martes, 6 de septiembre de 2022

MIRADA DE MUJER

 

 Soy mujer
Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea.
Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron
de la vida este rincón sensible, luchador,
de piel suave y corazón guerrero.
                                         Alejandra Pizarnik

  He iniciado este artículo con el poema de una mujer latinoamericana. Una escritora argentina que vivió atribulada por las comparaciones que hacía su madre con su hermana. La autora del poema era de cabello oscuro, con tendencia a subir de peso y rebelde en búsqueda de la aceptación materna. Mientras su hermana era rubia, bonita y delgada, es decir, el prototipo de la mujer perfecta a los ojos maternos. Cómo explicar a las mujeres que no podemos continuar haciéndonos tanto daño por seguir los arquetipos que el patriarcado insiste en imponernos como referentes.

    Desde niña fui etiquetada como “rebelde” por el simple hecho de no quedarme callada ante las injusticias y los mandatos ilógicos que el patriarcado nos quiere imponer a las mujeres. Me decían: “no cuestiones”, “cállate”, “no pidas explicaciones”, “obedece”… y muchas más frases sin sentido. Veía las preferencias y prerrogativas de que gozaba mi hermano, pero no entendía la razón. Me fui dando cuenta que a las mujeres se nos exigía más tanto en el hogar, como en los estudios y el trabajo pero se nos reconocía poco nuestro esfuerzo. Esto me molestaba enormemente y me oponía y exigía igual trato que los hombres.

    Cuando empecé a adentrarme en el mundo de la teología feminista, fue como encontrarle sentido a muchas de mis convicciones. Fui descubriendo que en realidad no había sido una persona rebelde, sino una mujer que desde muy niña, la Divina Sabiduría me había dado el don de poder discernir que hombres y mujeres gozamos de igual dignidad y que es nuestro derecho luchar porque se nos reconozca como tales. Y si Dios Padre-Madre no hace acepción entre hombres y mujeres, quién es el varón para insistir en semejante aberración.

    Adentrarme en el conocimiento del trabajo y la lucha de grandes mujeres como Hildegarda de Bingen (s. XII), la italiana Christine de pizan (s. XIV), sor Juana Inés de la Cruz (s. XVII), la primera teóloga latinoamericana, Elizabeth Shüssler Fiorenza, las españolas Mercedes Navarro e Isabel Gómez Acevo, y por supuesto las latinas Ivone Gebara, Elsa Tamez, María Pilar Aquino, Ada María Isasi-Díaz y muchas más, me hace comprender que su único interés es que las mujeres nos demos cuenta de que la tarea por el reconocimiento de nuestros derechos es tarea de todas. El patriarcado, el androcentrismo y lamentable pero es una realidad, las religiones en general, han dañado el verdadero proyecto querido por Dios para los seres humanos: que hombres y mujeres seamos plenamente felices.

    El trabajo que ejecutan las teólogas biblistas al realizar una relectura bíblica con mirada de mujer, haciendo visible la participación de tantas mujeres que se mencionan, algunas por su nombre como Débora, Agar, María Magdalena y otras al aludir algún hecho. Nos permite darnos cuenta que la Divina Ruah siempre se ha movido también, desde las mujeres a lo largo de la historia de la humanidad.  

    Los supuestos masculinos sobre la vivencia de la doctrina, el culto y la celebración de la fe no dan el debido espacio para la autocomprensión y autoestima de las mujeres. Ya que las prácticas religiosas en las iglesias denigran los cuerpos en especial el cuerpo femenino. De ahí la importancia del trabajo de las teólogas que luchan por el reconocimiento de las mujeres como sujetos creadoras de conocimiento, de una corporalidad positiva y sana. El patriarcado ha influido en la creencia de que la mujer es considerada como “varón defectuoso”, “la que incita al mal”, haciendo creer a las mujeres que son culpables y causantes del mal, del dolor y la muerte que se asocian al pecado original, relegándonos esta creencia a un papel secundario en la Iglesia y en la sociedad.

    Las telogías feministas me animan y motivan aun más, a seguir involucrándome en las diferentes disciplinas. Desde el trabajo pastoral y acompañamiento a las familias, busco trabajar con familias para llevar a las mismas nuevos paradigmas y que las mujeres y los hombres puedan darse cuenta que las prácticas aprendidas del patriarcado causan daño a la familia en general. Seguir trabajando desde las iglesias, aunque nos toque enfrentar dificultades, para que el sistema androcéntrico que se vive en los templos se debilite al fortalecer las pastorales y equipos de mujeres que sirven en las parroquias. Esto es posible por medio de talleres que ayude a las mujeres a visualizar un nuevo estilo de vida donde el varón no tiene la prioridad y supremacía.  

    Como mujeres profesionales en las diferentes disciplinas del saber, es necesario involucrarnos a consciencia para erradicar la discriminación e injusticias que viven las mujeres en nuestro país, por el simple hecho de ser mujer, muchas de ellas por ser indígenas y además pobres. Retomando el poema del inicio: “cuando el mundo me golpee, el calor de las otras mujeres me abrigue”.  La alianza entre mujeres nos hace falta, es decir, la sororidad que nos permita crear redes de mujeres que caminamos juntas defendiendo nuestros derechos en búsqueda de la igualdad.

    Según la Real Academia Española, la sororidad se define como “agrupación que se forma por la amistad y reciprocidad entre mujeres que comparten el mismo ideal y trabajan por alcanzar un mismo objetivo”. Para Marcela Lagarde[1], quien utilizó el término por primera vez en español, la define como “una forma cómplice de actuar entre mujeres”.  Me gusta la definición que da la escritora y defensora de los derechos de las mujeres Leslie Morgan: “hermandad de mujeres que te ayudan”[2]. Nos toca recuperar algunos de los slogans que escuchamos cada ocho de marzo: “la de al lado es compañera no competencia”, “si tocan a una, nos tocan a todas”, etc. Busquemos ser colaboradoras y amigas unidas contra tanto elemento de opresión y desigualdad que tenemos en común. Esta es la mejor herramienta frente al modelo de competición que impone el patriarcado.

    Cada una de las mujeres que a lo largo de la historia desde su realidad, han luchado por el reconocimiento de nuestros derechos, han dejado huellas que han servido como escalones para seguir avanzando en la búsqueda de nuestros ideales como mujeres. Ahora nos toca a nosotras seguir siendo multiplicadoras.

    Ya no soy la niña tachada de rebelde, ahora soy la mujer que defiende y lucha  por nuestro reconocimiento de ser-mujer. Me quedo con el mensaje de Jesús, quien en todo momento acogió a las mujeres y les dio su lugar.

Marta Delia Morales Alas de Urruela

Laica, Licenciada en Teología, esposa, madre y abuela.


[1] Marcela Lagarde: política, académica, antropóloga e investigadora mexicana, especializada en etnología, representante del feminismo latinoamericano.

[2] https://efeminista.com/sororidad-mujeres/