María Jesús Laveda * |
De nuevo vivo esta sensación amarga y llena
de impotencia, que me deja sin palabras y con un grito en la garganta que
empuja por salir.
De nuevo se repite la historia y queda en
el aire esa sensación de que nada nuevo va a suceder que pueda cambiarla.
Porque lo que permanece es la injusticia, la humillación, el gesto mal
entendido que confunde y no conduce a la verdad.
De nuevo ocho de marzo. La fiesta de las mujeres.
¿La fiesta? ¿La lucha? ¿El grito que lanza los sueños al aire? Mujeres entre
mujeres, intentando empujar la vida con dignidad y respeto. Sin violencia, sin
exclusiones. En igualdad de derechos y responsabilidades. Pero levantando la
voz, diciendo una palabra propia que cante la verdad de nuestras vidas, el
cansancio por la intolerancia y tantas batallas perdidas, el intento renovado
de cambiar la historia.
También en silencio, haciendo presentes con gestos y abrazos, a las compañeras caídas
en este intento, especialmente hoy, en Guatemala, el silencio de las cincuenta
y seis niñas – jóvenes, víctimas de la
indiferencia, el mal trato y la injusticia.
Sabemos que
es preciso seguir, unidas sororalmente, caminando hacia adelante y
levantar nuestra voz, a tiempo y a destiempo, para anunciar otro modo de entender
la vida, las relaciones entre varones y mujeres, el respeto a nuestro ser en
igualdad de condiciones, nuestra dignidad y nuestro legítimo espacio en esta sociedad
empeñada en darnos la espalda. Gritar a
tiempo y a destiempo… nos evoca ese mandato evangélico del anuncio y la denuncia
tan propios del actuar de Jesús, para hacer posible el Reinado de Dios.
Pero el mal es más astuto que el bien y se
adelanta. Y lanzan voces al viento empañando la verdad porque saben que esa
estrategia va a trabajar a su favor. Las mujeres y su queja de siempre: su
derecho a ser dueñas de sí mismas, de su cuerpo, de su autonomía para tomar
decisiones en relación a ellas, denunciando las violaciones de que son objeto…Y
ese grito que viene del maligno, aunque lleno de mentira llega más lejos,
confunde, desconcierta y rompe la armonía del canto de la rebeldía de quienes
buscan un mundo mejor.
Ser astutas como serpientes y sencillas
como palomas… una nueva evocación evangélica. Sencillamente nuestra voz es
acallada por los que buscan hacer daño, dividir, lograr sus propios intereses y
devolvernos al silencio. Y recurren a la mentira, al insulto, a la denuncia
falsa. Los astutos de este mundo. Los violentos. Los de la doble moral. El
trigo que crece junto a la cizaña. Se levanta la voz para decir que
determinadas imágenes y expresiones que
hablan del cuerpo de la mujer van contra
su dignidad de persona... Pero guardan silencio ante tanta violación de niñas y
mujeres, ante la violencia contra esos mismos cuerpos.
Se levanta la voz contra
aquellas personas que manifiestan su justo enojo ante tanta degradación de la
mujer… Pero guardan silencio ante la muerte de tantas niñas y niños
desnutridos. Se levanta la voz y sienten vergüenza por determinadas palabras y
gestos sexuales… pero guardan silencio ante la prostitución, pagada por los
mismos varones, y la utilización del cuerpo de la mujer para su propio placer. Se
levanta la voz para reclamar respeto a las tradiciones religiosas, tantas veces
vacías de sentido… pero se guarda silencio y se acallan conciencias, sin dejar paso al compromiso y
la implicación en tantas situaciones
que, en nombre de la religión matan la vida.
Y en esa confusión hacen dudar a los
débiles y logran ponerlos de su lado. Es la historia del fariseo que se cree
mejor que el pobre publicano que no se atreve a levantar su voz y solo pide
perdón. Pero hay que recordar que solo él salió justificado de su oración. Jesús
les diría también hoy: “el que esté libre de pecado que arroje la primera
piedra”.
Todo quedó en silencio. Fue más importante
la mentira que todo el esfuerzo realizado, que toda la alegría desbordada, que
toda la verdad volcada en el recuerdo de las niñas quemadas fruto de la
indiferencia ante su dolor injusto. Pero
no nos han quebrado la esperanza. Y seguiremos levantando la voz proclamando la
verdad, nuestra verdad. Anunciando buenas noticias entre nosotras y para todos.
Seguiremos denunciando el mal y guardando silencio en nuestro corazón por las
compañeras que nos han precedido en la tarea de vivir nuestro ser mujer.
Y hay que pasar a la acción. No es
suficiente la palabra. Hay que implicarse y complicarse la vida, por tantas
mujeres que hoy están dañadas e invisibilizadas frente a esta sociedad injusta.
¿Y cuál es la raíz de nuestro grito? ¿Dónde
queda la teología en todo esto? En el D**S DE LA VIDA y en Jesús, su hijo que
desde su humanidad, su palabra y su acción, nos enseñó que todos y todas tenemos derecho a la vida
en plenitud. Y trabajó por ello.
No estamos solas. Somos mayoría en este
mundo globalizado. Llegará otro ocho de marzo y saldremos a la calle para
cantar nuestra verdad. No estamos solas. Y resuena en mi interior esa palabra
cercana, desde la fe: aunque una madre se olvidara de sus hijos, Yo no te
olvidaré…
* María Jesús Laveda es licenciada en Pedagogía. Vive en la ciudad de Quetzaltenango y es miembro activo del Núcleo Mujeres y Teología de Guatemala.
Muy coherente el llamado a con-movernos Chus. Gracias por tu reflexión. Sigamos alzando la voz, sigamos actuando.
ResponderEliminarHABLAR Y DENUNCIAR Y TAMBAÉN ACTUAR...MOVILIZARNOS, ACCIONAR COMO LAS MUJERES DE LA PUYA.jULIA eSQUIVEL
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