos para construirnos, nombrarnos, levantarnos, celebrarnos.
A propósito de este planteamiento, me gusta traer a la memoria lo que tan bellamente aprendimos, nos inspiró y practicamos desde la década de los 70 del siglo pasado, con el gran maestro y pedagogo Paulo Freire en la “Pedagogía del Oprimido”: y es la fuerza transformadora que posee el conocer, nombrar, desenmascarar, rechazar las actitudes y comportamientos del patriarcalismo, no del varón como tal, para no reproducirlas, para no darle la vuelta a la tortilla. Inclusive, para estar, como mujeres permanentemente atentas para desenmascarar y expulsar los fuertes y sutiles introyectos que están tan firmemente asentados en cada una de nosotras, así como en nuestros colectivos e instituciones.
Sería también un gran aliciente para descolonizar la imagen de Dios todopoderoso, omnisciente, el Dios de fuera, lejano, inaccesible, juez implacable, obsesivo sexual, que sólo exige sacrificios, que culpabiliza implacablemente a la mujer y en cambio abrirse al Dios que se encarna en lo pequeño, que escucha y que le duele el sufrimiento de las personas débiles, el Dios humano que es víctima de la brutal tentación de poder, el Dios del amor gratuito e incondicional, el de la alegre misericordia, el que dignifica sin cesar a las mujeres.
Resulta alentador evocar el protagonismo de las divinidades femeninas de los orígenes de la humanidad, de las religiones, así como las mujeres que han atravesado la historia, la ciencia, la espiritualidad y que luego nos han sido arrebatadas e invisibilizadas para que no alboroten el predominio del patriarcado. Sin embargo, el desempolvarlas, el releerlas, el honrarlas, es para prolongar su aliento, su energía dinamizadora, revoltosa, transgresora y dejarnos acompañar por ellas en el cuidado de nuestros sueños.
En la mitología griega y romana tenemos a Atenea, Hera, Deméter, Atargatis y Dea Syria. La Diosa cananea Astarté o la sumeria, La Diosa del Árbol de la Vida.3
Algunas matriarcas de la Biblia hebrea: Sara, Agar, Rebeca, Lía, Raquel, Bilhá, Zilpá, Dina, Tamar.4
Y las místicas, filósofas y teólogas: Hildegarda de Bingen, Gertrudis de Helfta la grande, Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz, Anna María van Schurman, , Maríe de Gourney, Ángela de Foliño, Catalina de Siena, Edith Stein, Simone Weil.5
El recuperar a nuestras Diosas y Matriarcas es para empujar el nuevo paradigma evolutivo, para hacer el tránsito milenario del matriarcado y patriarcado hacia el paradigma “genérico-holístico, donde la diferencia no se equipara necesariamente a la inferioridad o la superioridad. Es superar la jerarquización de la humanidad, la mitad de una parte sobre la otra”.6
Y aquí me surge la pregunta: ¿Por qué plantear el antagonismo y la superioridad entre el ser que gesta, alberga, que da la vida y la nutre y el ser que muchas veces, haciendo alarde de un poder distorsionado, insano, violento, guerrerista, excluyente, aniquila la vida? ¿Por qué una parte de la humanidad se atribuyó lo absoluto de la razón y del pensar, del decidir, del legislar, del gobernar e incluso de ser los únicos mediadores de la divinidad, a costa de subyugar, despreciar, excluir, maltratar, abusar, violentar a la otra parte de la humanidad? Cuando nuestros ancestros, ya desde el neolítico, representaban el poder divino en forma femenina, apoyados en la observación de la vida que emerge del cuerpo de la mujer. “A partir de ahí empezaron a imaginar el universo como una gran Madre bondadosa, valoraron las cualidades femeninas del cariño, la empatía, la compasión, la no violencia, muy lejos de una estructura que venerara a un Padre divino que empuña un relámpago y/o una espada”.7
Por eso hoy queremos convocar a nuestras Diosas y Matriarcas ancestrales, que hoy nos habitan y habitan en los entresijos de la historia, de nuestras ciudades y de nuestros pueblos, de grupos humanos alternativos, con ciudadanía adulta, que habitan también en los surcos y en la choza del campo, en las oficinas, las fábricas, la maquila, escuelas, universidades, iglesias, en los vericuetos y precipicios de las barriadas, bajo los puentes, las de los márgenes y las de la periferia, las de las maras y ¿por qué no? también en los espacios de placer, de esparcimiento, en los cuerpos habitados y deshabitados, en los que se levantan y en los que aún están dormidos.
Entonces, queremos afirmar que no queremos ni matriarcado ni patriarcado, sino la danza rítmica, poética, sugerente, apasionada, tierna y cariñosa, respetuosa, placentera, paradójica e incluyente de los cuerpos que aletean y energetizan todo el Cosmos, devolviéndole su vocación originaria de armonía, de justicia y paz para todas y todos.
*Teóloga, Profesora y acompañante, miembro del Núcleo Mujeres y Teología. 
1 cf. “Cristología feminista crítica”, Ed: Trotta, pág. 16
2 cf. Wikipedia
3 EISLER, Riane, “El Cáliz y la Espada”, ed: Pax México 1997, pág. 98.
4 www.benedictinescat.com
5 Cf. En CHIAIA, María: “El Dulce Canto del Corazón”, Ed Narcea 2006 y en FORCADES, Teresa: “La Teología Feminista en la Historia”, Fragmenta Editorial, 2011.
6 cf. Op. c. EISLER, págs. Introducción XXV, 25-27, 30, 44 y 119.
7 EISLER op. c.

