domingo, 6 de julio de 2014

María de Nazaret, discípula y seguidora de Jesús




         

  NUESTRAS REFLEXIONES



06-14

 María Jesús Laveda[1]

En mi tarea como estudiante  en la Escuela de Teología Feminista Éfeta he tenido la oportunidad de reflexionar acerca de aquellas dimensiones que se han acentuado más en mi vida, en nuestra vida de fe, referidas a María de Nazaret y qué callejones sin salida o qué caminos nos ha abierto a nosotras, las mujeres   esta imagen de María.
     Esta ha sido, y sigue siendo mi reflexión. Yo creo que uno de los aspectos más acentuados de María ha sido el de su virginidad y maternidad. Pero el acentuar en María su maternidad divina, la aleja de toda persona que pretenda poner su vida al servicio del Reino. Lo que ella acogió realizar en su propio cuerpo y vida, está lejos de poder hacerlo otra mujer. La fuerza se ha puesto, no en su disponibilidad y riesgo, porque aceptando ser madre en esas condiciones rompía muchos esquemas y tradiciones acerca de la mujer en la tradición judía, sino en la intervención divina del Espíritu. Por eso… la justificación, la intervención del Espíritu de Dios en su maternidad. Aparece la fuerza de Dios y su donación se oscurece.
      María, como mujer modelo, prototipo de nuestro ser, hacer y estar de todas las demás mujeres. De esta manera se ha quedado en el olvido la vida real de María, su quehacer en medio de su pueblo, con otras mujeres, con el resto de los que conformaron su sociedad y cultura en los inicios del movimiento de Jesús.
      Esto ha marcado la forma y presencia de las mujeres en la Iglesia. Pero es una forma de presencia definida por los que antes y ahora sustentan el poder, los varones. Siguiendo el modelo de María hemos de ser dóciles, calladas, acogiendo con una “actitud pasiva” lo que se supone es el plan de Dios para nosotras, frente a la posición de dominio hegemónico del varón al interior de la misma.
      El silencio que sobre María, mujer real, de carne y hueso,  con problemas personales, con dudas en su propia fe, con rechazos, dentro de una cultura específica como la judía, sin entender tantas veces lo que estaba sucediendo en su vida, nos ha impedido conocer realmente su propio proceso de discípula y seguidora de su  Hijo Jesús, acatando la voluntad del Padre.
     También las mujeres fueron acogidas y elegidas para vivir con Jesús  y compartir su vida y misión. Ellas aceptaron el desafío, rompiendo esquemas culturales de su pueblo y sociedad. Participaron de la Misión, tuvieron roles destacados dentro de las comunidades y fueron las elegidas para hacer el primer anuncio pascual de su Resurrección.
     Hay que rescatar a la mujer fiel al proyecto de Dios para ella como mediadora y constructora del reinado de Dios que salva y busca generar espacios de amor, justicia solidaridad sanadora en medio de nuestro mundo. Reconocer a María madre de Dios nos ayuda a comprender mejor la vinculación entre lo humano y lo divino, la presencia salvadora, sanadora, amorosa de Dios con la humanidad entera. Hay que recuperar la figura de María como discípula y seguidora de Jesús que nos permita al resto de mujeres participar y pertenecer a la comunidad-ekklesía en igualdad de dignidad y derechos con los varones.
     Hay que recuperar la “vida real” de María y las primeras discípulas, para entender mejor su servicio a las comunidades posteriores en los inicios del movimiento de Jesús.
El sexismo eclesiástico se sostiene en el afán de poder y autoridad del varón que pretende justificar, sin lograrlo al menos desde presupuestos teológicos y análisis de textos bíblicos, la superioridad del varón en cuanto que, por serlo, se acerca más a la realidad física de Jesús.
     Nuestra lucha se sostiene en la convicción de que nuestra dignidad de personas creadas a imagen y semejanza de Dios y ser discípulas y seguidoras de Jesús, por opción y vocación personal asumida, nos da el derecho de acceder a participar en igualdad de condiciones y oportunidades en la conducción, tarea y misión de los y las que formamos parte de su movimiento, cuyo objetivo es el anuncio y vivencia de su Proyecto, el Reinado de Dios en medio de nuestra historia.
    Este es mi sueño, y el de tantas mujeres que nos sentimos parte de la comunidad eclesial en igualdad de dignidad y derechos con los varones y que seguimos en la lucha por re-imaginar nuestra casa común. Tenemos una larga tarea por delante para reivindicar la figura de María y la de las mujeres desde su vocación y rol de discípulas y seguidoras de Jesús.
     Sueño con una comunidad de iguales en dignidad y responsabilidades, aportando los dones específicos de cada una de las personas que conformamos la comunidad nueva de Jesús. Una casa-ekklesía, casa hogar en donde nutrir la fe personal y comunitaria, en donde celebrar la fe, la vida y la alegría de la presencia viva de Jesús en medio de su pueblo, animando, acompañando, construyendo en conjunto ese mundo diferente en el que creemos y que se fundamenta en el amor, el servicio y la justicia y que puede hacer transformar nuestra sociedad dañada y lejos aún del proyecto de Dios para nuestro mundo.
     Eso es lo que hicieron nuestras antepasadas mujeres: acoger, enamorarse del proyecto de Jesús, y seguirlo poniendo al servicio de las comunidades vida, bienes, fuerza, dones, cada una desde su propia realidad. María ofreció su propio cuerpo para acoger maternalmente a Jesús, pero ella y tantas otras entendieron lo que era ser seguidoras aceptando la voluntad del Padre, expresado en el proyecto de Jesús.
Eso es lo que hicieron nuestras antepasadas. Eso es lo que hemos de seguir haciendo nosotras.
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[1] Estudiante de teología en Escuela de Teología Feminista Éfeta

Integrante del Núcleo Mujeres y Teología. Guatemala.



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