jueves, 11 de diciembre de 2025

LA NAVIDAD DESDE LA PERSPECTIVA DE LAS MUJERES VULNERADAS

La Navidad, tradicionalmente centrada en el nacimiento de Jesús de Nazaret, ha sido interpretada y narrada desde una perspectiva patriarcal que invisibiliza las mujeres y privilegia lo masculino, lo institucional y lo celestial, dejando en la sombra las experiencias encarnadas de las mujeres, especialmente aquellas que viven en condiciones de vulnerabilidad.

La teología feminista, a su vez, propone una relectura de la Navidad que no solo visibiliza a las mujeres, sino que las reconoce como protagonistas activas de la “historia de salvación”. Esta mirada crítica y liberadora transforma el pesebre en símbolo de resistencia, el cuerpo femenino en lugar teológico, y la maternidad en acto profético.

En este pequeño texto propongo una relectura crítica y liberadora del relato navideño, reconociendo a las mujeres como protagonistas activas y portadoras de esperanza en contextos de opresión. Vamos a explorar dicha relectura, articulando las contribuciones de teólogas feministas y visibilizando las experiencias encarnadas de las mujeres en el marco de la Navidad. Empecemos con la mujer más común en el relato navideño en el Evangelio de Lucas: María de Nazaret.

María de Nazaret: Adhesión y subversión en Lucas 1,26–38

Este relato de la Anunciación ha sido históricamente interpretado como una sumisión y obediencia pasiva de María al plan divino. Sin embargo, teólogas feministas han reivindicado la figura y el papel de María como símbolo de resistencia como mujer que elige participar en el proyecto de Dios, en medio de un contexto de dominación imperial y patriarcal. Elizabeth Schüssler Fiorenza la presenta como una mujer profetisa, cuya voz y cuerpo encarnan la esperanza de todas las personas dominadas y excluidas. María no es receptáculo, sino sujeto activo del Reino[1].

Ivone Gebara también afirma que “María no es simplemente una virgen obediente, sino una mujer pobre que asume el riesgo de la maternidad en condiciones de precariedad”[2]. Su “sí” al proyecto divino no es ingenuo, sino profundamente social y político, ya que desafía las estructuras que marginan a las mujeres y encarna una espiritualidad de resistencia.

Desde esta perspectiva, María no es un receptáculo pasivo de lo divino, sino una mujer que elige participar activamente en la historia de salvación. Su cuerpo se convierte en lugar teológico, en espacio donde lo divino se encarna y se revela en lo humano, en lo vulnerable, en lo cotidiano. Esta interpretación subraya la importancia de reconocer el protagonismo femenino en los relatos bíblicos y en la práctica teológica contemporánea.

La teóloga Dolores Aleixandre señala que “la Biblia está llena de mujeres que sostienen la vida y la esperanza en medio del sufrimiento, pero que no aparecen en los altares”[3]. Estas figuras, aunque invisibilizadas, son pilares de la historia de salvación. La Navidad, desde esta óptica, no es sólo un evento celestial, sino una irrupción de lo divino en la carne sufriente de las mujeres empobrecidas —migrantes, racializadas, excluidas— que dan a luz sin garantías, sin derechos, sin reconocimiento.

El pesebre, símbolo central de la Navidad en Lucas, puede ser reinterpretado como espacio de resistencia y dignidad en la precariedad. No es sólo un lugar humilde, sino un refugio improvisado que recuerda las condiciones de vida de millones de mujeres que dan a luz en la marginalidad, sin garantías, sin derechos, sin reconocimiento, y después tienen que marcharse con sus hijos para buscar un lugar seguro, que nunca lo encuentran. El pesebre denuncia las condiciones de exclusión y violencia que persisten hoy en la vida de muchas mujeres.
Como afirma Schüssler Fiorenza, “la teología feminista es memoria subversiva: recuerda lo que la historia oficial ha olvidado”[4], ofrece una lente transformadora para comprender la Navidad como un acto de memoria, un evento de encarnación, resistencia y esperanza.

Concluyendo, releer la Navidad desde la perspectiva de las mujeres marginadas es un acto teológico y político. Es reconocer que la Divinidad, encarnada en el cuerpo de María, nace todavía en los márgenes, en los cuerpos excluidos, en las historias silenciadas. Es afirmar que la salvación comienza en el vientre de una mujer pobre, en un pesebre improvisado, en el canto de las que no tienen voz.

Las mujeres invisibilizadas en el relato navideño

Además de María, otras figuras femeninas son silenciadas o marginalizadas en la narrativa navideña. ¿Dónde están las parteras que seguramente atendieron a María? ¿Dónde están las mujeres del pueblo, tan solidarias en estas situaciones, que ofrecen abrigo, alimento, compañía y consuelo? ¿Dónde están las madres que sufren y lloran a sus hijos asesinados por el edicto de Herodes (Mt 2,16–18)? La matanza de los niños, por ejemplo, implica un dolor materno que rara vez se reconoce litúrgicamente. La hermenéutica tradicional destaca a Jesús y a los niños asesinados y se olvida del sufrimiento de sus madres que, probablemente, los protegían con sus cuerpos, y también fueron golpeadas.

