Silke Apel, miembro del núcleo de mujeres y teología |
Con Jesús de Nazareth se inaugura una nueva
era, un nuevo tiempo, en el cual se manifiesta la absoluta bondad de la
divinidad. En él, la Divina Sabiduría
adquiere el rostro humano del hermano, de quien acompaña, acoge y libera de cargas
impuestas por otros. De ahí que el culto
al templo y la mediación de personas especializadas para vincularnos con la
divinidad dejan de tener sentido. Los
mediadores de lo sagrado quedan sin oficio, porque Jesús recuerda que la sacralidad habita
a todo ser humano, indistintamente de su condición social, sexo, raza u opción
de vida.
Sin embargo, como dice Antonio Machado: caminante, no hay camino, se hace camino al
andar. El camino al misterio, a lo
sagrado, nadie te lo puede indicar. Sólo
tú tienes la llave del sentido de tu vida.
Sólo tú tienes acceso al manantial divino que brota de lo más íntimo de
tu ser, en donde habita el silencio, en donde te puedes encontrar contigo
misma; donde confluyen tu pasado, tu presente, tu futuro.
Descubrir lo sagrado que habita en ti, te
lleva a encontrar la vida plena que ofrece Jesús. Ese es el agua viva del cual puedes beber y
puedes ofrecer a quienes te rodean (cf. Jn 4,14). Está en tus manos la luz que ilumina las
profundas zonas de tu interior para que puedas descubrir la razón de que se
haya visto disminuida tu conciencia de divinidad: la imagen de Dios en ti (cf. Gn 1,27).
Resulta que tu miedo más grande no es por tu
limitación o incapacidad, sino que temes brillar con tu propia luz y ser
absolutamente poderosa, dueña de tu propia vida. Es tu luz, no tu sombra, lo que te aterra,
porque nos han enseñado a ocultarla.
Tomar el papel de víctima o pequeña no le sirve al mundo. Callar, no anuncia; el inmovilismo no genera;
la esterilidad no da a luz.
Viviendo desde tu manantial puedes llegar a
sanar tu propia vida. Las enfermedades y
padecimientos están vinculados de una u otra manera con la negación de tu ser,
de tu pasado, de tus potencialidades o con las sombras que buscan ser
iluminadas por tu conciencia sagrada. La salud solamente puede brotar de ti
misma (de donde ha brotado también el padecer), de tu habilitación como santa e
inmaculada en el Señor (cf. Ef 1,4), siendo coherente con tu interior.
Sólo hay verdadera conversión cuando descubres
el misterio que te habita, cuando asumes tu condición divina. Amando, descubres la Presencia Divina en ti y
te vinculas con ella. Cuando dejas de
responder a las expectativas de otros, dejas de fingir, dejas de seguir caminos de otros, para
encaminarte en la búsqueda del sentido de tu propia existencia; entonces serás
capaz de asumir el sacerdocio constituido por Jesucristo y asumirás
responsablemente tu condición de hija de Dios y hermana de la creación.
Más allá de transmitirse
o infundirse, el sacerdocio nace de lo más profundo de la conciencia humana. Cuando se le deja brotar y se tiene el valor,
como Jesús, de hablar con la propia voz desde aquello que nos habita, que ve
más allá de lo obvio, escucha lo que otros no escuchan, porque se han abierto
los ojos y los oídos de la interioridad.
Sólo desde lo más profundo del
ser, se puede proclamar la Sabiduría Divina iluminando a quienes nos
rodean. El sacerdocio sagrado de la
Divinidad busca ser anunciado y compartido con quienes aún no han encontrado el
camino.
Este trabajo nadie lo puede hacer por ti. Nadie puede ni debe tomar decisiones por ti
porque nadie asume ni vive las consecuencias de ellas. Atrévete a dejarte iluminar
por la sabiduría de quienes comparten tu camino: maestras, sanadoras, abuelas,
tías, hermanas y encamínate.
Cuando ya no te importen los cánones, cuando
por ti misma puedas distinguir la verdad de la mentira; cuando ya no le temas a
la opinión de los demás y distingas desde tu interior el bien del mal, entonces
habrás entrado en consonancia con tu ser divino. No temas, a Jesús le llamaron loco, hereje y
lo crucificaron.
Hoy ya no te clavan en una cruz, pero pueden
acabar contigo, callar tu alma, tu conciencia, la verdad que te habita. Sin
embargo, la verdad y la autenticidad de lo divino no muere nunca, la luz que
brilla trasciende los umbrales de los límites humanos y brillará por siempre,
porque es sagrada.
Esa es la verdad que te hará realmente libre y
sacerdotisa de ti misma.
Silke Apel
Profesora de teología y
miembro del Núcleo Mujeres y Teología
Felicidades Silke! Está muy bueno el artículo. Eso de que tenemos a nuestra luz más que a nuestra misma obscuridad creo que concierne no sólo a las mujeres sino también a los varones. Gracias por esa luz que nis ayudas a redescubrir con tu genial artículo!
ResponderEliminarGracias Manuel. En efecto, ¡por supuesto que es lo mismo para varones! ¿Descubres lo que nos pasa a las mujeres cuando leemos todo en masculino y "se supone" que nos incluyen? ;) Abrazos!!!
ResponderEliminarme a dado mucho gusto encontrarme con este articulo....... los cristianos de esta amada iglesia latinoamericana estamos llamados a encarnar el evangelio en la realidad; sino es asi, sera pura literatura y vano conocimiento, aunque esto amerite renuncias,claro debemos estar que nuestra opcion es por los "pobres"y su "promocion"..continue asi felicidadessssss
ResponderEliminarExcelente artículo, Silke. Saludos
ResponderEliminarExcelente Articulo Silke, unidas en el amor de los amores
ResponderEliminarRealmente profundo e intuitivo, gracias por escribir, por recordarnos que la verdad y autenticidad brilla en cada persona, porque en todas hay un poco de la Divinidad reveladose al mundo.
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