martes, 23 de mayo de 2023

Dos madres valientes y dolidas que defienden a sus hijos - continuación

 Rizpah

Los Israelitas estaban de regreso en la tierra prometida, donde, por muchos años, los sacerdotes estuvieron a cargo del gobierno del pueblo, no solo en lo religioso, también en lo legal, político, económico y militar. Con el tiempo también había los jueces, otros líderes diversos que surgían en las tribus. El pueblo comparaba su situación con la de los vecinos que contaban con reyes como autoridad máxima y achacaba los problemas que padecía a la falta de un rey. El profeta Samuel estaba en contra de este cambio porque consideraba a Yahveh como el único rey, pero al fin Yahveh accedió y Saúl fue ungido como el primer rey del pueblo de Israel. Con el tiempo, Saúl cometió una gran ofensa, probablemente la de ofrecer él mismo un sacrificio en lugar de dejarlo a un sacerdote o al mismo Samuel, y con ello perdió la posibilidad de formar una dinastía. David fue escogido como su sucesor. Siguieron conflictos con los vecinos y pleitos entre los seguidores de Saúl y los afines a David. En este ambiente de violencia e intriga encontramos a Rizpah (II Samuel 21:1-14).

Rizpah fue concubina de Saúl y tuvo dos hijos de él. Cabe señalar que el rey se casaba con una reina por ser botín de guerra o por poder político y diplomático, para estrechar relaciones con otras naciones. Los hijos de estos enlaces fueron los herederos principales de la corona. Rizpah, como concubina, ocupaba un rango inferior, pero había sido escogida por el rey por su gran belleza y otros dones, y por ende tenía una relación cercana al rey Saúl. David había sido ungido como rey de Judá, pero no de Israel, todavía en poder de Saúl. El rey Saúl tenía una hija, Mical, que dio por esposa a David (vendida según algunas traducciones: II Samuel 3-14). Pero con el tiempo, Mical vivía con otro hombre, con quién tuvo cinco hijos, nietos y herederos de Saúl. Seguía un ambiente de intrigas, violencia, y asesinatos. Saúl y tres de sus hijos perdieron la vida en una batalla. Un cuarto hijo, Is-bóset, asumió como rey, pero resultó ser bastante incompetente.

Abner, primo de Saúl y su jefe militar, apoyó al nuevo rey. Prontamente circularon rumores que Abner había tenido relaciones sexuales con Rizpah, hecho que él negó. Esta relación con la viuda concubina del rey significaba un intento de asumir el trono (una interpretación de este encuentro indica que podría ser un intento de parte de Rizpah para lograr una alianza con un hombre más fuerte que Is-bóset, otro ejemplo de la lucha de poderes en tiempos convulsos). El nuevo rey creyó las acusaciones, ciertas o no, y expulsó a Abner de la corte. Abner se alineó con David y al poco tiempo fue asesinado por un hombre de confianza de David. Rizpah y sus dos hijos sobrevivieron este episodio. Is-bóset fue asesinado por hombres de su círculo cercano.

Años más tarde, hubo una gran sequía y se perdieron las cosechas por tres años. El pueblo hambriento exigía que se hiciera algo para apaciguar a Yahveh. Se consideraba que la hambruna era un castigo por la maldad de Saúl, y el efecto de esta maldad aún estaba presente en sus herederos. La muerte de ellos sería pago suficiente para levantar el castigo. David entregó a los gabaonitas los herederos que quedaban de Saúl: los dos hijos de Rizpah y los cinco de Mical. Con su muerte, durante la cosecha de la cebada, se terminó la sequía, según las escrituras. Pero ¿cuán severa era la sequía, si hubo cosecha de cebada? ¿David realmente quería complacer a Yahveh con esta matanza o era, más bien, una oportunidad para afianzar su posición en el trono?

En este momento, Rizpah inició una lucha por la dignidad de sus hijos y por los de Mical, para darles el sepelio junto con su padre y abuelo. Ella se vistió de ropas ásperas y se acostó sobre una piedra cerca de los cuerpos de los siete muertos. Alejaba de los cuerpos a los buitres y a los animales salvajes por unos seis meses. Cuando falleció Saúl, primero su cuerpo y los de sus hijos habían quedado a la vista en una plaza pública, pero luego los cuerpos fueron robados y enterrados. Cuando David se enteró de la vigilia de Rizpah, mandó a recoger los huesos de Saúl, los de sus hijos que murieron con él y los de los siete entregados a los gabaonitas. Dio la orden de que fueran sepultados en la tumba del padre de Saúl en Selá.

[Foto: LedyscatFuente: Mujer Virtuosa 

Termina esta historia con la siguiente frase: “Y tan pronto como se cumplieron las órdenes del rey David, Dios escuchó sus oraciones y bendijo al país”. Visto con ojos patriarcales, David fue el héroe de todo este episodio trágico. Visto con ojos de madre, David fue el responsable del asesinato de todas estas personas, y cientos más, para consolidar su posición de poder, para quedarse con sus mujeres y sus posesiones. Rizpah fue la madre que vigiló a sus hijos y su pareja hasta lograr un final digno para ellos y para la complacencia de Yahveh.