martes, 15 de octubre de 2013

¡Agenda cumplida!

Según Agenda Programada, el pasado  mes de Septiembre 2013 en la ciudad de Guatemala hemos realizado las XVI Jornadas de Mujeres y Teología, bajo  el lema "Mujer, tu fe te ha salvado"...
Los detalles nos los narra desde México Marisa Noriega. Les presentamos unas líneas del artículo publicado en eclesalia digital el 14/09/13

‘MUJER, TU FE TE HA SALVADO’
Reseña de la XVI Jornada Mujeres y Teología, Guatemala 2013
MARISA NORIEGA CÁNDANO, mamarisa_noriega@yahoo.com
MÉXICO DF (MÉXICO).
ECLESALIA, 14/10/13.- El viernes 20 y sábado 21 de septiembre del año en curso, se llevó a cabo la décimo sexta Jornada Teológica, organizada por el Núcleo Mujeres y Teología de Guatemala.
El Núcleo de Mujeres y Teología de Guatemala, nació el 18 de abril de 1992 gracias a la inquietud de 6 mujeres estudiantes de teología. Actualmente está conformado por alrededor de 12 mujeres, de distintas iglesias y culturas que se reúnen una vez al mes y desde su sentir y pensar, escriben y publican regularmente sus reflexiones sobre teología feminista.
En un principio las Jornadas se llevaban a cabo cada dos años en la Universidad Rafael Landívar, ahora, las organizan anualmente en el Centro Mariápolis en la zona 3 de Mixco en Guatemala. El Núcleo convoca a mujeres y hombres de distintas comunidades indígenas y rurales del país, así como a estudiantes, seminaristas, religiosas, laicas y laicos de las diversas zonas urbanas y siempre tiene los brazos y el corazón abiertos para las personas que asistimos de distintos países latinoamericanos.
Cada Jornada Teológica invitan a distintas teólogas feministas renombradas, para nutrirse de su sabiduría, para crecer, profundizar y actualizar su fe y sus reflexiones, y para alentar su compromiso e intensificar su testimonio con miras a construir un mundo más justo y equitativo. La catedrática este año fue la Dra. Mercedes Navarro Puerto, 
para ver texto completo hacer click en el siguiente enlace:   http://eclesalia.wordpress.com/

sábado, 17 de agosto de 2013


         
 

  NUESTRAS REFLEXIONES



07-13


De niña débil a mujer crítica

Felicita Pineda García[1]

