martes, 4 de octubre de 2022

El fruto de una transgresión

 

De todos es sabido la importancia que en la Biblia se da a la imposición del nombre y al cambio del mismo. Nombrar, poner nombre, significa distinguir y reconocer; el cambio de nombre implica una nueva visión de la persona, se desvela una cualidad oculta hasta entonces, una nueva identidad, muchas veces vinculada a la misión que se le encomienda.

Esta quiere ser una reflexión personal y libre, muy libre sobre el primer cambio de nombre del que nos habla la Biblia. No se trata de hacer una disertación académica sino, simplemente, de realizar una lectura pausada y atenta permitiendo que el texto nos vaya desvelando posibles interpretaciones alternativas a las habituales.

Cuando, según el relato yavista de la creación, Dios presenta al hombre la mujer, éste la reconoce como:

Hueso de mis huesos y carne de mi carne;

a ésta se la llamará varona porque del varón ha sido tomada

(Gn 2, 23)[1]

Según este nombre la mujer resulta ser una especie de prolongación del varón, una imagen especular del mismo; sin embargo, más adelante, el mismo varón que la ha reconocido como reflejo propio le cambiará el nombre por el de Eva, es decir, dadora de vida. ¿Qué sucede o ha sucedido para que se de este cambio?

Y el varón puso por nombre a su mujer hawah porque ella es madre de todo viviente

(Gn 3, 20)

Fijándonos bien descubrimos que el cambio de nombre no aparece después de que la mujer dé a luz a su primer hijo, sino que surge previamente, en otra secuencia del relato bíblico. En realidad, el cambio de nombre parece estar vinculado a la experiencia de la transgresión y sus consecuencias.

Y vio la mujer que era bueno el árbol para comer y que era agradable él a la vista y deseable el árbol para adquirir inteligencia, y tomó de su fruto y comió y dio también a su marido y comió, y se les abrieron los ojos a los dos y conocieron que estaban desnudos.

(Gn 3,6-7a)

El ser humano, varón y varona, por iniciativa de la varona come del fruto, transgrede la norma, con lo cual se les abren los ojos y toman conciencia de que están desnudos, es decir, toman conciencia de sus límites. Límites en sus relaciones personales y límites en su relación con la realidad que, según se ve más adelante, pasan a vivenciarla como algo hostil.

Ahora bien, en este punto surge un interrogante:

La prohibición puesta en boca de YHWH Elohim ¿es realmente una prohibición absoluta? ¿No puede entenderse que se trata más bien de un reto, una prueba cuya finalidad es estimular la autonomía del ser humano frente a su tendencia a la pasividad, a esperar que todo se le dé hecho?

También al reflexionar sobre el supuesto castigo que conlleva la desobediencia al mandato nos podemos preguntar: ¿es realmente un castigo? ¿no se trata más bien del impulso a salir del ámbito de bienestar, de la comodidad, tomar conciencia de la realidad y asumirla con todos sus límites?

Es precisamente después de esta toma de conciencia cuando el varón cambia el nombre de la mujer. Deja de llamarla varona y pasa a llamarla hawa, es decir, madre de todo viviente, dadora de vida. Ya no la ve como una prolongación de sí mismo, sino que la percibe como ser diferenciado que tiene vida propia; más aún, un ser capaz de dar vida.

Como se ha dicho anteriormente, este cambio de nombre no está vinculado directamente a la maternidad, aunque la incluya, sino que la capacidad de dar vida está vinculada al conocimiento. Y es la mujer precisamente quien estimula el acceso al conocimiento, es la mujer quien impulsa a la maduración, a aceptar la realidad con todos sus límites lo cual implica el abandono del paraíso, lugar donde todo se vivía como placentero y exento del esfuerzo personal. La maduración del ser humano implica necesariamente esfuerzo, y en ese esfuerzo parece ser la mujer quien toma la iniciativa.

No quiero dejar de compartir una asociación que me viene reiteradamente cuando reflexiono sobre este texto: se trata de la madre de Jesús en las bodas de Caná, según nos la presenta Juan, ella es la que impulsa a Jesús a hacer su primera señal, iniciando con ello su hora, a pesar de que él entendía que todavía no había llegado.

La iconografía nos suele presentar a María como la madre protectora que acoge en su manto a quienes acuden a ella, pocas veces, en realidad ninguna, me he encontrado con alguna imagen de María que la presente como la impulsora del inicio de la misión de Jesús. Según el evangelio de Juan, la madre está presente en el inicio de la misión de su Hijo y lo está también en la culminación de la misma. Podría decirse con un dicho popular: “está a las duras y a las maduras”

Termino esta reflexión con una sugerencia: la lectura de un libro de Mercedes Navarro que es, a mi juicio, una excelente exégesis de los capítulos 2 y 3 del Génesis; exégesis hecha desde una perspectiva muy distinta a las habituales (detrás de mi reflexión está en contenido de este libro). Se trata de:

Navarro Puerto, Mercedes. Barro y aliento. Exégesis y antropología teológica de Génesis 2-3. Madrid: Paulinas 1993.

Ma. Sol Puente
Miembro activa de Núcleo Mujeres y Teología

[1] Para los textos bíblicos se ha utilizado la traducción de Mercedes Navarro en su libro barro y aliento.