Lubia de León
“Solo haciendo pactos entre
mujeres alcanzaremos
niveles superiores de humanidad”
La humanidad y el cosmos en
continuo devenir van tejiendo cambios inherentes a su subsistencia. Así también
las mujeres y los hombres han ido adquiriendo a través de la historia nuevas
consciencias, desde diversas miradas y experiencias que reclaman serias
transformaciones en sus relaciones.
Los terribles problemas sociales
evidencian la división y el dualismo entre seres humanos. Habitamos en una
“casa común”, donde descubrimos que, a pesar de cohabitar nos sentimos personas
totalmente extrañas; enemigas y enemigos eternos de los otros y de las otras
que sean o piensen distinto, limitando así nuestra capacidad de formar
comunidad, un ser nosotras y nosotros.
Las mujeres en especial, atravesamos una larga historia de división intergenérica e intragenérica que no es natural. Esta situación ha sido generada por la cultura patriarcal y sus efectos perjudiciales aún persisten en nuestras vidas y en nuestras relaciones, ya sea en menor o mayor escala.
Podemos
constatar como la enemistad y rivalidad con las de nuestro propio género sale a
cada paso, sin ni siquiera percatarnos de las consecuencias... Y pensar que,
cada vez que nos dividimos retrocedemos al estadio anterior.
Hablar de espiritualidad es
referirse a un sentido profundo de vida, de plenitud que nos lleva a la
trascendencia y por ende a la transformación.
Lamentablemente, por siglos, las mujeres nos hemos visto desprovistas de
la oportunidad de desarrollar nuestra propia espiritualidad, una espiritualidad
que en primera instancia sea sanadora de nuestras memorias y de nuestros
cuerpos heridos por la deshumanización ejercida hacia las de nuestro género. De
ahí que, el propósito de esta reflexión sea propiciar la búsqueda de una
espiritualidad sororaria, es decir de hermanas, que dé sentido a nuestras relaciones
entre mujeres...Y pensar que, hasta estar saneada la propia casa se podrá
habitar en ella.
Siguiendo esta misma intuición y
con la esperanza de encontrar pequeñas luces para la construcción de relaciones
sororales; invito a dar una mirada a la situación de dos mujeres que refiere el
evangelio de Lucas (Lc 10, 38-41), ellas son “Marta y María”, muy bien
conocidas como las amigas y discípulas de Jesús, en Bethania.
En este pasaje, se contrapone la
actitud de Marta preocupada por realizar las actividades domésticas con la de
María, su hermana, quien decide quedarse a escuchar al Maestro como discípula.
En la actitud de Marta se puede deducir su solicitud por cumplir con los roles
asignados a las mujeres de su época, llegando en ese momento a sentirse cargada
y “sola”. María ya no le acompaña, ha transgredido el sistema y decide quedarse
escuchando al Maestro, una actividad que era propia de los varones. María en
ese momento deja de escuchar a su hermana; el diálogo entre ellas está ausente
y ya no se ven juntas buscando el mismo fin.
La mediación de Jesús es
solicitada por Marta, quien más que dar solución, confirma una manera distinta
de relación a la marcada por el patriarcado y que será la instaurada en el
nuevo proyecto del reino. No obstante el desencuentro de las dos hermanas, esta
dinámica de libertad contribuirá a una evolución en su relación sororal.
Indicios de esta evolución se
pueden percibir en el Evangelio de Juan, capítulo 11 que refiere a Marta y María en una nueva
situación donde aparecen rasgos de su profunda sororidad. Aquí se comunican y
juntas son capaces de suscitar que Jesús realice aquel milagro de resurrección
para su hermano.
A partir de esta breve reflexión,
quiero conectar algunos elementos que puedan ser útiles a la hora de abordar
nuestra conflictividad entre mujeres desde una espiritualidad sororaria. Un
primer punto es reconocer el mal que nos afecta. Las mujeres del siglo XXI,
queramos o no, aún seguimos inmersas en un sistema patriarcal, donde la
división de las mujeres sustenta en gran parte la permanencia y reproducción
del mismo, por lo que es importante identificar la problemática intragenérica
concreta, confrontarla y disuadirla a través del diálogo, la apertura, el
reconocimiento mutuo y la conversión propia.
Un segundo elemento será la
capacidad de decidir por nosotras mismas,convirtiéndonos en transgresoras del
sistema que nos oprime y en constructoras de nuestra propia humanidad. Implica
la tarea de sanarnos, reconstruir lo dañado y permitirnos llegar a un nivel de
evolución expresado en el cuidado, la alianza, la confianza, el apoyo y el
perdón.
Un tercer elemento será vernos y experimentar que podemos llegar a ser verdaderas hermanas de nosotras mismas, de la tierra, de las criaturas, de la naturaleza, de los hombres y sobre todo de las demás mujeres donde a manera de espejo “nos reflejamos”. Amarnos entre nosotras, nos humaniza.
Esta espiritualidad sororaria
podrá construirse paso a paso en la cotidianidad, en el intercambio, en el
rito, en el canto, en la danza, en la celebración, en el dolor, en la paz, en
el conflicto y en todo aquello que nos afecte... para llegar como nuestras
amigas Marta y María, a ser capaces de propiciar la resurrección y la vida.
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