En una reunión familiar de una aldea de Santa Rosa, en la cual, como muchos lugares de nuestro país, predomina el patriarcado, estaba doña Juana reunida  y platicando con sus  siete hijos (cuatro mujeres y tres hombres) sentados en una rueda.  Les recomendaba: “Mis hijas, hay que cuidar a los varones porque no saben la suerte que van a correr, qué tipo de esposas les van a tocar. Ustedes, patojos, deben ir a la escuela para aprender; las patojas no pueden ir porque hay muchos peligros en el camino; además, me deben ayudar en las tareas de la casa. Cuando ellos regresen de la escuela les tienen su comida caliente.”
 Lourdes, a sus cortos 7 años, de visita en el lugar, apreciaba la escena, escuchaba y no entendía por qué tanto en la casa de doña Juana como en su casa, eran las mujeres las encargadas de estos oficios, aparte de servir la comida, tener preparada la ropa para los varones, la casa limpia y ordenada y muchas otras tareas. 
A su tierna edad, Lourdes había perdido a su madre en un accidente, por lo que las responsabilidades también para ella fueron mayores: debía preparar la comida, tener limpia,  la casa y la ropa de los tres hermanos. Cuando tuvo 12 años e iniciaba en la escuela, usualmente no le quedaba tiempo para hacer las tareas que le asignaban. Que estudiara no era prioridad para sus hermanos.  Tiempo después sus hermanos se trasladaron  a la ciudad y  trabajaban para ayudar en la casa.
Cuando  se dieron cuenta de que la niña no tenía éxito en sus estudios, tomaron la decisión de apoyarla, por lo que mejoró considerablemente en sus clases, pues a partir de ese momento se dedicó a la escuela a tiempo completo; de una niña callada pasó ser una buena alumna, que entre más avanzaba en los estudios más destacaba, a tal grado que la niña tímida, apartada y callada, se convirtió en una adolescente extrovertida, comunicativa y emprendedora, luchadora y sin complejos.
Gradualmente, Lourdes fue despertando hasta desarrollarse como mujer libre, soñadora, pensando en una sociedad en la cual cada mujer pueda ser valorada. Todo este cambio se produjo a través de lecturas críticas y en la experiencia de acompañamiento a algunas mujeres. La historia de Lourdes hace visible que como indica Lucía Ramón: “La asignación del espacio social a los hombres y el espacio doméstico a las mujeres es una constante en la historia de Occidente”.  Está ligada a la consideración secular de la mujer como varón defectuoso. La diferencia femenina se convirtió ya desde los griegos en justificación ontológica para la subordinación de la mujer al varón, paradigma de lo humano, y para la exclusión de la mujer de la condición ciudadana y su reclusión en la esfera doméstica su ámbito natural[2].
Actualmente, Lourdes comparte las actividades a favor de la equidad de género, con una actitud crítica, en una labor de promoción para que otras mujeres luchen por defender sus derechos y trabajen por mejorar su autoestima. Todo este proceso ha llevado a la protagonista de la historia a entender que la felicidad no depende de nada ni de nadie, más que de sí  misma  y la divina sabiduría de DIOS Padre y Madre,  y que de la niña débil que observaba los patrones de dominación de los varones sobre las mujeres,  se convirtió en la mujer adulta con alas muy grandes para volar  siendo ella misma, con la determinación  de no permitir que nadie la denigre.

                                                          



[1] Mujer, esposa y madre de un hijo, licenciada en pedagogía y ciencias de la educación, secretaria y miembro del Núcleo Mujeres y Teología en Guatemala, catedrática del Instituto Nacional de Educación Básica Atlántida.

[2] Ramón Lucía, Queremos el pan y las rosas, ediciones Hoac, 2011, Madrid, España, página 146.

lunes, 10 de junio de 2013

Mujeres, hambre y comida

Geraldina Céspedes[1]

