jueves, 12 de noviembre de 2020

Pandemia, tiempo de oportunidad para un nuevo amanecer

           

La pandemia ha sido un golpe bajo para la arrogancia humana.  Vino sin ser invitada y no está dispuesta a irse pronto.  El ser humano, explorador, conquistador, creativo; se ha visto ninguneado, con toda su ciencia y tecnología, por un virus que, según los científicos, no mide más de 67 nanómetros[1] de diámetro.

Aún no está claro, después de un año de su aparición en el mundo, cómo se propaga, qué órganos ataca, cuáles son sus síntomas específicos o cómo muta. Sin embargo, ha llevado a la humanidad a verse de frente con su insignificancia, su nulidad, su temporalidad.  No hay humano inmune al virus, y por ahora, no hay dinero que pueda garantizar la vida de nadie frente a este.  Al ser humano, que pensaba que tenía el control de todo, no le queda otra que aceptar que vida y muerte escapan de su dominio y que son “un asunto serio”[2].

Al mundo, que no podía parar; a los mercados que solo conocían crecer, les fue puesto un alto.  Los índices de las bolsas cayeron; el consumo, supuesto motor del desarrollo, se detuvo.  ¿Quién diría que las otroras multimillonarias líneas aéreas, las grandes cadenas hoteleras, las petroleras, junto con tantas otras empresas, tuvieran un colapso económico? ¿Que los grandes índices del mercado dejarían de controlar el mundo para dar paso a la espera e incertidumbre?  Pareciera como si un rayo de luz divina se hubiera abierto paso entre el humo de la industria para iluminar tantas vidas que, al detenerse, descubrieron dimensiones de su ser desconocidas.

Las dificultades económicas de tantas familias obligaron a muchos a buscar refugio con sus familiares, volviendo a sus vínculos más ancestrales.  Los hijos regresaron al regazo de sus madres, llorando sus pérdidas, pero honrando sus orígenes.  El tráfico y la neurosis colectiva pasaron al trabajo en casa, reuniendo parejas que antes no tenían tiempo para compartir, dando ahora la oportunidad de evaluar si podían convivir.

Los hijos fueron obligados a pasar más tiempo en casa y los padres a ser creativos para compartir tiempo con ellos.  Las familias recordaron los viejos juegos de mesa.  Los jóvenes buscaron recetas en redes sociales para sorprender a los demás.  Incluso hubo competencias en artes culinarias.  Los padres desempolvaron las viejas recetas de la abuela buscando superar las novedades de las redes.

Las grandes bodas fueron canceladas y triunfó el amor, ya que los jóvenes decidieron que aún sin espectáculo, valía la pena entregarse uno al otro por el resto de sus vidas.   También hubo quien descubrió que vivía con algún desconocido y decidió darse la oportunidad para conocerse a sí misma.

Muchas personas habrán tenido el tiempo de leer libros que desde tiempo atrás querían leer, meditar, pintar, escribir, hacer el jardín, contar cuentos, aprender algo nuevo online… tanto por hacer, cuando podemos decidir por nosotras mismas cómo invertir el tiempo.

Las mujeres ante la crisis sanitaria

La emergencia médica, sacó lo mejor de tantas personas comprometidas con la salud, pero su insuficiencia despertó la medicina alternativa que había sido desdeñada.  De repente, tuvieron importancia las mujeres que guardaban los secretos de las plantas, las sanadoras, las chamanas, las que honran la naturaleza, las cuidadoras.  Valdría la pena hacer un estudio comparativo entre la eficacia de los métodos alopáticos comparados con las terapias alternativas y naturales ya que, ante las manifestaciones tan erráticas del virus, no hay tratamiento seguro y los pueblos parecieran tener buenos resultados con tratamientos naturales y energéticos frente al virus. 

Con este fuerte cambio en el orden mundial, empezó a adquirir importancia la acogida de la madre, la cocina en casa, la nutrición sana, mientras más natural y en contacto con la tierra, mejor.  Empezamos a buscar la cercanía con la madre tierra, sus medicinas y terapias y nos abrimos a las fuerzas del cosmos buscando relacionarnos con la energía del universo que lo penetra todo.  Y allí, abriendo nuestras conciencias, descubrimos que la muerte no es la enemiga que nos roba la vida, sino una gran hermana que puede sacar lo mejor de nosotras.  Ya lo había dicho Francisco de Asís hace siglos.