Por tanto, el relato navideño está lleno de ausencias femeninas que la teología feminista busca recuperar. Pero, en la narrativa de Lucas el cuerpo de María, su consentimiento y su maternidad se convierten en espacios donde lo divino se manifiesta en lo humano, en lo frágil, en lo cotidiano. Su figura interpela a todas las mujeres que, desde la marginalidad, eligen la vida y la sororidad y sostienen la esperanza contra la desesperación.

A su vez, la teóloga Ada María Isasi-Díaz también propone el concepto de mujerismo, es decir, una teología desde las experiencias concretas de las mujeres latinas, que reconoce el cuerpo como lugar teológico[5]. En este sentido, el cuerpo de María, el pesebre y la maternidad se convierten en espacios donde lo divino se manifiesta en lo cotidiano, en lo precario, en lo excluido, denunciando la pretensión de autorrepresentación divina del patriarcado. Esta perspectiva desafía las categorías teológicas tradicionales y reconoce que la revelación no ocurre únicamente en los textos sagrados, sino también en los cuerpos que resisten, en las historias que cuidan, en las luchas que transforman.

Navidad y justicia social: una llamada profética en la narrativa del Magnificat

Por todo lo visto anteriormente, la Navidad no puede ser celebrada sin una denuncia profética de las injusticias que afectan a las mujeres. El Magnificat (Lc 1,46–55) es un canto revolucionario que proclama la caída de los poderosos y la exaltación de los humildes. María se convierte en profetisa de la justicia, anunciando un Reino que subvierte el orden patriarcal. En este contexto, la teóloga Dulce Gutiérrez sostiene que “la teología feminista no es sólo crítica, sino también constructiva, pues propone una espiritualidad encarnada en la lucha por la equidad”[6].

Celebrar la Navidad desde esta óptica implica denunciar las estructuras que perpetúan la violencia de género, la pobreza, el racismo y la exclusión. Las mujeres vulneradas —madres solteras, trabajadoras informales, migrantes, víctimas de violencia— son las verdaderas portadoras del espíritu navideño. Ellas encarnan la promesa de vida en medio de la muerte, la luz en medio de la oscuridad, la esperanza en medio del dolor. Por tanto, celebrar la Navidad desde esta realidad supone comprometerse con la transformación de las estructuras que perpetúan la violencia de género, la pobreza y la exclusión de las mujeres en la sociedad y las Iglesias.

Otro aspecto importante es que la espiritualidad feminista propone una Navidad que no se reduce a consumismo ni sentimentalismo, sino que se vive como encarnación de la esperanza en medio del dolor. Las mujeres vulneradas —madres solteras, migrantes, víctimas de violencia y tantas otras— son las verdaderas portadoras del espíritu navideño, porque encarnan la promesa de vida en medio de la muerte.

La Navidad se convierte en un símbolo de las mujeres que no se quedan pasivas ante la violencia y la muerte, sino que anuncian la vida a partir de lo pequeño y vulnerable. Al visibilizar a las mujeres marginadas como protagonistas de la historia de salvación, la teología feminista desafía las narrativas dominantes y propone una espiritualidad comprometida con la justicia social. La Navidad, entonces, no es solo una celebración litúrgica, sino una proclamación profética de que Dios habita en los márgenes, en los cuerpos excluidos, en las luchas cotidianas de quienes sostienen la vida.

 Alzira Munhoz

Miembra del Núcleo Mujeres y Teología. Doctora en Teología, Licenciada en Filosofía, con Especialización en Comunicación Social y Pastoral.


[1] Cf. Elisabeth Schüssler Fiorenza, En memoria de ella: una reconstrucción teológica feminista de los orígenes cristianos (New York: Crossroad, 1983), 31.

[2] Ivone Gebara, Rompiendo el silencio: Una lectura feminista de la Biblia, 2ª ed. (Madrid: Editorial Trotta, 2001), 45.
[3] Dolores Aleixandre, “Las mujeres en la Biblia: Presencias silenciadas,” Revista de Pastoral Juvenil 512 (2019): 12.
[4] Cf. Ada María Isasi-Díaz, Teología Mujerista: Una teología para el siglo XXI (Maryknoll, NY: Orbis Books, 1996), 89.
[5] Dulce María Gutiérrez, “Teología feminista latinoamericana: Caminos de esperanza,” Concilium 364 (2015): 34.
[6] Elisabeth Schüssler Fiorenza, In Memory of Her: A Feminist Theological Reconstruction of Christian Origins (New York: Crossroad, 1983), 31.

1 comentario:

  1. Artículo muy interesante, novedoso y cuestionador de vivir la navidad.

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