Al mirar el título de esta  breve reflexión, pensarán algunas personas que voy a hablar de la pintora Lee Price y sus cuadros que tienen como temática principal la conexión entre la comida y las mujeres. Aunque no nos vendría mal contemplar estas pinturas, en los que la autora hace una interesante combinación entre esos dos aspectos, aquí quiero más bien poner como punto de reflexión dos cuestiones sobre las que me gustaría que pensáramos y debatiéramos un poco.
 La primera es la discriminación alimentaria o la realidad del hambre desde la perspectiva de las mujeres. Es bien sabido que en el mundo, que actualmente somos 7 mil millones de personas, producimos con qué alimentar hasta a 12 mil millones de seres humanos. O sea, que el supuesto mito de la sobrepoblación o explosión demográfica es, como señalan algunas personas, una de las campañas de desinformación y mentira más grande de la historia que pretende esconder el problema de la injusticia y del reparto equitativo de los bienes de la creación.
 En el caso de Centroamérica, algunos estudios señalan que sólo Guatemala produce con qué alimentar dos veces a todo Centroamérica. Pero es también en Guatemala donde se registran índices alarmantes respecto a la cuestión alimentaria. Así por ejemplo, Guatemala es el país centroamericano con un porcentaje más alto de personas subnutridas (22%), seguido por Nicaragua (19%) y el único país de la región donde la subnutrición de la población ha aumentado en vez de disminuir. Respecto a la desnutrición, Guatemala ostenta también una cifra muy alta con un 15% de la población afectada por la desnutrición, una tasa que está muy por encima de la media en América Latina y el Caribe que es, según estudios de la FAO, de un 8%.
 Para nuestra breve reflexión nos interesa la realidad del reparto desigual de alimentos entre los sexos. Pues bien, aunque las mujeres juegan un papel clave en la producción, el procesamiento y la preparación de alimentos (las mujeres producimos más del 50% de los alimentos cultivados en todo el mundo), sin embargo, de todos los desnutridos del mundo, las mujeres representan la escandalosa cifra del 74%. Este dato revela una situación de desequilibrio y de relaciones desajustadas que se dan en la sociedad entre hombres y mujeres y que se expresan en cuestiones tan básicas como, por ejemplo, la alimentación. Al respecto, existen una serie de tabúes y de tradiciones que vienen a justificar el reparto desigual de alimentos entre varones y mujeres. Pensemos, por ejemplo, en una cuestión tan sencilla y cotidiana como la forma en que en una familia se reparten las partes de un pollo que se ha cocinado para todos. Esto, que parece insustancial o puramente anecdótico, puede servirnos para un análisis de género, pues a partir de ahí se puede descubrir qué visión tenemos del hombre y la mujer, de sus derechos y de su valoración en la sociedad y en la familia. Es en el reparto cotidiano de los alimentos donde podemos analizar de forma más clara y concreta eso que se llama la discriminación alimentaria.
 Otra cuestión que llama la atención y que constituye una manifestación de la baja autoestima de las mujeres es que hemos interiorizado y nos hemos acostumbrado a comer de lo que sobra y a comerlo de mala manera. En muchas sociedades y culturas, las mujeres (jóvenes o adultas) comen después de los miembros varones de la familia y no comen sentadas a la mesa, sino en la cocina, muchas veces de pie y dando viajes del comedor a la cocina para abastecer y servir a los hombres. Si la familia es de escasos recursos y no hay suficiente cantidad y calidad de alimentos, ya nos podremos imaginar lo que sucede con la alimentación de las mujeres de la familia. Es decir, las mujeres están en una situación de vulnerabilidad respecto al derecho a la alimentación adecuada y saludable.