También han sido esas mujeres sanadoras, quienes han acompañado a las familias que enterraron seres amados, sostuvieron sus manos, oraron, invocaron y llevaron luz, esperanza y consuelo entre tanto dolor ante la muerte repentina.  Las mujeres suelen organizarse para acompañar a quienes sufren, escuchan los lamentos, acogen del dolor, llevan alimento para el cuerpo y el alma, y transmutan el sufrimiento.

Las mujeres saben honrar la vulnerabilidad y recuperar la sacramentalidad de la vida.  Viven el dolor de la opresión de su género día a día y desde allí reconocen que el hombre no tiene la última palabra.  Saben que la muerte, desde Jesús de Nazareth, es una buena noticia, que el Dios revelado por Jesús, no abandona al ser humano en la cruz, que la última palabra no la tiene el poder del mundo, ni la violencia, ni la muerte.  Confían en Dios que levanta los huesos secos del desierto (Ez 37), saben que la muerte ha perdido su aguijón (1 Cor 15,55ss), que es ganancia (Flp 1, 21) y llenas de fe, llevan amor y esperanza a los hogares sufrientes.

La oportunidad

Resulta que este ínfimo virus trae un mensaje: ha venido a subvertir el orden mundial.  Ha venido a cambiar las estructuras y los valores de las cosas, ha desafiado a las fuerzas ostentosas y la dominación, haciendo surgir la necesidad del cuidado del otro, la acogida y el amor sororales. Se reveló la urgente necesidad de la solidaridad, del cuidado por los otros, la responsabilidad social, la dependencia mutua; tal como muy bien lo ha expuesto el papa Francisco en su encíclica Fratelli tuti; y que todos los grandes místicos de todas las religiones no han cesado de repetir por milenos. 

Nos enseñó lo absurdo de la competencia, del afán de tener y poseer, y la necesidad de construir sociedades más solidarias y fraternas, donde nos importen nuestros vecinos como seres humanos, hermanas y hermanos todos.  Donde dejemos de construir muros para defender nuestras posesiones de las personas desposeídas.  Ya que este virus ¡se salta los muros!  Debe preocuparnos que las y los más pobres entre los pobres estén libres del virus.  Mientras alguien tenga el virus ¡todas las personas estamos en riesgo!  No había sido así con el hambre, la pobreza, la esclavitud, la migración….  Siempre hubo palacetes donde, quien podía, se refugiaba de lo que incomoda.  No es así con este implacable virus, que no respeta condición social, económica ni nada, ha sido el bicho más democrático del último siglo.

Pareciera ser que la Madre Tierra nos ofrece un año de gracia, una nueva oportunidad para recrearnos como humanidad, un año sabático según la tradición bíblica:   cada siete años, se perdonaban las deudas, los esclavos eran dejados en libertad, los campos quedaban sin cultivar y sus frutos espontáneos quedaban para los pobres (Ex 21, 2-6; 23, 10-13; Dt 15, 1-18; Lv 25, 1-7.20-22)[3].   El Covid 19 ha revelado que los sistemas ideológicos construidos por los hombres son insostenibles ya que, han creado mayores brechas entre los habitantes.  El consumismo, al final, nos consume a nosotros mismos; el patriarcado, con su idea de conquista y dominio, no puede hacer nada frente a este ínfimo virus, tampoco el más robusto sistema económico de mercado puede comprar un minuto de vida a un enfermo, o dar fuerza a un médico exhausto. 

Abrazando el dolor y la muerte, con fe en que la vida tiene sentido más allá de nuestro espacio temporal, podemos reconocer este tiempo como un extraordinario tiempo de gracia ofrecido a la humanidad, tiempo de vuelta al interior, de vincularnos con nuestras entrañas y descubrir nuestra relación con toda la creación.  El dolor y la muerte, tal y como lo han enseñado todas las tradiciones religiosas, son parte de la vida misma.  Traen un nuevo amanecer, redimensionan la vida descubriendo lo que en realidad importa.

¿No ha sido el ser humano y su avaricia un virus implacable para el mundo y su diversidad de vida?

