La semana pasada, estaba en una librería religiosa,
escogiendo unas meditaciones para regalitos de un intercambio en un convivio
navideño. Al cancelar la cuenta, la encargada del lugar compartió un saludo de
la época “¡Que el niño Jesús te traiga todo lo que quieras para el año que viene
y muchas bendiciones!”
Estas palabras, muy comunes en la época navideña en
Guatemala, me hicieron pensar, hasta me chocaron. Recordé las preparativas
para la época navideña de mi infancia y juventud, y no incluían a un niño Jesús
regalón. De chiquita en Lowa, la época navideña extendía desde el primer
domingo de adviento hasta la celebración de Epifanía. Central a estas
festividades eran hacer los regalos para familiares y amigos, sumergirse en la magia
de la cocina con pastel de frutas y galletas especiales de la temporada,
adornar el árbol y colocar el nacimiento, y como guinda de todo, la pastorela.
Vivíamos en el campo. En la aldea cercana había una pequeña
iglesia luterana, dado que la comunidad Danesa era la más fuerte en ese rinconcito
del mundo, y las tradiciones navideñas eran muy importantes. La pastorela empezaba con la Anunciación,
seguido por la Visitación, luego la búsqueda de hospedaje en Belén, un
nacimiento repentino en el pesebre, la visita de los pastores y los reyes
magos, con la presencia constante de ángeles. Acá, el papel principal es el de
la Virgen María, seguido por el ángel (papel siempre desempeñado por una niña).
Era una historia de maternidad, con mujeres en los puestos centrales.
Tal vez, lo más importante es el rol de los regalos en estas
tradiciones. El énfasis es en dar regalos, no recibirlos. El ángel da el regalo
del aviso de la maternidad a María y luego a los pastores. Los pastores
comparten este regalo con la nueva familia. Los reyes traen regalos de lejos. Y
el regalo principal es el que da Dios Padre al Mundo. Pero nunca se nos ocurría que el recién
nacido nos iba a traer regalos a nosotros. ¿De dónde? Suficiente era habernos
brindado nuestra vida. Esto de regalos mundanos corría por cuenta de Santa
Claus.
Hoy de adulta en Guatemala, el personaje principal de los
cuadros navideños sigue siendo para mí la Virgen. Ella es la que escucha al
Ángel Gabriel y accede a los designios de Dios. Ella, jovencita, embarazada,
aún sin marido formal, en peligro de ser apedreada, comparte la espera con otra
primeriza, la prima Isabel. Como mujer en una sociedad fuertemente patriarcal,
sufre pobreza y marginación.
Es madre de un hijo excepcional, con la rebeldía de la adolescencia y una adultez fuera de las normas de la sociedad. Llora al pie de la cruz, madre de su hijo asesinado. Aún con todo ello, es discípula de primer orden y compañera anciana de la Iglesia primitiva. María es nuestra compañera en la pobreza, marginación y opresión. Es nuestra guía en este camino del Reino. Como nuestra hermana comparte los momentos de desesperanza, dolor y los de alegría. Ella no buscaba regalos del niño Jesús.
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