 Uno de los desafíos que hoy tenemos los movimientos sociales y los movimientos de mujeres es la lucha por la seguridad alimentaria desde la perspectiva de género, pues así llegamos a descubrir una realidad clamorosa de esta situación que muchas veces queda oculta cuando se habla de la desnutrición de los seres humanos en general. Hoy día la lucha por la seguridad alimentaria tiene que incluir este enfoque de género debido a los datos mismos que manifiestan una situación alarmante de desnutrición o subnutrición femenina. Hay que decir que muchas veces nuestras discusiones y reflexiones feministas o de género se quedan en abstracciones y no llegan a tocar cuestiones tan básicas y tan cotidianas como estas expresiones de la feminización del hambre.
 Desde una perspectiva creyente, esta realidad de la feminización del hambre nos evoca el compromiso que se desprende del texto de Mateo 25, 35: “tuve hambre y me diste de comer”, que leído desde una perspectiva feminista nos invita a hombres y mujeres a plantearnos la cuestión de cómo garantizamos la justicia y la seguridad alimentaria para todos por igual. La utopía hacia la que debemos caminar hombres y mujeres respecto al tema de la alimentación es la que nos presenta el profeta Isaías en el capítulo 25 al hablarnos del banquete al que Dios invita a todos y todas: un mundo donde ninguna persona quede excluida de participar del festín de manjares suculentos y disfrutar por igual de los dones que Dios regala para todos y todas.
La segunda cuestión sobre la que sugiero reflexionar es sobre las formas dañinas y saludables de alimentarnos como mujeres. Esto me surge al constatar que las mujeres somos las víctimas privilegiadas de un sistema que controla nuestro paladar y nuestra dieta y de una industria que extrae sustanciosos beneficios sin tomar en cuenta los daños al bolsillo, a la salud, al medio ambiente y a los cuerpos y al bienestar de las mujeres. Es innegable que hay desórdenes alimenticios que aparecen con más fuerza en estos tiempos modernos y que afectan tanto a hombres como a mujeres. Sin embargo, sabemos que estos trastornos en la alimentación, dentro de los que destacan sobre todo la anorexia y la bulimia (y también la bulimarexia), cobran mayores víctimas entre las mujeres. Un 95% de las personas que padecen de anorexia son mujeres presionadas por los cánones de belleza de la sociedad actual que predica la filosofía de la delgadez y de la apariencia;  la bulimia por su parte afecta diez veces más a las mujeres que a los hombres. Estos dos problemas me hacen recordar lo que dice en algún momento Saramago en su novela “Memorial del convento”: a lo largo del año hay quien muere por haber comido mucho toda su vida o por haber comido poco toda su vida.
 Aprender a alimentarnos es un acto cotidiano básico que podemos convertir en una práctica de gran trascendencia revolucionaria y espiritual. En lo que comemos, dónde comemos, cómo y con quién lo comemos van entremezcladas nuestras opciones y nuestras visiones de la vida, de nosotras mismas y de las relaciones humanas. A través del acto del comer se expresan nuestras convicciones más profundas y nuestras opciones socio-políticas y religiosas. De esto no necesito poner ningún ejemplo, sino invitar a que cada una revisemos cómo acontece esto dentro de nuestra vida y de nuestro círculo de relaciones.
 Para nosotras como mujeres es todo un desafío el aprender a alimentarnos ejercitando nuestra autonomía y nuestra libertad, es decir, aprender a comer sin dejar el control de nuestros cuerpos y de nuestros gustos a la moda de turno de la sociedad neoliberal patriarcal a la que tenemos que complacer. Hemos de aprender a encontrar el equilibrio alimenticio que brota de una visión solidaria, de la mística del principio del suficiente (comer lo que necesito, no más), de practicar la libertad y el autocontrol a la hora de alimentarnos y sobre todo de una contemplación de los alimentos como una bendición de Dios que tenemos que disfrutar. Quien come mucho o no come no puede disfrutar ni acoger el alimento como bendición y como regalo de Dios. En medio de un sistema que banaliza todo y quiere convertirlo todo en mercancía y en negocio, tenemos que reivindicar la sacralidad de la comida y del acto de comer.
  