Al final de cuentas, lo que en lo más íntimo de nuestro ser buscamos, es volver al regazo de la Madre Tierra, que acoge incondicionalmente, transmuta nuestra energía y nos hace eternos.  Sin lugar a dudas, esto es un gran mensaje del Covid 19:  si escuchamos, podemos reconocer esta época como un tiempo de gracia para redescubrir lo importante, reconocer que necesariamente estamos todas/os en un mismo barco y nos necesitamos unos/as a otras/os, es una invitación a construir una nueva humanidad.  Todas y todos somo hermanas/os como lo dijo el jefe Seattle[4]:  hijos de la tierra, los ríos son su sangre y ella no se puede poseer.     

                                                                                

Silke Apel, teóloga y comunicadora 







[2] Sutra del final del día: “Desde lo más profundo del corazón os digo a todos: Vida y muerte son un asunto serio.

Todo pasa deprisa; estad todos muy vigilantes. Nadie sea descuidado. Nadie olvidadizo”.

[3] Diccionario de términos religiosos y afines; Editorial Verbo Divino, Madrid 1996

[4] Cf. Carta del Jefe Seattle al presidente norteamericano Franklyn Pierce, 1854

martes, 11 de agosto de 2020

Analogía: Agua-Mujer

 

Mujer, eres agua, fuente del beber de la vida. Danzas en los riachuelos, nacimientos y todo lo que invita a moverte, a extenderte al vaivén de tu alegre paso. Es una danza al verdor, a la creación, a los frutos; das vida a la creación. Mujer, danzas y tus movimientos despuntan firmeza y lucha, fecundas pensamientos que impulsan a la vida, refrescas los corazones con tu ternura, afán y espíritu de crecimiento para una humanidad  fértil, justa, libre, soñadora. Eres agua que, cuando la mano violenta contamina tus sueños sufres, mueres, pero no detienes tu rumbo. El mar muerto yace, pero es historia.

Tú, Mujer, que manos violentas con escasez de sentimientos mutilan tu fertilidad, tus sueños, tu justa lucha, mueres, pero sigues en movimiento, siguen existiendo tus sentimientos en la humanidad que has bañado con tu agua a lo largo de los años, y los corazones no pueden borrar esas huellas impregnadas. ¡Vives, agua; vives, ¡mujer! Sigues en la ruta del camino eterno de la realización, de la proyección justa que nadie podrá truncar.

Agua, te veo inmortalizada en Semuc Champey, en el río La Pasión, en el lago de Atitlán, en el lago de Amatitlán, en todas las hermosas cuencas de nuestro país y en todas las personas que luchan por cuidarte y conservarte. Mujer, te veo en las mujeres que Dios ha tocado y no permiten que sus cuerpos sean abusados. Le dan libertad a su cuerpo para que exprese lo que siente.

Madre, mujer de tierra, de monte fresco, de agua cristalina, me enseñaste el valor de convivir con la naturaleza, el agua, las flores, los animales. Siempre con la vida. La frescura de esta hermana mía siempre, siempre, mojaba mis pies, refrescaba mi vida y la hacía plena. Por eso hoy al amanecer me sumerjo en el agua fresca, y esta frescura besa mi alma, me reconforta, nuevamente armonizo con la naturaleza que me ha besado por años.

Pero, ¡alto!, has sido mancillada, mi hermana; sin embargo, sigues recorriendo los caminos de la Madre Tierra y hace elevar mi espíritu que me une al cordón umbilical y este me empuja a seguir rompiendo las cadenas y a fecundar mis sueños.

El agua cristalina y fresca ha cambiado su color, se ha tornado oscuro triste. Su frescura  ha perdido candidez. Han roto tu corazón y hundido sus raíces en el barro. Pero Jesús mismo, mujer reconoce tu grandeza, ternura, generosidad; con Él al vaciar el perfume impregnas tu olor a tierra mojada, y Él lo recibe con mucho amor (Mt. 26,1-13), Jesús también resalta la igualdad el respeto y la dignidad, sin hacer ninguna diferencia de clase, religión o territorio (Juan 4-42). Jesús, gracias por tu agua viva que anima siempre nuestras luchas en busca de la justicia, la igualdad y sororidad.

Sin embargo, en ciertas circunstancias de la vida sus besos se volvieron insípidos, duros y desafiantes. Quieres refrescar mi alma, pero has encontrado bejucos, piedras y laberintos que se lo impiden. Mas la fuerza de tu frescura ha abierto mi mente y mi corazón.

