La comunidad formada por Jesús, que con el tiempo fue conocida como la Iglesia – aunque no siempre sean lo mismo – ha sido una comunidad conformada por mujeres y hombres desde sus inicios hasta nuestros días. Sin embargo, la historia tradicional le da voz solamente a los hombres: los doce apóstoles, los padres de la iglesia, los obispos, los papas, los reformadores, los pastores, y otros.
Es obvio que las mujeres no hemos estado calladas en la historia de la Iglesia. Y, quienes hoy sostienen todavía esta línea de pensamiento, quieren tapar el sol con un dedo, intentando silenciar las voces de las mujeres en el pasado y en el presente. Lo cierto es que, desde este pretendido silencio de las mujeres, el sistema nos adormece con románticas historias de mujeres calladas, amorosas y hogareñas. Estas historias ensalzan su entrega total, su maternidad, su servicio en el hogar como su espacio natural, su obediencia a sus maridos, obispos y reyes. Así, para el sistema, las calladitas son más bonitas.
La consigna “calladita te ves más bonita…” es una forma artificiosa del sistema patriarcal para acallar a las mujeres que quieren manifestarse como seres libres, autónomas y críticas. Esta forma de callar a las mujeres es una práctica enmascarada o explícita en la formación de las mujeres en diferentes ámbitos. Cuando yo era estudiante en la escuela de secretarias, una maestra nos hizo leer y aprender una composición – de autoría anónima – que decía: “Mujercita: Se amable, pero no fácil… Se digna, pero no orgullosa… Ríe, pero no a carcajadas… Mira, pero con recato… Se alegre, pero no frívola… Conversa, pero con mesura… Se dulce, pero no empalagues…”
Esta imagen de mujercita dulce y recatada es también la figura ideal de mujer dentro de la Iglesia. Como mujer crecida dentro de la Iglesia, recuerdo las largas pláticas sobre cómo ser una “buena mujer”. Las mujeres adultas enseñaban – adoctrinaban – sobre cómo debería ser la niña, la joven y la mujer adulta: recatada, sencilla, servicial, respetuosa, dispuesta y sobre todo, callada… aprendiendo en silencio. En sí, el mandato era: no mires, no toques, no hagas, no hables… y si hablas, repite solamente lo aprendido, no te salgas del guión.
Es triste señalar que estas prácticas siguen dándose en las diferentes denominaciones cristianas. A veces de maneras muy explícitas y, en otras ocasiones, las enseñanzas vienen disfrazadas de un lenguaje bíblico con ropajes de doctrina cristiana.
En la actualidad, muchas tradiciones cristianas impulsan los liderazgos de las mujeres. Y todo va muy bien, siempre y cuando las voces de las mujeres se plieguen a los ideales del sistema. Sin embargo, cuando ellas quieren mirar, tocar, experimentar y hablar desde ellas mismas, chocan contra las paredes del sistema en donde se lee “calladita te ves más bonita”.
Las comunidades cristianas fieles al Evangelio de Jesús, no callan las voces de sus integrantes, más bien animan su libre participación. Este principio tiene su fundamento en la práctica de la primera comunidad de Jesús. Ésta era una comunidad diversa, con una alta participación de mujeres, a pesar del contexto patriarcal en el cual se desarrolló. De esta manera, las mujeres de la comunidad primigenia de Jesús no eran calladitas, más bien eran mujeres activas, libres y con una voz propia.
Los Evangelios abundan con testimonios
de las voces de las mujeres en el movimiento de Jesús. Como una voz primordial escuchamos la voz de María
de Nazaret, la madre de Jesús, quien inclusive, ante lo numinoso, no se queda
en silencio. Ella dialoga, interpela y
responde al mensajero divino. Más tarde la oímos hablar con su prima Isabel y
prorrumpir en un abundante canto al Dios liberador de Israel. Isabel, su prima,
no era menos callada. Ella tiene el
poder de la palabra mientras su esposo, el sacerdote Zacarías ha sido
silenciado. Es ella quien tiene la voz para nombrar a su hijo. – Juan se
llamará – dice ella y su esposo deberá consentir (Lucas 1).
