miércoles, 1 de abril de 2020

María de Nazaret: mujer de fe, discípula y compañera misionera

                   

                 Nuestras Reflexiones  
NR-04-2020  
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Las reflexiones que comparto en este texto son fruto de mi experiencia con María, que siempre fue para mí una mujer y misionera admirable, que asumió libremente participar en el proyecto del Reino de Dios junto con su pueblo, y a ese proyecto se entregó total y conscientemente. Como pobre y con los pobres, y sobre todo con las mujeres judías de su época, ella también soñaba y buscaba realizar el Reino de Dios como un mundo alternativo de  justicia paz y solidaridad. Es sobre esta María que quiero reflexionar con ustedes en este texto.

María de Nazaret: una mujer identificada con su pueblo 

María de Nazaret: una mujer judía que emerge en el primer siglo de la era cristiana, probablemente analfabeta, vivió en una aldea llamada Nazaret. Una mujer simple, cuya fe fue delineada por las promesas de las Escrituras judías y cuya espiritualidad fue forjada en la vivencia y en la práctica de los deberes religiosos comunes del hogar, como encender las velas del Sabbath, por ejemplo.
En otras palabras, siento a María como una mujer atenta a las Escrituras, que las asimiló en sus actitudes y le sirvieron de impulso durante toda su vida. 

Ella no sólo aceptó ser madre de Jesús y cuidar de él, sino también estuvo con las discípulas y discípulos que le siguieron y se quedaron junto a él en sus horas más difíciles, siendo también testigos de su resurrección. Los escritos del Nuevo Testamento la  configuran como una mujer de fe, consciente, decidida y valiente, una discípula aglutinadora de la comunidad cristiana naciente. Al comienzo de su evangelio, Lucas la muestra junto a la comunidad de los pobres, los que esperaban la realización de las promesas divinas configuradas en el Reino de Dios. Por tanto, es justo ver a María como una mujer que hizo la elección libre y consciente de participar en el Reino de Dios, y no como un ejemplo de sumisión pasiva a una voluntad divina absoluta.

La comunidad de Lucas captó estas características de la personalidad de María. En el Evangelio de Lucas, el magníficat (Lc 1,46-55) pone en sus labios no sólo un himno de alabanza, sino también de indignación y de proclamación de la visión del Reino, presentándola en actitud solidaria con su pueblo, junto con otras mujeres que también  proclamaron el poder misericordioso de Dios en favor de los pobres: Miriam, hermana de Moisés (Éxodo 15,21); Débora, la profetiza y jueza (Jueces 5,12); Ana, madre de Samuel (1Samuel 2,1); e Isabel, una anciana que necesita de apoyo en un embarazo de riesgo, como la propia María, que también enfrenta la difícil situación de gestar un hijo en condiciones no comunes. 

  María discípula y compañera misionera pobre entre los pobres

María es discípula misionera porque está situada junto a los pobres y humillados y cree que Dios no está del lado de los poderosos, sino que asume la defensa de los humillados (Lucas 1,52); ella cree firmemente que los hambrientos no serán abandonados con las manos vacías (Lucas 1,53); por eso, lucha con fe espera un mejor, de acuerdo con las promesas del Reino de Dios. Esta composición del magníficat nos ayuda a ver a María ligada a una tradición judía de justicia y profecía. La espada que Simeón dijo que golpearía su corazón, atravesó, y aún atraviesa, los corazones de muchas madres y padres cuyos hijos perecen bajo la tiranía de los Herodes de hoy.

Como mujer-madre María intentó comprender muchas cosas, como las elecciones de su hijo durante su ministerio. Ella guardaba todo en su corazón, dice el evangelio lucano. Y aunque ella generalmente es presentada entre bastidores, podemos, con certeza, imaginarla actuando junto con los discípulos y discípulas de Jesús. Esto reivindica para ella la identidad de discípula misionera y la localiza firmemente en la comunión de las santas y santos de todos los tiempos, justo en el centro de la Tradición eclesial. No es casual que la devoción popular mariana es rica en cantos, oraciones, letanías y otras invocaciones que muestran una María solidaria con personas y grupos humanos abandonados y explotados por sistemas dominantes, como sucede hoy en todos los países latinoamericanos y en otras partes del mundo.

Las reflexiones anteriores muestran por qué la devoción y el culto a María no pueden ser desvinculados del sufrimiento de los pobres, principalmente de las mujeres pobres. A María los pobres se le acercan con fe y esperanza. Ella es la inspiración para la Iglesia que desea ser la sierva de los pobres, como insiste el Papa Francisco. Ella se identifica con los intereses de los pobres y oprimidos, y su propia experiencia de fe está anclada a un Dios que está del lado de ellos.

Las similitudes entre la vida de María y la vida de los pobres (anawin) son una importante fuente de espiritualidad, sobre todo para las mujeres pobres. María no es una reina del cielo, sino una mujer de la tierra, que comparte sus vidas como hermana, madre, inspiradora, compañera solidaria. Como María, muchas madres alrededor del mundo dan a luz a sus hijos en situaciones muy precarias, o incluso desamparadas; son forzadas a huir de su colonia, su ciudad o su tierra natal, como refugiadas, con un niño en los brazos; muchas madres pierden a sus hijos e hijas en las guerras, la prostitución, la trata de personas, las drogas, el trabajo esclavo. Hay una empatía e identificación entre esas mujeres y María. De esa convergencia nacen originalísimas espiritualidades y devociones marianas basadas en el servicio misionero comprometido junto a personas fragilizadas, en el cuidado de la vida en todas sus expresiones, y en la presencia ético-solidaria.

