viernes, 13 de mayo de 2022

La teología de la felicidad

 

   Hace pocos días recibí por vía virtual una foto, mostraba a un infante en brazos de una persona adulta, la criatura con la mirada a una escultura de un Cristo ensangrentado, de Jesús con la corona de espinas. El niño estaba tan cerca de la escultura, que casi la tocaba.

    La imagen del bebé provoca ternura, pero esa acción del acercamiento a algo que está fuera del alcance de comprensión del pequeño visitante, sin entrar a un análisis psicológico, me genera interrogantes… ¿Cuál sería el posible discurso de quien lo sostiene?

    Sirva la introducción para relacionarla con la formación cristiana, porque desde la niñez se nos ha dado a beber el dolor, la culpa, y el pecado, de una manera endulzada, por no decir romantizado.

    Dicha tradición ha sido alimentada con figuras que han entrado por nuestras pupilas y oídos, que han permeado la memoria como símbolos y connotaciones, que en nuestro caminar hemos sometido a deconstrucción, en personal apertura y dimensión.

    El tema nos indica retroceder la mirada a la Edad Media, al siglo XII, para reconocer la tríada antes mencionada: dolor, culpa y pecado, que permeaba el ambiente de la victimización y la autoflagelación. Por ello, importante es destacar que hubo personas, quienes con valentía y determinación iniciaron un proceso contracultura, a otro nivel, vale decir, con base en un concepto diferente de percibir a Dios. Una pionera en esta hazaña fue la visionaria y polímata Hildegarda de Bingen (1098-1179), reconocida hasta 2012 como beata alemana por la Iglesia católica romana.

    Su sabiduría y poder le permitieron salvarse de la hoguera, porque no fue fácil sobrellevar el privilegio de recibir instrucciones divinas. Dichas experiencias sobrenaturales, que desde la niñez recibió, causaron asombro e incomprensión. Y de manera simple, sobre las visiones exponemos que fueron la fuente de conocimiento que recibía en una luminosidad, acompañada de una voz que le dictaba para que escribiera y lo compartiera. Hildegarda explicaba que las escuchaba en cualquier momento, sin perder sus sentidos, ni en estado de sueño, ni de éxtasis. No los percibía con los oídos corporales, sino con los del alma. Era una teofanía a la que llamaba Sombra de la luz viviente.

    En ese ámbito medieval ella observó que, las mujeres eran apartadas de vivir su libertad, estaban vedadas de ser felices, y las opciones ofrecidas eran el ascetismo, la renuncia, la donación de bienes y el sufrimiento. Además, Iglesia y sociedad iban de la mano en encaminar valores cristianos en donde a las jóvenes se les determinaba el futuro hacia la ofrenda, la entrega, y a la penitencia; percibían que la felicidad era como acto de narcicismo, o una categoría egoísta. De tal forma que en esa época, se caía en herejía cuando las mujeres buscaban la felicidad como derecho.

    Es desde ese panorama hostil que Hildegarda tejiera sus luchas y visiones. Pese a la oposición del sistema eclesial Hildegarda y las Beguinas, le dieron un giro a la vida monacal, superaron la vida de silencio, de penitencia y pobreza. Ellas instauraron cambios, negaban el dualismo imperante, concebían el ser en su totalidad, la unidad. Además, administraban sus bienes, y también compartían.

    En esta reflexión nos referimos en concreto a la visión que Hildegarda titulara: El vicio de la infelicidad y la virtud de la felicidad.

    Por ello basaban el aprendizaje en seguir a un Dios feliz, de luz, que las habitaba.

    Señalamos también que dicha visión responde a la mirada interior, a la místicaii, que se sostenía en el encuentro con Dios. Además, contempla que el hombre que se lamenta, está separado de Dios, porque ha caído en lo oscuro, y lo llenaba la infelicidad que venía del mal, en esto, debemos comprender que proviene de una creyente, hija de su tiempo, mencionaba a Lucifer como propiciador de la oscuridad sobre el actuar humano.

    Algo más, desde la mística se llegaba a la felicidad, como añadidura al pertenecer a Dios, un derecho humano al cual todas las mujeres debieran estar incluidas. Hildegarda rompió los esquemas, en los dos monasterios que fundó. Ya no todo va a ser silencio, enseña el disfrute de la vida en cada actividad desde el lema Ora et labora. Y, aún dentro de la disciplina, ella motivaba al disfrute, al derecho a satisfacer los deseos personales y los sueños que estaban contemplados en la experiencia del seguimiento y llenura de Dios.

    Cabe señalar, que la felicidad que enseñaba Hildegarda debemos comprenderla como el esplendor que tonifica, para resistir la adversidad. No se trata solo de la alegría superficial, que descuida prioridades, sino, la práctica de esa virtud, la felicidad, que proporciona el dinamismo, para facilitar de manera armoniosa la faena cotidiana.

    Para terminar, vale cuestionarnos si nuestro quehacer propicia la vida abundante que se menciona en el Nuevo Testamento en Juan 10,10, que convoca a la felicidad… y ¿Cuál es son las imágenes de Dios que sustentan hoy nuestro caminar? ¿Son nuestros los signos y discursos sobre el gozo, la celebración y propiciación de la vida, sobre la resurrección, y la encarnación?

    Sea nuestra tarea dirigida a que más mujeres alcancen sus derechos, hacia la vida digna. Que no haya más oscurantismos…

Lilian Haydee Vega Ortiz
 Integrante del Núcleo Mujeres y Teología
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i Las Beguinas fueron mujeres cristianas que, en el siglo XII, en Flandes y los Países Bajos, decidieron agruparse para vivir juntas su derecho de entrega a Dios y a los más necesitados, pero haciéndolo al margen de las estructuras de la Iglesia católica, a la que rechazaban por su corrupción y por no reconocer los derechos de las mujeres.  

ii Ver La visión, película en YouTube. Ver Scivias, la obra más importante de la escritora.