 Por tanto, agua, Santa Agua, dulce agua, bella agua, tierna agua, Santa de mi infancia, agua de mis caminos. Mujer de lucha, de fuerza incansable, de bellos colores, no doblegues tu lucha. Tu fe, tu fuerza, tu diálogo interior, el reconocimiento de tus cualidades, no solo purificarán esa Santa Agua, esa fuerte mujer. Cada cambio de color de tu agua es una lección en tu vida. Cada pérdida de frescura es un nuevo aprendizaje, una lección que robustece tu alma, tu espíritu, tu caminar.

Agua, regresa a mi camino como fuente inagotable, como compañera fuerte, limpia y transparente. Mujer, tus raíces resurgen de la tierra con nueva frescura, con ímpetu de gracia, color, armonía, equilibrio, esperanza, fuerza y presencia infinita.  


 

Feli Pineda, es pedagoga, en educación  tiene un Diplomado                    
 en Teología  es  Socia del Núcleo Mujeres y Teología




viernes, 3 de julio de 2020


El género y la igualdad en tiempos de coronavirusNuestras Reflexiones
03-07-2020




La reflexión del mes de julio refleja un acercamiento de la crisis de la pandemia 2020. Especialmente las mujeres en confinamiento llevan consigo diversas cargas, físicas, emocionales y psicológicas. Se suma el ambiente inestable e inseguro intra y extra familiar.  El monólogo presentado, está inspirado en las mujeres que desde su cotidianidad se resisten a lo adverso. La teología feminista rescata la experiencia de las mujeres, y la hermenéutica nos conduce a analizar los escenarios donde transitan, sus palabras y sentires, como sus sueños. Así, en ese conocimiento despejaremos los nudos, los silencios, y buscaremos las pistas para encontrar preguntas y respuestas que nos conduzcan a tejer la vida, con cambio de paradigmas, en la dimensión de sociedades más justas.   

Monólogo de una feminista confinada
Las ideas se trenzan en mi mente,
como semáforo alertan las noticias
 del Covid19:
 confinamiento, #quèdateencasa,
prevención, tratamiento, protocolos… corrupción;
desempleo, pobreza, hambre, injusticia, violencia.
Estoy abrumada, contrariada.
Tengo sed, debo lavarme las manos
¡lavarse las manos!…, el grifo ríe con gargarismos
en burla municipal cuando lo giro.
Mis pupilas brillan cuando escucho el flujo del agua que surte mi vecindad.
 Ya vendrá, solo faltan dos horas…ya subirá, aquí al cuarto nivel.
¡Ya, ya, basta los ya!
 Con tenacidad despejaré cada problema
aferrada a la Divina Sabiduría.
En mi estancia esculpiré ventanas
aún con cincuenta, cien o más tropiezos.
Ahora veo, no estoy sola, soy pieza del tejido en común-unidad
donde la compasión y la empatía se abrazan.
Desde pequeños detalles trazaremos puentes
irrumpiremos los esquemas y los fundamentalismos,
 abriremos los círculos cerrados, y se extenderán los núcleos.
Es tiempo de replantear y de replantar,
compartiremos semillas a más mujeres, la teología en complicidad,
y caerán las vendas de sus ojos.
Y al encuentro correrán oportunidades de vida,
como juncos de bambú a nuestro paso,
de saberes contracultura, de pensares reinventando los mitos,
al brindar diáfanas epistemologías.
Y nos crecerán las alas, y juntas viajaremos por senderos de luz,
Es tiempo de respirar aire límpido,
es tiempo de replantear sentires
y de replantar acciones con fresca broza.

Lilian Haydee Vega Ortiz
Julio 2020



martes, 2 de junio de 2020

Dentro/fuera

Salud mental y coronavirus: cómo afrontar la situación de aislamiento
Nuestras Reflexiones 02-06-2020






En mis paseos en solitario, que no en soledad, por el jardín de mi casa –yo tengo la suerte de tener jardín-, he ido gestando esta reflexión que quiero compartirles ahora. Entre los cantos de los pájaros y los ruidos de los carros, voy haciendo mi propia reflexión. Desde mi jardín veo que la vida sigue adelante: árboles que dan fruto, plantas que brotan sin saber cómo, flores que ofertan su belleza. Y me pregunto si, cuando toda esta situación que ahora vivimos acabe, nuestra propia vida y la de las demás personas, seguirá también adelante.