[1] Hermana Misionera Dominica del Rosario, doctora en Teología, miembro del Núcleo Mujeres y Teología, profesora de EFETA y de la Universidad Rafael Landívar en Guatemala. Vive y trabaja pastoralmente en El Limón, Zona 18.

miércoles, 15 de mayo de 2013

SACERDOTISA DE TI MISMA


Silke Apel, miembro del núcleo de mujeres y teología

Con Jesús de Nazareth se inaugura una nueva era, un nuevo tiempo, en el cual se manifiesta la absoluta bondad de la divinidad.  En él, la Divina Sabiduría adquiere el rostro humano del hermano, de quien acompaña, acoge y libera de cargas impuestas por otros.  De ahí que el culto al templo y la mediación de personas especializadas para vincularnos con la divinidad dejan de tener sentido.  Los mediadores de lo sagrado quedan sin oficio,  porque Jesús recuerda que la sacralidad habita a todo ser humano, indistintamente de su condición social, sexo, raza u opción de vida.
Sin embargo, como dice Antonio Machado: caminante, no hay camino, se hace camino al andar.  El camino al misterio, a lo sagrado, nadie te lo puede indicar.  Sólo tú tienes la llave del sentido de tu vida.  Sólo tú tienes acceso al manantial divino que brota de lo más íntimo de tu ser, en donde habita el silencio, en donde te puedes encontrar contigo misma; donde confluyen tu pasado, tu presente, tu futuro.
Descubrir lo sagrado que habita en ti, te lleva a encontrar la vida plena que ofrece Jesús.  Ese es el agua viva del cual puedes beber y puedes ofrecer a quienes te rodean (cf. Jn 4,14).  Está en tus manos la luz que ilumina las profundas zonas de tu interior para que puedas descubrir la razón de que se haya visto disminuida tu conciencia de divinidad: la imagen de Dios en ti (cf. Gn 1,27). 
Resulta que tu miedo más grande no es por tu limitación o incapacidad, sino que temes brillar con tu propia luz y ser absolutamente poderosa, dueña de tu propia vida.  Es tu luz, no tu sombra, lo que te aterra, porque nos han enseñado a ocultarla.  Tomar el papel de víctima o pequeña no le sirve al mundo.  Callar, no anuncia; el inmovilismo no genera; la esterilidad no da a luz.
Viviendo desde tu manantial puedes llegar a sanar tu propia vida.  Las enfermedades y padecimientos están vinculados de una u otra manera con la negación de tu ser, de tu pasado, de tus potencialidades o con las sombras que buscan ser iluminadas por tu conciencia sagrada. La salud solamente puede brotar de ti misma (de donde ha brotado también el padecer), de tu habilitación como santa e inmaculada en el Señor (cf. Ef 1,4), siendo coherente con tu interior.
Sólo hay verdadera conversión cuando descubres el misterio que te habita, cuando asumes tu condición divina.  Amando, descubres la Presencia Divina en ti y te vinculas con ella.  Cuando dejas de responder a las expectativas de otros, dejas de fingir,  dejas de seguir caminos de otros, para encaminarte en la búsqueda del sentido de tu propia existencia; entonces serás capaz de asumir el sacerdocio constituido por Jesucristo y asumirás responsablemente tu condición de hija de Dios y hermana de la creación. 
Más allá de transmitirse o infundirse, el sacerdocio nace de lo más profundo de la conciencia humana.  Cuando se le deja brotar y se tiene el valor, como Jesús, de hablar con la propia voz desde aquello que nos habita, que ve más allá de lo obvio, escucha lo que otros no escuchan, porque se han abierto los ojos y los oídos de la interioridad.  Sólo desde lo más profundo del  ser, se puede proclamar la Sabiduría Divina iluminando a quienes nos rodean.  El sacerdocio sagrado de la Divinidad busca ser anunciado y compartido con quienes aún no han encontrado el camino.
Este trabajo nadie lo puede hacer por ti.  Nadie puede ni debe tomar decisiones por ti porque nadie asume ni vive las consecuencias de ellas. Atrévete a dejarte iluminar por la sabiduría de quienes comparten tu camino: maestras, sanadoras, abuelas, tías, hermanas y encamínate.   
Cuando ya no te importen los cánones, cuando por ti misma puedas distinguir la verdad de la mentira; cuando ya no le temas a la opinión de los demás y distingas desde tu interior el bien del mal, entonces habrás entrado en consonancia con tu ser divino.  No temas, a Jesús le llamaron loco, hereje y lo crucificaron. 
Hoy ya no te clavan en una cruz, pero pueden acabar contigo, callar tu alma, tu conciencia, la verdad que te habita. Sin embargo, la verdad y la autenticidad de lo divino no muere nunca, la luz que brilla trasciende los umbrales de los límites humanos y brillará por siempre, porque es sagrada.
Esa es la verdad que te hará realmente libre y sacerdotisa de ti misma.
Silke Apel
Profesora de teología y 
miembro del Núcleo Mujeres y Teología

viernes, 3 de mayo de 2013

¿Quién preparó las manzanillas? Una reflexión sobre los acuerdos familiares del quehacer cotidiano



