El libro de Emma Martínez Ocaña: Cuando la Palabra se hace cuerpo... en cuerpo de mujer, en el capítulo II, explica que la verdad del corazón se expresa en la mirada. Los ojos son el lugar de la lucidez: pueden mirar o cerrarse, profundizar o pasar de largo.
Viene a mi mente una experiencia que tuve, de un intercambio
de miradas. Al ver directo a los ojos, fijo y profundamente, la otra persona no
pudo contemplar a la realidad de mi mirada.
Pude constatar que se puede ver sin mirar, depende del color del cristal
con que se vea y con quién es el intercambio de mirada. Los preconceptos no nos
dejan comprender la realidad con honradez o franqueza, nos hacen negar lo que
nos incomoda ver.
Hay experiencias que pueden transformar nuestra
mirada. Hay miradas distraídas y otras que perciben lo observado. Las hay superficiales
y otras atentas, que ven a la persona y su potencial. Hay miradas secretas y
otras respetuosas que dignifican, también están las miradas controladoras, como
las contemplativas; además las que condenan, otras amorosas y esperanzadoras.
En algunos textos bíblicos encontramos relatos
opresores, cosificadores, impuestos por el patriarcado, que omiten la presencia
de las mujeres o que no toleran que tengan valía y autoestima. Por otro lado, hay textos en donde sí existe
una mirada con la cual se percibe la inclusión y la consideración.
Intercambiar
dicha mirada te hace poner en pie, tras años de vivir sujeta y encorvada. Es
una mirada que te hace cobrar nombre propio dejando el anonimato.
En Lucas 13, 10-17, la mujer encorvada podría ser tú o
yo, quizá Rosa, Juana, Marina, María, Dora. Como ella, iremos por la vida dando
fe de aquella mirada transformadora que incorporamos a nuestra vida.
En Juan 8, 1-11 el poderío patriarcal condena a la
mujer adúltera, a quien en nuestros días sigue condenada a ser violentada y
estigmatizada. El sistema dictamina que ella como mujer, carece de derechos. Nadie
se los otorga, está sola, silenciada.
Los ojos frente a frente, desde la mirada de Jesús, la
encuentra llena de respeto y ternura, cuando él le dirige estas palabras “Mujer
¿ninguno te ha condenado?”. Este hermoso encuentro invita a ver desde otra
perspectiva, al próximo o a la próxima con ternura, brindando una mirada
compasiva.
Que la Ruáh
nos siga conduciendo, que el amor así mismas sea base sólida para romper los
esquemas que minan la dignidad y la justicia.
Mujer, tu eres sabia, capaz, valiosa. Tu mirada de
mujer es transparencia de Dios.
Irma Rosa Veliz Ochoa
Núcleo Mujeres y Teología
Referencias:
Rûah En la Biblia, el término hebreo que designa al Espíritu Santo. Https://www.vatican.vazhe.j
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