Pareciera que hoy no se puede hablar de otra cosa más que de la pandemia del Covid-19 que nos está afectando, no solo los espacios cotidianos, sino la vida misma. Por todos lados escuchamos y nos lo recuerdan con mensajes, videos, memes… yo me quedo en casa… no salgas a la calle si no es necesario… quédate en casa… Cuídate y cuida a los demás… pero en cuanto reducen las restricciones, todas/os salimos disparadas/os a la calle a seguir haciendo lo de siempre. O nos dedicamos a hacer críticas, sin ofertar ninguna propuesta válida, ni asumir nuestra común responsabilidad en la situación que vivimos.

Hay otros mensajes más de fondo: después de esta experiencia de aislamiento en casa y de tantas cosas que hemos tenido que asumir, aún sin gustarnos, no vamos a ser las/os mismas/os, hemos aprendido la lección, las cosas no van a seguir igual, vamos a darle valor a lo que realmente lo tiene y que hemos descubierto desde la constatación de lo sucedido, no sé si desde el reconocimiento y aceptación de nuestra fragilidad y necesidad de las/os otras/os… Soñamos con abrazos, encuentros amicales, vuelta al trabajo de cada día, regreso a los estudios. Parece que todo volverá a la normalidad. ¿Qué cosas van a cambiar en nuestra vida y en nuestras relaciones con las/os demás, con nosotras/os mismas/os, qué va a seguir siendo la normalidad? ¿Hemos tomado conciencia de las personas y familias que han quedado sin trabajo, de las que no pueden comer cada día lo que necesitan? Porque esta pandemia ha dejado al descubierto tantas carencias, tantas problemáticas que sufren y van a seguir sufriendo muchas personas de falta de trabajo, desnutrición, falta de atención médica adecuada, dolor y muerte, con las que ni siquiera contábamos en nuestras vidas. Esta experiencia de ver la realidad de fuera,  ¿nos ha hecho “mirarnos  hacia dentro”?.

Cuando decimos dentro, ¿estamos pensando en el espacio físico que componen nuestras casas? Yo pregunto si eso nos ha llevado, realmente, a “entrar en nosotras/os mismas/os” y a tomar conciencia de nuestra realidad como seres humanos y nuestra relación con el entorno, los demás y Dios. Porque podemos estar dentro, pero fuera de nosotras/os mismas/os. Y por qué digo esto, porque la experiencia y el comportamiento de las personas en tantos momentos de este tiempo de confinamiento no han cambiado nada. Seguimos siendo irresponsables, hacemos lo que mejor nos conviene a cada una/o, sin pensar en los demás. Incluso algunos aprovechan la coyuntura para hacer daño a otras/os, aumentando precios, manipular sentimientos, indiferentes a la hambruna que ha provocado llamadas de atención con banderas blancas en las casas denunciando la necesidad de alimentos, aumentando la violencia contra las mujeres, uno de los grupos más vulnerables en esta pandemia.

Estamos dentro… pero vivimos hacia fuera.
Dicen, desde la pedagogía, que para adquirir un hábito se necesita repetir, la misma conducta, al menos veintiún días… llevamos dos meses dentro de casa, reflexionando, dicen, y seguimos viviendo  fuera de nuestro ser más profundo.

Pero también es verdad que, y aquí siento que sigue viva la esperanza de un cambio, hay muchas personas que viviendo fuera, están llegando a lo más profundo y humanizador de sí mismas, que les permite reconocerlo y asumirlo como su mejor verdad, su interioridad, desde dentro de sí. Y hemos visto tantos gestos de solidaridad y de entrega de la propia vida.

Esta es la tremenda paradoja que nos permite constatar la complejidad del ser humano, que como dice Pablo, “hago lo que no quiero y dejo de hacer lo que quiero”. Pero para provocar cambios hay que hacer silencio y buscar en nuestro interior, mi mejor yo que me permita descubrir esa otra manera de entender la vida y me impulse a cambiar mis valores, mis criterios, mis relaciones con los demás.

Quiero sostener mi esperanza en que otro mundo es posible. Pero tengo la certeza de que solo puede realizarse desde una  experiencia profunda y una toma de conciencia honda de quiénes somos y cuál es nuestro sueño de un mundo más humanizado, trabajando por devolver sanación, ternura y fraternidad… desde nuestro mejor dentro  y proyectarlo en el servicio, la cogida, el respeto a la dignidad de las personas y la tierra y la solidaridad hacia nuestro consciente fuera”.