María, la discípula misionera que lucha por un nuevo orden social

Pero María también está en solidaridad con los pobres (anawin) en su lucha por crear un nuevo orden social, como muy bien expresa el Magníficat, que es una síntesis de la visión alternativa del Reino de Dios, tan soñada y esperada por los pobres de Israel. La tradición judía del Reino de Dios, entendido como una visión de justicia, de dignidad humana y de salvación para todas las personas, en medio de un mundo regido por la dominación, opresión y deshumanización, nos permite situar a María como una discípula misionera en este contexto.

La cosmovisión político-religiosa del Reino de Dios como el imperio del bien común, fue realmente determinante e inclusiva para Jesús y sus discípulos y discípulas, así también para su madre. El mayor cambio introducido por la visión del Reino ocurrió principalmente por la “comunión de la mesa” entre pobres, gentiles, pecadores, mujeres y judíos-cristianos, y tuvo especial impacto y de adhesión entre las mujeres que se sintieron incluidas y percibieron que en el Reino inaugurado por Jesús ellas podían ocupar un lugar central, siendo respetadas en su dignidad, como personas y como mujeres. 

El movimiento de Jesús experimentó un Dios benevolente e inclusivo, que acepta a todos, sin excepción, propiciando justicia y bienestar para todas las personas, como María canta en el magníficat. Los seguidores y seguidoras de Jesús entendieron que debían hacer presente el reino de Dios conforme a los principios y criterios del Reino (visto como un acontecimiento salvífico colectivo inclusivo) curando, liberando de todo tipo de opresión, animando y reuniendo a  todas las personas para participar en la mesa de la vida. La presencia y actuación de María en el matrimonio de Caná  se sitúa en esa perspectiva. Ella no es vista sólo en su papel como madre, que acepta cumplir pasivamente la voluntad de un Dios absoluto, sino también en relación con el Reino que irrumpe en la historia de los pequeños, a través del poder creativo de la Ruah Divina.

María de Nazaret, discípula misionera, modelo de las personas discípulas misioneras 

Los cristianos y las cristianas creen que María de Nazaret fue la primera discípula misionera de Jesúcristo. Mujer de fe y generosidad, al mismo tiempo,discípula misionera de Jesucristo. Mujer de fe evangelizada y evangelizadora (cf. Juan 2, 1-12). Por su testimonio de oración, de escucha de la Palabra de Dios y de pronta disponibilidad al servicio del Reino de Dios, hasta la cruz, ella es el modelo de las personas discípulas misioneras. En todos los continentes, María nos sigue enseñando cómo llevar a la humanidad a Jesús. Ella nos precede en la peregrinación de la fe y nos acompaña con amor en el camino del seguimiento de su Hijo.

María fue la primera misionera de Jesús porque lo acogió en su corazón, lo cargó en su vientre y se lo entregó al mundo. Hoy, ella sirve como modelo, guía y aliento a las personas discípulas misioneras, abriendo camino y atrayendo a la gente para seguir a su Hijo. Por eso es considerada la primera evangelizadora y primera evangelizada. Conforme a Lucas 1, 26-56, ella acogió con fe la Buena Nueva de la salvación, convirtiéndose en anuncio, profecía y canto, como nos muestra claramente el magníficat.

En resumen, como madre y educadora, María enseña a la Iglesia-comunidad a consagrarse a la misión y a perseverar en el seguimiento de Jesús. Su figura de mujer libre, decidida y comprometida se manifiesta en el Evangelio, orientada hacia el seguimiento a Jesús. Aprendimos con María a contemplar el rostro de Cristo en el rostro de sus hermanos sufrientes "más pequeños" (Mt 25,31ss), y a experimentar la profundidad de su amor liberador. Con su cuidado por todas las personas en sus necesidades, como en la visita de apoyo a su prima anciana, Isabel, (Lucas 1,39-56) y en Caná de Galilea (Juan 2, 1-11), cuando falta el vino necesario para la completa alegría familiar, la madre y compañera fiel de la Iglesia ayuda a mantener vivas nuestras actitudes misioneras de atención, servicio, entrega y gratitud, que deben distinguir a las personas discípulas seguidoras de Jesucristo.

La contemplación de María como discípula misionera une y empodera a todas las personas que a ella recurren, sobre todo a nosotras mujeres, haciéndonos persistentes y valientes, capaces de enfrentar y superar todo tipo de obstáculos. La devoción mariana, en esa perspectiva, adquiere una dimensión profético-liberadora, ya que es una espiritualidad histórica, capaz de leer los signos de Dios en la historia personal y colectiva, y de actuar en la realidad de hoy según los principios del Reino de Dios.









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* Alzira Munhoz es licenciada en filosofía y teología, maestra y doctora en teología y profesora de teología en la Universidad Rafael Landívar y en el Instituto Centroamericano de Ciencias Religiosas, de Guatemala. Pertenece a la Congregación de las Hermanas Catequistas Franciscanas.