Sheryl Schneider

 Integrante de Núcleo Mujeres y Teología


miércoles, 17 de mayo de 2023

Dos madres valientes y dolidas que defienden a sus hijos


Estamos en mayo, el mes de la madre. Llevo casi ochenta años celebrando con flores y regalos para mi abuela, mi madre, mi nuera, mi suegra, mis cuñadas, sobrinas, comadres y amigas. La imagen que acompaña los saludos es de la maternidad: una madre muy joven con una criatura tierna en los brazos.

La realidad es otra: muchas madres son abandonadas por sus parejas, enfrentan las injusticias, la opresión, el hambre, y la muerte de sus hijas e hijos queridos. Tienen que encarar decisiones sumamente difíciles para la sobrevivencia de ellos y cuando esto no es posible, luchar por la dignidad, por su memoria y su misión.

En este pequeño ensayo, quiero recordar a dos de estas valientes mujeres en su lucha contra la injusticia, la crueldad, los poderes políticos de su tiempo. Mi querida suegra, madre de cuatro hijas y once hijos, me decía que los dolores de parto no se comparaban con los dolores de enterrar a un hijo. La muerte de mi primera hija me dejó un vacío sin fondo refugiado en mi corazón. Perder una hija o un hijo a mano de las fuerzas políticas, las estructuras patriarcales, debe ser aún más doloroso.

[Foto: Slmone Dalmasso].  Fuente: plazapublica.com.gt

Encontramos muchas mujeres madres valientes en la Biblia, que lucharon para proteger a sus hijos de la violencia y la muerte, muchas veces sin éxito. Para comprender sus historias, hay que leer los pasajes desde la perspectiva de estas mujeres. La tradición transmite e interpreta las escrituras tras 2000 años de voces patriarcales. Hay que romper esta tradición.

En esta oportunidad, traigo a dos mujeres olvidadas del primer testamento que merecen ser vistas con ojos de mujer: Jocabed, la madre de Moisés, y Rizpah, la concubina de Saúl.

Jocobed

La historia de Jocobed se sitúa en Egipto antes del éxodo. Después de varios siglos, la comunidad israelita había aumentado con creces y se mantenía su identificación como los hijos de Jacob. En Éxodo 6:20 y Números 26:59 se encuentra a Jocabed junto con Amirán, de la tribu de Leví, la madre y el padre de Miriam, Aarón y Moisés.  

El faraón egipcio consideraba peligrosos a los esclavos israelitas y buscaba cómo limitar el crecimiento de la comunidad[1]. Ordenó a las comadronas matar a todos los niños al nacer, dejando vivas a las niñas. Por temor a Yahvé, las comadronas Sifrá y Puá no obedecieron al faraón, aduciendo que las madres israelitas eran tan robustas que daban a luz a las criaturas antes de que ellas pudieran llegar y atenderlas. Entonces, el faraón ordenó arrojar a todos los niños al río, pero podían dejar vivir a las niñas (Éxodo 1:15-22).

En esta situación de esclavitud y opresión se encontraba Jocabed. Ya tenía a Miriam, la mayor de sus hijos, y a Aarón nacido antes del decreto del faraón. Jocabed dio a luz a un bello niño, Moisés, al cual logró esconder durante los primeros tres meses. Junto con Miriam, elaboraron un plan arriesgado para salvar al bebé. Prepararon un cesto embarrado con asfalto y resina. Jocabed, llena de tristeza y esperanza, acomodó al bebé y lo colocó en el río. Miriam siguió de lejos el cesto en su viaje por el río.

En esto, bajó la hija del faraón al río para bañarse. Vio, entre los juncos el cesto y mandó a una de sus sirvientas a traerlo. Encontró adentro al bello niño llorando y le dio lástima. Se dio cuenta de que era un bebecito israelita. En este momento apareció Miriam y le preguntó – Su Majestad, ¿quiere que llame a una mujer israelita para que alimente al niño? La princesa accedió y ordenó a la niña traer a la mujer. Al llegar Jocabed, la princesa le entregó al niño pidiéndole que le diera de comer y lo cuidara, y que le recompensaría sus servicios. Jocabed atendía al niño con esmero y amor, instruyéndole en la fe y las tradiciones israelitas. Cuando el niño creció, lo llevó de regreso a la princesa, quien lo adoptó como hijo propio y le puso por nombre Moisés, que significa “Yo lo saqué del agua.”

La Biblia no nos cuenta más sobre Jocabed, pero podemos sentir el gran dolor de madre al entregar dos veces su propia sangre, primero al río y luego a la princesa. La formación que Jocabed le dio a Moisés lo preparó para ser el liberador de los israelitas en el éxodo de Egipto.

La palabra tebah es empleada en el pentateuco en dos oportunidades: para el arca construida por Noé y para la cesta de Jocabed. En ambos casos es el vehículo de salvación de un pueblo. En la primera instancia salva a la humanidad de la muerte en la gran inundación; y en la segunda, del genocida de los israelitas, el faraón de Egipto.

En este corto relato, vemos la intervención de seis mujeres valientes, cuyos esfuerzos rescatan del genocidio a Moisés, el liberador de los israelitas de la esclavitud en Egipto. Ellas enfrentaron la política opresiva y patriarcal; fueron las comadronas Sifrá y Puá, la hija del faraón y su sirvienta, Miriam y Jocabed.

Sheryl Schneider
Integrante de Núcleo Mujeres y Teología

Continúa el relato de Rizpah.


[1] De una comunidad original de 70 varones más sus familias había alcanzado a una población total de 2 000 000 (Números 1:46) aunque algunos historiadores consideran que probablemente era una cifra algo menor.