Quienes entendemos la vida desde Jesús de Nazaret, sabemos lo que tenemos que hacer y convertir cada día, estemos donde estemos. Recrear, en nuestra propia historia, la historia de Jesús.

Jesús de Nazaret tuvo que hacer su propia experiencia de silencio interior para reconocer dentro de sí a Dios como Padre bueno y a cada ser humano como su hermano. Descubrir el sentido verdadero de la vida, la verdad de Dios y de la persona y ponerse al servicio de ese proyecto de humanización que también llamamos Reino. Entrar dentro, para poder ser fuera.

Dice Javier Melloni S.J. hablando de una espiritualidad encarnada, necesaria para los tiempos de hoy, que para ahondar y vivir de esta manera necesitamos tres cosas: Tiempo para silenciarse; escucha de nosotras/os mismas/os y de los demás; y respuesta, acción transformadora de cada persona, de las relaciones, de la madre tierra en dirección al Reino. Transformación de los seres humanos, de la tierra, que todavía está en el exilio, pero que camina hacia su plenitud.

Vivamos desde dentro. Aprendamos y estemos disponibles para esos cambios tan necesarios que decimos, para crecer en humanidad y solidaridad ciudadana, que nos permita, sacar del mal que hoy sufrimos, lo bueno que se esconde en cada una/o de nosotras/os; para que no se quede toda la experiencia dura y mortal, en una afirmación sin sentido de que después de esta pandemia todo va a ser diferente afuera.

Comencemos por ser diferentes cada una/o de nosotras/os. Y si necesitamos más de veintiún días, creo que este coronavirus, nos va a dar la oportunidad.









Chus Laveda
Núcleo Mujeres y Teología


lunes, 4 de mayo de 2020

María de Nazaret: mujer de fe y discípula misionera


                                                 

 
                                        La devoción a María en el contexto 
                                                          del Reino de Dios


    
 La Iglesia católica siempre tuvo gran aprecio por la persona de   María y por eso ha animado y orientado, mediante diversos   documentos y pronunciamientos, el culto mariano. Pero, las   prácticas devocionales creadas y/o propagadas por un buen   número  de líderes eclesiásticos y laicos van más allá de la   orientación de los documentos. Como resultado, en muchas   parroquias, grupos y movimientos eclesiales, lo que vemos es un   exacerbado devocionismo mariano que no educa ni conduce a una   fe adulta y comprometida.

Es común en la tradición cristiana presentar a María como mujer, virgen y madre. Estos tres atributos o identificaciones de su persona parecen ser indiscutibles, particularmente en la tradición católica romana. Los expertos parecen encontrar en la Biblia y en la tradición cristiana, especialmente de los antiguos Padres de la Iglesia, referencias que subyacen a esta triple identidad. Es a partir de esta condición identitaria que los fieles acuden a ella, doblan sus rodillas, cantan, piden, lloran, hacen promesas y peregrinaciones.

Debido a esta su condición especial muchos la proclaman reina del cielo, la coronan en la tierra y periódicamente cambian sus vestiduras como si le debieran no sólo respeto, sino cuidado y reverencia continua. Delante de la imagen de María, todos se transforman en niñas/os o mendigas/os, como si ella fuera el último recurso para salir de una situación extrema, aparentemente sin salida. Las relaciones con ella nunca se rompen, incluso si las/os fieles no tienen sus peticiones satisfechas. Hay algo del deseo de superar la orfandad y el abandono en sus diferentes formas, que siempre está presente en esta relación.

Además de estas visiones de María, a nosotras mujeres, de modo especial, nos han presentado la figura de una María humilde, silenciosa, servidora, que no cuestiona nada y siempre dice “sí” a todos. Una María “purísima”, que nunca pasó por las dificultades que la mayor parte de las mujeres tienen que enfrentar en su vida sexual y sus relaciones conyugales. Esa figura de María no nos hace bien. La historia y la espiritualidad de las mujeres está llena de muchas experiencias de autoculpabilización, que nos aleja todavía más de la figura de la María histórica, que ha pasado por las mismas dificultades de las mujeres de su tiempo. Por eso, en este breve texto quiero proponer otra visión de la devoción a María, desde la perspectiva de la misión.

