viernes, 17 de diciembre de 2021

Violencia simbólica, un mal silencioso.

 

“Que la mujer sea sumisa y aprenda en paz. No permito que la mujer enseñe o mande a los hombres; que se quede tranquila.” 1 Timoteo 2,11-12[1]

Para las mujeres actuales con conciencia sobre su ser y dignidad resulta sumamente chocante e incómodo el lenguaje del autor de Timoteo, así como el de otros textos similares que aparecen en la Biblia con contenido patriarcal, sexista y misógino.  Aunque en esta reflexión no se pretende realizar una exégesis del texto, sí se quiere enfocar la importancia de identificar cómo opera la violencia simbólica desde los espacios considerados “sagrados”.

Este concepto de violencia simbólica (Bordieu, 1970) refiere un tipo de violencia que es invisible, sutil, que pasa desapercibido pero es muy poderoso, y la persona que lo sufre lo acepta a fin de obtener reconocimiento en su círculo social. Se consolida desde la dominación patriarcal a través de los roles establecidos para cada género, naturalizándolos y sin advertir que son en realidad, una construcción política y social. 

Elizabeth Gareca al respecto, afirma:

“Con este tipo de violencia lidiamos en lo cotidiano: en la calle, en la casa, en el trabajo, en los medios de comunicación, en la iglesia, en la escuela, no hay espacio social en el que estemos libre de esta violencia sutil e invisible para la mayoría de mujeres y varones. Se dice de esta violencia que es indolora, incolora e inodora. Se hace mediante canciones, chistes, propagandas, películas, cuentos, sermones eclesiales, dibujos, arte, poemas, memes de las redes sociales, discursos políticos, enseñanza escolar, etc. Es, este tipo de violencia la que más se practica en ambientes religiosos e iglesias”[2].

Volviendo al texto de Timoteo 2,11 ss., su contexto se sitúa en los inicios del cristianismo y refleja la retórica que los líderes religiosos utilizaron para fundamentar la dominación del género masculino sobre el femenino.   Esta falacia se asentaba sobre la base de un orden querido por Dios para lograr el sometimiento y la obediencia de las mujeres debido a su carácter secundario. En los versículos 13-14, se expresa:

  “Miren que Adán fue formado primero y después Eva.  Y no fue Adán el que se dejó seducir; la mujer se dejó seducir y luego desobedeció, y se salvará por la maternidad…con tal que ellas perseveren en la fe, el amor y una vida santa, y que sean capaces de moderarse.”

En un segundo momento, el autor justifica la subordinación de las mujeres al dar como base la idea arquetípica de que Eva, la madre simbólica de todas las mujeres mortales, es un ser moralmente débil. La única forma de salvación para las mujeres sería entonces a través del rol de la maternidad, siempre y cuando adopten un estilo de vida “santa” que implica la moderación.  Esta última condición ofrece indicios para pensar que la participación de las mujeres en los inicios del cristianismo, se salía de ese “orden” y de los códigos domésticos diseñados para ellas. En la prohibición de no enseñar o liderar como un varón está la clave para detectar que había mujeres que realizaban esas actividades.

 Desde un enfoque hermenéutico actual, el texto se puede considerar no normativo sino más bien circunstancial, por lo tanto debiera ser inofensivo para las mujeres de otros tiempos y culturas.  Sin embargo, la historia y la experiencia de las mujeres es muy distinta, debido a que este y otros textos parecidos fueron utilizados dentro de la retórica teológica de los padres de los primeros siglos del cristianismo, así como de los posteriores, hasta integrarlos como parte de la doctrina cristiana.

Es así como la suma de la sacralización de los textos patriarcales que se encuentran en la Biblia y la permanencia de un discurso fundamentado en estos, lograron la subordinación sistemática de las mujeres, violentando su dignidad y autovaloración. Sobre este imaginario desvirtuado del ser de las mujeres se han naturalizado los estereotipos y las relaciones desiguales entre géneros, que operan en las distintas instituciones sociales como la familia, la escuela, las iglesias; de ahí que sea necesario identificar y erradicar esta forma de violencia[3].

El poder del lenguaje: crear y resignificar

El lenguaje es un elemento simbólico que expresa realidades.  Las mujeres al no ser incluidas y nombradas son invisibilizadas. Por lo tanto, la violencia simbólica radica en no respetar su opinión y ni ser escuchadas. 

Es imprescindible un ejercicio de empoderamiento personal y comunitario donde se identifiquen y a la vez se rechacen las formas de violencia simbólica insertas en los mensajes que se escuchan y se reproducen. En especial, aquellos que despojan a las mujeres del reconocimiento de su autoridad y de la dignidad original de ser creadas a imagen y semejanza divina (Gn 1,27).  Solo así podrá escucharse la voz de las mujeres tan necesaria en estos tiempos. 

Que la creación y recreación desde la propia palabra traiga esperanza a quienes conforman el tejido de estas nuevas generaciones que buscan la justicia para todas, todos y todes.

 



                             Lubia de León                                                      Integrante del Núcleo Mujeres y Teología           




[1] La Biblia Latinoamérica (Edición San Pablo/EDV, 2005).

[2] Elizabeth Gareca, ¿Violencia  simbólica en las iglesias? UBL, 28 de mayo 2020, acceso diciembre 2021, https://blog.ubl.ac.cr/2020/05/14/violencia-simbolica-en-las-iglesias-

 

[3] Ver algunas ilustraciones en https://cddcolombia.org/violencia-simbolica/