A quienes vivimos la espiritualidad cristiana, el año
nuevo nos encuentra siempre con un recién nacido en brazos. Y es que el año
litúrgico nos guía anualmente al encuentro con la Navidad, esa mujer con casi
dos mil años de edad, pero siempre tan joven, como para dar a luz la esperanza.
Así, cuando llegan los últimos suspiros del año, siempre llega ella, y nos trae
de su seno a Emmanuel [Dios está con su pueblo].
Emmanuel, en la tradición profética de Isaías, es el
niño a nacer, pero también la esperanza de liberación de un pueblo que sufre el
dominio y la opresión extranjera, y la ineptitud de su propio rey. De acuerdo a
esta tradición, Emmanuel no es engendrado, sino
concebido: Y la joven concebirá (o está embarazada) y dará a luz un
hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (Isaías 7,14). De esta manera, Emmanuel
no es hijo del poderío y la dominación patriarcal, sino el hijo de la Vida, del
pueblo, de la esperanza. Emmanuel es Dios con su pueblo.
Los
poderíos humanos han intentado una y otra vez acabar con las esperanzas del
pueblo; más Emmanuel es el Eterno, naciendo cada día y en cada rincón del
mundo. Así, Mateo y su comunidad, retomando la tradición de Isaías, proclamaron a Jesús como el Emmanuel. Esta
proclamación vino a finales del primer siglo, cuando el poderío romano se
desplegaba con todo vigor en los pueblos dominados y Jerusalén había sido
destruida, cuando el pueblo
sobreviviente se había dispersado y no quedaba más esperanza, sino Emmanuel (Mateo
1,18-25). De acuerdo a esta tradición,
la joven concibe por la presencia de la Ruah,
la presencia divina (Mateo 1,20). Por lo cual, Emmanuel es el hijo de la Vida,
no de la virilidad que ostenta la dominación patriarcal que oprime a los pueblos.
Mateo
y su comunidad también nos cuentan de sus temores, de las acechanzas contra
Emmanuel. Herodes [llamado] el Grande y rey de los judíos, gobernaba Judea al nacimiento de Jesús. Este Herodes, encarnación de toda maldad y
perversidad, gobernaba con tal tiranía que eliminaba todo signo de esperanza en
medio del pueblo. Esto lo llevó a asesinar a su propia esposa, hijos,
familiares y todo aquel que atentara contra su poder. Así que la noticia de la
llegada de Emmanuel, exacerbó su paranoia, propia de
los enfermos de poder y dominación. De esta manera, inició una
conspiración contra Emmanuel, y en su
perversa persecución, mandó a matar a todos los niños que había en Belén y en sus
alrededores, todos los que tenían menos
de dos años… (Mt 2,16). Su perversidad quiso
terminar con la esperanza del pueblo y mientras tanto, dejó gran dolor a su
paso: Se oyó un clamor en Ramá, mucho llanto y lamento: es el dolor de Raquel
que llora a sus hijos, no quiere consolarse,
porque ya no existen... (Mt 2,18).
Raquel
[el pueblo], ha llorado mucho en la historia, le han matado a sus hijos e
hijas; el espíritu de Herodes ha
atentando permanentemente contra su esperanza. La paranoia del poder ha perseguido
a Emmanuel por siempre, mas su madre y padre [el pueblo], guiados por la voz divina,
han sabido protegerlo y por eso sigue llegando en cada Navidad. Ojalá Raquel se
consuele un poquito al saber que Emmanuel está más allá de los poderes humanos
que intentan destruir la vida.
Ahora, en este nuevo año,
encontramos que la Navidad ha dejado en nuestros brazos a Emmanuel... porque una
niña y un niño nos ha nacido, una hija y un hijo no ha sido dado... Emmanuel en nuestros brazos, es la alegría de
las niñas y niños de nuestro tiempo, con su ternura, su inocencia, su alegría y
sus sueños por una vida feliz. Emmanuel es nuestra propia niña y niño,
abandonados tal vez, en algún rincón de nuestra historia donde perdieron la
esperanza. Emmanuel en nuestros brazos,
es también el llanto de Raquel, quien no quiere llorar más, sino reír con
esperanza al ver felices a sus hijos e hijas.
¿Cómo le cuidaremos? ¿Cómo
mantendremos vivo a Emmanuel? porque Herodes sigue acechándole... viola y embaraza
a nuestras Emmanuel; convierte a nuestros Emmanuel en sicarios y los llama continuamente
a la violencia; los deja morir de hambre, sin atención médica y sin educación; de esta manera, los deja sin futuro, y al
pueblo sin esperanza.
La ternura de Emmanuel en
nuestros brazos nos llama al arrullo, a los mimos, a los cuidados continuos
para verle crecer en bienestar. Su fragilidad nos recuerda la lucha por la
vida; nos llama al compromiso y nos da esperanza. Esta es la esperanza que nos compele al
compromiso de la lucha diaria, a ir incansablemente contra la perversidad de
Herodes y sus herederos; esta es la esperanza que nos guía en el camino de la
justicia y la paz en medio nuestros pueblos.
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