Ana la profeta en el templo, es una
mujer que exclama su agradecimiento a Dios, ante la presencia de Jesús en el
templo. Luego, seguirá hablando con esperanza a quienes esperaban la liberación
del pueblo (Lucas 2,38). No sabemos de voces clericales acallando la voz de
esta profeta.
María Magdalena, Juana, Susana y otras
muchas que seguían a Jesús, proclamaban junto a él y sus compañeros, las buenas
noticias del Reino en ciudades y aldeas (Lucas 8,3). Más tarde, María Magdalena
llevará, junto a otras mujeres, el
primer anuncio de la resurrección.
La viuda habla mucho ante el juez
injusto y exige sus derechos (Lucas 18). La mujer sirofenicia – o cananea – no
solo habla, sino grita. Jesús argumenta y ella contra argumenta hasta lograr
una respuesta (Mateo 15,21-18). La mujer conocida como la Samaritana, es una
mujer teóloga en franco diálogo con Jesús a quien reconoce como el Mesías. Más
tarde, se convierte en la Apóstol de Jesús ante su pueblo. Nadie la calla (Juan
4).
Estos y otros muchos relatos
evangélicos, nos dan testimonio de la participación amplia de las mujeres en la
comunidad de Jesús.
Y no tenemos registros acerca de Jesús callando o
silenciado a ninguna mujer, porque las buenas noticias del Evangelio no eran
para personas calladas. Más bien eran noticias para hablarse y proclamarse
abiertamente y llevar liberación a los pueblos. La libre participación de las
mujeres en la comunidad, permitió el anuncio rápido de la resurrección de
Jesús. En este sentido, sin las voces de las mujeres, no hay Evangelio.
Y, ¿Qué decir de la multitud de mujeres que durante la historia cristiana nos han dejado su apostolado, su teología, su música y sus escritos? ¿Qué decir de aquellas que alzaron su voz so pena de muerte? ¿Qué decir de aquellas que fueron acalladas con la muerte, y sin embargo, su martirio nos sigue gritando sus ideas? Así, la participación de las mujeres en la historia de la Iglesia, ha sido abundante, aunque más abundantes han sido los esfuerzos para silenciarlas.
Las voces de nuestras hermanas en las comunidades cristianas son parte de nuestra memoria hoy. Ha habido muchas voces de mujeres activas y eso ha sido una piedra irritante en los zapatos del patriarcado. Y por ello, se nos ha aplicado la consigna, disfrazada de dulzura, “Calladita te ves más bonita…” Bajo esta falsa premisa, a las niñas y a las jóvenes se les recorta todavía bajo el molde de la mujer cristiana, callada, sumisa a toda la estructura religiosa masculina.
¡No más silencio, no más amoldamiento al sistema que nos quiere calladas!
Hoy, nos apoyamos en la fuerza de las
miles de voces de mujeres que nos gritan desde la historia y que nos llaman a
alzar la voz en nuestro tiempo. Hoy,
alzamos nuestras voces fuertes, suaves, melodiosas, roncas o gritonas en busca
de la liberación de nuestros pueblos.
Hoy, nos asumimos como discípulas de
Jesús y escuchamos su llamado de liberación de este sistema de injusticia que
nos ha oprimido, violentado, asesinado y acallado nuestras voces. Hoy también
escuchamos la voz de Jesús que nos llama a dejar nuestro silencio, a escuchar su Evangelio, a participar
activamente en nuestras comunidades cristianas y en el desarrollo de nuestros
pueblos.
Hoy unidas a la multitud de voces de nuestras hermanas que nos gritan desde la historia, nosotras también gritamos ¡Calladas nunca más!
Integrante activa del Núcleo Mujeres y Teología
Muy de acuerdo con la autora ;)
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