miércoles, 9 de agosto de 2017

Soltando dos pájaros de la jaula


   Por Geraldina Céspedes, op               

Hay dos realidades que nos están urgiendo hoy a un cambio de mentalidad en la manera de percibir y de vivir la relación con el cosmos y la relación entre hombres y mujeres: el deterioro del medioambiente y la violencia hacia las mujeres. Precisamente, con el objetivo de responder al desafío que estas dos magnas cuestiones nos presentan surge la corriente denominada ecofeminista que analiza la conexión entre la crisis ecológica y la crisis del patriarcado y que nos plantea que nuestro sueño de otro mundo posible ha de articular la lucha por la sostenibilidad medioambiental con la lucha por relaciones justas y equitativas entre hombres y mujeres.

El ecofeminismo intenta soltar dos pájaros de una jaula al buscar sanar y liberar desde la escucha a los dos gritos que hoy expresan con más fuerza el sufrimiento ecohumano: el grito de la tierra y al grito de las mujeres. Es una perspectiva que indica la relación existente entre dos de los movimientos más importantes de nuestra época: el movimiento feminista y el movimiento ecológico, que junto a otros movimientos están sacudiendo las referencias tradicionales en nuestra forma habitual de entender el mundo.

El ecofeminismo se opone a la apropiación patriarcal tanto de la naturaleza como de las mujeres, considerados objetos de dominación para el crecimiento del capital, y al modelo dominante de desarrollo, basado en el crecimiento y el lucro y su estrategia de modernización que destruye la diversidad biológica y cultural. Uno de los rasgos fundamentales del ecofeminismo es que percibe la interconexión entre todas las formas de opresión y violencia que afectan a las mujeres y a la naturaleza. Así, quiere oponerse a la apropiación masculina de la agricultura y de la reproducción (fertilidad de la tierra y fecundidad de la mujer), que no es más que una consecuencia del desarrollismo occidental de tipo patriarcal y economicista. Dicha apropiación se manifiesta especialmente en dos efectos perniciosos para la naturaleza y para las mujeres: la sobreexplotación de la tierra y la mercantilización de la sexualidad femenina, cuya expresión más degradante lo constituye hoy día el tráfico de niñas y mujeres para fines de prostitución.


                                                                          El actual modelo económico, basado en la obtención de un máximo beneficio, necesita del sistema patriarcal, es decir, necesita que unos dominemos sobre otras/otros para poder mantenerse. El ecofeminismo busca derrumbar esa mentalidad patriarcal que no sólo considera a las mujeres como ciudadanas de segunda categoría, sino que usa la naturaleza como objeto de dominación y lucro, sometiendo a ambas desde una visión jerárquica y sexista del mundo. Desde esa mentalidad, la tierra y las mujeres son vistas como objetos a utilizar, conquistar, someter y violar. Por eso se usa el mismo vocabulario machista para hablar de las mujeres y la naturaleza.

El ecofeminismo analiza la vinculación entre patriarcado, militarismo y destrucción del medio ambiente. Las guerras conllevan la destrucción de la naturaleza: seres humanos, cultivos, animales, contaminación del aire, del agua y de los suelos, etc. Muchos conflictos actuales, que frecuentemente sólo se consideran desde la perspectiva política o económica, tienen que ver con la crisis medioambiental y con la imposición de un paradigma patriarcal y androcéntrico que no ha hecho más que deshumanizar tanto al hombre como a la mujer.

Al analizar los distintos síntomas de la degradación medioambiental captamos su relación con el crecimiento de la brecha entre ricos y pobres, percibiéndolo como un problema de injusticia en la relación Norte-Sur. El Norte no sólo consume sus propias materias primas, sino que consume más del 60% de los alimentos que produce el planeta, más de dos tercios de los metales y la madera que se extrae en todo el mundo y quema el 70% de la energía. Este despilfarro de recursos por parte de unos pocos es insostenible e injusto desde todo punto de vista (ecológico, ético, religioso) y está produciendo consecuencias nefastas para los pobres, de forma más brutal en las mujeres pobres que sufren más los efectos de un sistema que se sostiene en 3 grandes fábricas: la fábrica de la violencia, la fábrica de basura y la fábrica de la miseria.

Este es el contexto en que surge el ecofeminismo como una filosofía, una espiritualidad y una teología ligada a las necesidades fundamentales de la vida, a la subsistencia, una perspectiva muy cercana a las mujeres pobres del Sur que son las más afectadas por el hambre y la desnutrición, el analfabetismo y la carencia de tierra. Son ellas las que tienen que vivir en lugares inseguros y viviendas indignas, en suelos minados, contaminados con tóxicos, expuestas a radiaciones nucleares. Son ellas quienes ocupan los lugares más amenazados del ecosistema y quienes viven en propia carne las amenazas que les impone el desequilibrio ecológico.


La nueva conciencia ecofeminista se articulan en torno a tres ejes: 1) la sustentabilidad ecológica y social, basada en relaciones de sororidad/fraternidad para con la naturaleza y entre los seres humanos; 2) el respeto y la preservación de la diversidad biológica y cultural en medio de un sistema que busca la uniformidad y la destrucción de las diferencias; 3) la participación en las relaciones sociales y en las formas de gobierno, inspiradas en la democracia como valor a vivir en todos los niveles de nuestra vida (familia, relaciones entre hombres y mujeres, escuela, sindicato, iglesias, religiones, movimientos de base, organizaciones, estado, etc.). Así, cuando hablamos de ecofeminismo nos estamos refiriendo a una nueva visión del mundo, del cosmos y de toda la realidad que nos desafía a buscar formas organizativas en los que se dé una democracia inclusiva en la “que todos y todas quepamos”, incluida la naturaleza.

El crecimiento de la conciencia ecofeminista es un signo de la presencia de la Ruah y es una perspectiva capaz de mantener en alerta a la vez al movimiento ecológico y al movimiento feminista, pues nos hace ver que el análisis de la crisis ecológica no toca el corazón de la cuestión hasta que no vea la conexión entre la explotación de la tierra y la definición y el tratamiento sexista hacia las mujeres; pero también nos hace ver que la teoría y la práctica feminista tiene que incluir una perspectiva ecológica y las soluciones a los problemas de la Casa Común. El ecofeminismo logra este propósito al poner un fuerte énfasis en la relacionalidad y la interdependencia entre todos los seres, como principio absolutamente fundamental para el mantenimiento de la vida. Al colocar la relacionalidad como principio fundante de nuestra vida, somos capaces de superar las jerarquizaciones y separaciones que establecemos entre la naturaleza y los seres humanos y nos encaminamos a vencer el complejo de superioridad de los humanos frente al resto de los seres y el de superioridad de los hombres frente a las mujeres, de los blancos frente a los negros, de los ladinos frente a los indígenas, etc. Al percibir la articulación entre las opresiones de clase, sexo y raza y asumir que la lucha por la liberación ha de abarcar todos los niveles, el ecofeminismo es una postura político-crítica relacionada con la lucha antirracista, antisexista, antielitista, antimilitarista, antisistema. Sus principios cuestionan no sólo la organización jerárquico-piramidal del mundo, las organizaciones y las iglesias, sino también las filosofías, las antropologías y las teologías que fundamentan esa estructuración.

1 comentario:

  1. Geraldina, gracias por este artículo tan sensibilizador en nuestra época. Nos haces sentir que hay que seguir luchando por este bello planeta y por los seres humanos, especialmente los que son desechados por nuestra sociedad. Gracias.

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