  La devoción a María en el Contexto del Reino

La devoción a María, iluminada por la Palabra de Dios y por Su ejemplo, orienta a seguir a Jesucristo y comprometernos con su Reino. Aprendimos con María a contemplar el rostro de Cristo en el rostro de sus hermanos sufrientes "más pequeños" (Mt 25,31ss), y a experimentar la profundidad de su amor liberador. Con su cuidado por todas las personas en sus necesidades, como en la visita de apoyo a su prima anciana, Isabel (Lucas 1,39-56), y en Caná de Galilea (Juan 2, 1-11), cuando falta el vino necesario para la completa alegría familiar, la madre y compañera fiel de la Iglesia ayuda a mantener vivas nuestras actitudes misioneras de atención, servicio, entrega y gratitud, que deben distinguir a todas las personas discípulas seguidoras de Jesucristo.

La atención misionera de María a las necesidades de las personas más vulnerables nos indica cómo hacer para que los pobres sean acogidos, amados y amparados. La solidaridad de la Madre de Jesús genera comunión y fraternidad y educa para un estilo de vida compartida y solidaria. Esta fuerte presencia de María enriquece la dimensión misionera de la Iglesia y la convierte en lugar de comunión y espacio fecundo de preparación para asumir la misión en la perspectiva del Reino de Dios.

Es sorprendente la espiritualidad mariana que brota a partir del contexto del Reino de Dios. En él María es contemplada en su debido lugar, junto a otras mujeres, como una discípula misionera de fe y valentía, que no tiene miedo de exponerse porque sabe que Dios hace en ella y por medio de ella "grandes cosas" (Lucas 1,39-56). Ella sabe reconocer los signos de Dios actuando en la historia de su pueblo para liberarlo. La memoria de la lucha de muchas mujeres, sus antecesoras, por la liberación de su pueblo está bien viva en su corazón. Por eso María cultiva una espiritualidad atenta a sus clamores y no se desanima ante los poderosos; es una espiritualidad que restablece la fuerza de los débiles y afirma el coraje de quien lucha en la defensa de la vida de los pobres.

Así es también, hoy, la espiritualidad de las mujeres y de las personas que se ponen al servicio del pueblo sufrido y explotado: una espiritualidad que desafía a las fuerzas opresoras y dominadoras porque sabe que el Dios de la historia no abandona a sus hijos e hijas, y quiere "vida en abundancia para todas las personas" (Juan 10,10). Le toca a la "Iglesia misionera en salida", como dijo el Papa Francisco, como simple servidora del Evangelio, debe potenciar la acción de María entre los "pequeños", amados de Jesús y razón de ser de su encarnación y misión.

La contemplación de María como discípula misionera une y empodera a todas las personas que a ella recurren, sobre todo a las mujeres, haciéndolas persistentes y valientes, capaces de enfrentar y superar todo tipo de obstáculos. La devoción mariana, en esa perspectiva, adquiere una dimensión profético- liberadora, ya que es una espiritualidad histórica, capaz de leer los signos de Dios en la historia personal y colectiva, y de actuar en la realidad de hoy conforme a los principios del Reino de Dios.

Conclusión
Una "Iglesia misionera en salida" no puede asumir o alimentar ninguna práctica devocional mariana que retire a María de su contexto sociohistórico, político y religioso. El pueblo más pobre (los anawim), aún hoy, tiene el sagrado derecho de acercarse a María a partir de su situación real y de identificarse con ella por su fe, su fuerza, su persistencia, su servicio solidario y su entrega al proyecto libertador del Reino amoroso de Dios, constituido de justicia, paz y solidaridad universal. Especialmente en el contexto del continente latinoamericano y caribeño, María brilla como ejemplo vivo del seguimiento a Jesucristo, como fiel discípula misionera, como mujer, madre, hermana, compañera, inspiradora y maestra, que nos invita a “salir” al encuentro de las personas más sufrientes en la realidad en que vivimos. 

Para reflexionar:

1)  ¿Qué lugar ocupa María de Nazaret, mujer de fe y discípula misionera, en mi espiritualidad?
2)  ¿Con cuáles aspectos de su vida más me identifico?
3)  ¿Qué necesitamos cambiar para seguir el ejemplo de María discípula misionera? 


Hna. Alzira Munhoz – CF[1]






[1] Alzira Munhoz es licenciada en filosofía y teología, maestra y doctora en teología y profesora de teología en la Universidad Rafael Landívar y en el Instituto Centroamericano de Ciencias Religiosas, de Guatemala. Pertenece a la Congregación de las Hermanas Catequistas Franciscanas.