Lilian Vega Ortiz

Inicio con la siguiente anécdota, para situar uno de los conflictos que genera la falta de comunicación en el marco de una sociedad de desiguales:   
 Al despedir a unos amigos, Luis les expresó:
 Vengan a la casa el próximo domingo a comer unas manzanillas, que les vamos a hacer”.
Al otro día, él cortó las manzanillas, las dejó en una mesa y nada más. Dina, la esposa, dedujo que debía seguir el proceso, así que las coció y cuando estaban ya frías, les dijo a Tere (su hija) y a él: -- Después de la cena será bueno que los tres pelemos las manzanillas…
Luego de la cena, el se levantó. Se cruzaron miradas madre e hija y se dieron a la tarea de empezar, a pelar “las mencionadas frutillas”.  A la hora y media transcurrida, ya se sentían cansadas, y más porque miraban que las manzanillas por pelar aún no desaparecían, “era la de  nunca acabar”. La hija había estado en exámenes finales, tenía unas grandes ojeras,
Dina consideró eso y le dijo que fuera a acostarse, que ella terminaría la tarea. Pero antes de retirarse a descansar Tere exclamó: -- ¡Mami, creo que esto ya cae en lo enfermizo! Sabemos que esto es un desgaste, y lo seguimos haciendo… ¿Hay otra forma de hacer esto, sin que sea tan tedioso? Dina terminó de pelar la “ollada” de manzanillas, la verdad, era casi la una de la madrugada”.
Lo comentado por Tere en esta anécdota, nos lleva a reflexionar sobre muchas situaciones en donde se involucra a la mujer, dentro del hogar, haciendo tareas que ella no se había planteado, las cuales se dan porque “es ella quien supuestamente las tiene que realizar”. Y también cuando se escucha: “solo ellas lo pueden hacer”, pareciera que no hubiese alternativa. Con lo anterior cuidemos de las alabanzas que han esclavizado, las expresiones sexistas, las que han sustentado los roles “para hombres” y “para mujeres”, de forma radical, por esto, las labores impuestas desde la familia y sociedad.
A pesar de haber iniciado sobre el proceso en la consigna por la participación incluyente dentro del hogar, en donde no haya víctimas ni victimarias, muchas veces caemos en ser parte del sistema de opresión, de lo patriarcal. Por ello, es necesario hablar, transmitir a la familia esa incomodidad, “quejarnos” en lo cotidiano sobre los efectos de las acciones de las inequidades. Así, dejar abierto el momento justo para que nos recuerden que no somos coherentes de las acciones con nuestro pensamiento, y que, es necesario intervenir de inmediato, para hacer un alto e involucrar a toda la familia; para plantear y pactar acuerdos para el bien común.
No resulta fácil, y es que muchas veces entramos en conflicto, al iniciar procesos de cambio ante lo socio-cultural establecido, desde lo patriarcal de nuestra historia familiar, y lo otro, la vida moderna con sus desafíos y perspectivas, con diversidad de situaciones, las cuales debemos tamizar para que verdaderamente se establezcan como fructíferas,  por una convivencia con igualdad de oportunidades, dentro de nuestras diferencias.
Aprender de la experiencia, desde nuestros errores es parte de la deconstrucción, desaprender lo que no construye. La consigna será  enmendar y transformar, realmente deconstruir.
Creo que es pertinente detenernos y analizar sobre las actividades y sus implicaciones, desde cada fruta pelada, en cada labor realizada, cualquiera sea esta donde hay esfuerzo, tiempo y dedicación, y desgaste muchas veces, para detenernos y ubicarlas; si estas se realizan por decisión propia, por imposición o por mutuo acuerdo.
Sirva esto para el análisis y reflexión, desde lo individual y grupal, sobre los roles establecidos, que siendo inflexibles muchas veces propician signos de violencia dentro de la familia, así como en otros ámbitos sociales.
También es preciso considerar la tradición y la razón, partiendo del respeto y la preservación de la vida; para buscar respuestas justas desde nuestros pequeños núcleos, con quienes integramos la sociedad, en donde encontremos y compartamos en mutualidad, otras opciones: nuevas estrategias para hacer inclusiva la vida digna, para promocionarnos hacia una vida de mejor calidad. (Juan 10:10) 
Con sororidad,

Lilian Vega *

* Lilian Haydee Vega Ortiz es facilitadora del Programa Pastoral de la Mujer en CEDEPCA, estudiante de teología.
Correo electrónico: lilianvegao@yahoo.com