Estamos en mayo, el mes de la madre. Llevo casi ochenta años celebrando con flores y regalos para mi abuela, mi madre, mi nuera, mi suegra, mis cuñadas, sobrinas, comadres y amigas. La imagen que acompaña los saludos es de la maternidad: una madre muy joven con una criatura tierna en los brazos.
La realidad es otra: muchas madres son abandonadas por sus
parejas, enfrentan las injusticias, la opresión, el hambre, y la muerte de sus
hijas e hijos queridos. Tienen que encarar decisiones sumamente difíciles para
la sobrevivencia de ellos y cuando esto no es posible, luchar por la dignidad,
por su memoria y su misión.
En este pequeño ensayo, quiero recordar a dos de estas valientes mujeres en su lucha contra la injusticia, la crueldad, los poderes políticos de su tiempo. Mi querida suegra, madre de cuatro hijas y once hijos, me decía que los dolores de parto no se comparaban con los dolores de enterrar a un hijo. La muerte de mi primera hija me dejó un vacío sin fondo refugiado en mi corazón. Perder una hija o un hijo a mano de las fuerzas políticas, las estructuras patriarcales, debe ser aún más doloroso.
Encontramos muchas mujeres madres valientes en la Biblia, que
lucharon para proteger a sus hijos de la violencia y la muerte, muchas veces
sin éxito. Para comprender sus historias, hay que leer los pasajes desde la
perspectiva de estas mujeres. La tradición transmite e interpreta las escrituras
tras 2000 años de voces patriarcales. Hay que romper esta tradición.
En esta
oportunidad, traigo a dos mujeres olvidadas del primer testamento que merecen
ser vistas con ojos de mujer: Jocabed, la madre de Moisés, y Rizpah, la
concubina de Saúl.
Jocobed
La historia de Jocobed se sitúa en Egipto antes del éxodo.
Después de varios siglos, la comunidad israelita había aumentado con creces y
se mantenía su identificación como los hijos de Jacob. En Éxodo 6:20 y Números 26:59
se encuentra a Jocabed junto con Amirán, de la tribu de Leví, la madre y el
padre de Miriam, Aarón y Moisés.
El faraón egipcio consideraba peligrosos a los esclavos israelitas
y buscaba cómo limitar el crecimiento de la comunidad[1].
Ordenó a las comadronas matar a todos los niños al nacer, dejando vivas a las
niñas. Por temor a Yahvé, las comadronas Sifrá y Puá no obedecieron al faraón,
aduciendo que las madres israelitas eran tan robustas que daban a luz a las criaturas
antes de que ellas pudieran llegar y atenderlas. Entonces, el faraón ordenó arrojar
a todos los niños al río, pero podían dejar vivir a las niñas (Éxodo 1:15-22).
En esta situación de esclavitud y opresión se encontraba
Jocabed. Ya tenía a Miriam, la mayor de sus hijos, y a Aarón nacido antes del
decreto del faraón. Jocabed dio a luz a un bello niño, Moisés, al cual logró
esconder durante los primeros tres meses. Junto con Miriam, elaboraron un plan arriesgado
para salvar al bebé. Prepararon un cesto embarrado con asfalto y resina. Jocabed,
llena de tristeza y esperanza, acomodó al bebé y lo colocó en el río. Miriam
siguió de lejos el cesto en su viaje por el río.
En esto, bajó la hija del faraón al río para bañarse. Vio,
entre los juncos el cesto y mandó a una de sus sirvientas a traerlo. Encontró
adentro al bello niño llorando y le dio lástima. Se dio cuenta de que era un bebecito
israelita. En este momento apareció Miriam y le preguntó – Su Majestad, ¿quiere
que llame a una mujer israelita para que alimente al niño? La princesa accedió
y ordenó a la niña traer a la mujer. Al llegar Jocabed, la princesa le entregó al
niño pidiéndole que le diera de comer y lo cuidara, y que le recompensaría sus
servicios. Jocabed atendía al niño con esmero y amor, instruyéndole en la fe y
las tradiciones israelitas. Cuando el niño creció, lo llevó de regreso a la princesa,
quien lo adoptó como hijo propio y le puso por nombre Moisés, que significa “Yo
lo saqué del agua.”
La Biblia no nos cuenta más sobre Jocabed, pero podemos
sentir el gran dolor de madre al entregar dos veces su propia sangre, primero
al río y luego a la princesa. La formación que Jocabed le dio a Moisés lo
preparó para ser el liberador de los israelitas en el éxodo de Egipto.
La palabra tebah es empleada en el pentateuco en dos
oportunidades: para el arca construida por Noé y para la cesta de Jocabed. En ambos
casos es el vehículo de salvación de un pueblo. En la primera
instancia salva a la humanidad de la muerte en la gran inundación; y en la
segunda, del genocida de los israelitas, el faraón de Egipto.
En este corto relato, vemos la intervención de seis mujeres valientes, cuyos esfuerzos rescatan del genocidio a Moisés, el liberador de los israelitas de la esclavitud en Egipto. Ellas enfrentaron la política opresiva y patriarcal; fueron las comadronas Sifrá y Puá, la hija del faraón y su sirvienta, Miriam y Jocabed.
Continúa el relato de Rizpah.
[1] De
una comunidad original de 70 varones más sus familias había alcanzado a una
población total de 2 000 000 (Números 1:46) aunque algunos historiadores
consideran que probablemente era una cifra algo menor.
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