Hace poco participé en una ponencia denominada “Aportes desde las mujeres y feministas para la defensa de sus derechos y de la Madre Tierra” y hubo un diálogo donde escuché algunos comentarios que aún resuenan en mí: “Yo no tengo ni un cuarto propio”, “mi papá no me heredó algo de su tierra, por ser mujer”, “solo mis hermanos lograron”…
Esas expresiones me hacen pensar en las diversas situaciones que afrontan las mujeres, que visibiliza uno de los brazos del sistema patriarcal que las oprime a través de la desigualdad de oportunidades y trastoca sus derechos humanos.
Notemos que existe
relación con el tema de una historia de casi 3,000 años, en la biblia hebrea,
en (Núm. 27,1- 7). Trata de cinco
mujeres, sus nombres son: Maala, Noa,
Hogla, Milca y Tirsa, quienes hicieron un nudo en esta trama. Son conocidas
como las hijas de Zelofejad.
El relato refiere
que, al morir el padre, sus hijas realizaron una solicitud, para el derecho de
heredad en ausencia de hermanos, la cual fue escuchada por Moisés; con
resultados positivos al consultarle a Jehová.
Cabe mencionar que,
en la sociedad hebrea primitiva, se consideraba a la mujer, propiedad del
progenitor, quien la transfería al esposo como canje, al pago de una dote.
Además, de acuerdo a la ley de propiedad, las mujeres estaban excluidas.
Pese a las circunstancias, la iniciativa de estas hermanas influyó para crear una ley, que les beneficiara y de ahí que se estableciera de igual manera a otras mujeres ser propietarias de tierras.
Retomo la idea “el cuarto propio” del comentario inicial, para citar la propuesta de Virginia Woolf, en su obra literaria escrita hace casi cien años: el deseo de tener “una habitación propia”, en donde las mujeres pudiesen escribir, para expresarse con libertad y, además, que dispusieran de dinero para ellas mismas.
De lo citado, remarco la valentía de las
cinco mujeres mencionadas en el texto bíblico, que rompieron lo establecido por
prácticas culturales, que las opacaban y minaban la vida. Ellas lucharon por
tener lo propio y sentirse libres; desde acuerdos sororales fortalecieron su
empoderamiento.
Al visibilizar
este paradigma suscitado en tiempo lejano, sobre romper “el techo de cristal”, hace
que nos sintamos interpeladas, porque el sistema patriarcal aún nos asola. Hoy,
pese a todo, no estamos solas, junto a otras, continuamos tejiendo redes que
buscan instalar la justicia y la vida digna.
Para concluir, queda plantearnos desde lo personal:
¿Manejo la autonomía para situarme en esta sociedad demandante?; ¿cuál es la enseñanza que heredo sobre alcanzar “una habitación propia?; ¿busco alianzas para realizar mis proyectos?
Lilian Haydée Vega Ortiz
Integrante del
Núcleo Mujeres y Teología