“Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente
sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor” (Mt 11, 25-26)
Hace ya varios meses, no
sé cuántos, lo que sí sé es que el evangelio del día me hizo reflexionar de
manera nueva, distinta a como lo había hecho en otras ocasiones. Se trataba de
un cambio de perspectiva. Jesús alude aquí a los pequeños, a la gente sencilla,
como receptora de la revelación de Dios.
Nadie ignora que en la
época de Jesús (más incluso que ahora) si alguien estaba entre los pequeños,
entre los que no cuentan, ese alguien era la mujer por eso ¿por qué no hacer un
recorrido por el evangelio tratando de descubrir qué “cosas” revela Dios a las
mujeres?
De todas las mujeres que
aparecen en el evangelio he elegido tres, quizás porque las tres toman la
iniciativa en su acercamiento a Jesús.
1. La hemorroisa (Mc 5, 25-34)
Esta mujer, según la ley
patriarcal, está condenada al aislamiento por ser crónicamente impura y
portadora de impureza (Lv 15, 19ss) incapacitada para la relación sexual (Lv
20,18) con riesgo de morir prematuramente (Lv 15, 31) o ser extirpada (“por
Dios”) del pueblo.
Pero Dios revela a esta
mujer lo equivocado, lo falso de una ley opresora que la excluye; ella es capaz
de transgredir esa ley porque sabe que, en lugar de transmitir impureza, el
contacto físico, la relación personal con Jesús la curará: “con solo tocar su
manto”. En ocasiones la
transgresión es lo correcto, lo liberador, lo que se ajusta al deseo divino.
2. La mujer pagana (Mc 7, 24 ss.)
En el caso de la mujer
pagana, su certeza radica en la universalidad de la salvación divina que
transciende toda barrera. Dios no se deja secuestrar por cultura o religión
alguna, para él (ella) todas y todos son sus hijos. Tal es su certeza que se
atreve, siendo mujer y pagana, a corregir al Maestro.
3. La mujer que unge a Jesús (Mc
14, 3 ss)
Esta mujer ha captado la
importancia del amor ciertamente, pero además de eso lo que no señala el texto,
pero puede deducirse, es que ha captado también el derecho que siendo mujer, le
asiste de ejercer el sacerdocio y el profetismo, ya que unge a Jesús en la
cabeza, signo de consagración para una misión, rito que realizaban los
sacerdotes o los profetas.
Este don de captar, comprender lo que se oculta a los sabios y
prudentes bien podría corresponderse con la capacidad psíquica de la que oí
hablar a Luis Cencillo, psicoanalista;
dicha capacidad consiste en “captar la totalidad sin mediación de los sentidos. El
nivel radical de lo inconsciente es intimativo y funcionalmente operante
y “como un instinto especial” precede y se anticipa a la
reflexión y a los actos concretos de conocer, comprender, expresarse,
actuar y producir”. (http://www.drsedano-psicoanalista.es/psicoanalisis/vida-inconsciente/)
En su explicación, añadía
él que en su experiencia como psicoanalista había podido observar que el
desarrollo de esta capacidad era más frecuente en la mujer que en el varón.
¿Será que las leyes excluyentes del patriarcado fuerzan a desarrollar aspectos
psíquicos atrofiados en quienes creen saberlo todo?
Aún me atrevo a hacer
otra correspondencia entre los relatos evangélicos y las capacidades psíquicas
que poseemos, lo pone de manifiesto el relato de la hemorroisa y la pregunta de
Jesús: “quién me ha tocado”. También la psicología profunda puede contribuir a entender
el relato desde una perspectiva distinta: así como la mujer capta, sabe, la
misericordia divina, Jesús capta la necesidad y la angustia de alguien
silenciado e “invisible” a los ojos de toda la sociedad.
Se da entre Jesús y la
mujer una comunicación de inconscientes, no hay palabras, más bien fluyen entre
ambos sentimientos y deseos; el deseo de ser salvada de un lado y el de salvar
por otro.
La experiencia de estas
tres mujeres me da pie para responder a la pregunta planteada por Rosemary
Reuther según testimonio de Hugo Cáceres en su artículo “Feminismo y Teología
de la Liberación” publicado en la agenda Latinoamericana: “¿Puede un salvador
varón salvar a las mujeres?”
Mi respuesta a esta
pregunta es rotundamente sí, al menos por dos motivos:
1.
El propio Jesús, a pesar de
tener en contra toda la tradición religiosa judía, se deja salvar de su posible
nacionalismo por una mujer pagana lo cual supone el reconocimiento de la
capacidad de enseñar y de corregir aspectos culturales por parte de la mujer.
2.
En los tres casos lo que sucede
se da en el ámbito de lo público, (cierto que el episodio de la unción se da
dentro de una casa pero en contexto público ya que no se trata de la casa de la
mujer sino que ésta llega de fuera,
“llegó una mujer”); pues bien, Jesús públicamente acepta y alaba la
actitud de estas mujeres; más aún, aquello que podía haber quedado en lo
oculto, en lo privado, lo sucedido entre Jesús y la hemorroisa, él lo desvela,
lo hace público, saca de la invisibilidad y aplaude el acierto y la fe de las
mujeres.
¿Acaso no es esto salvación?
*Marisol Puente es licenciada en Estudios Eclesiásticos,
actualmente trabaja en Pastoral social de la Arquidiócesis de Guatemala.
Integrante del Núcleo Mujeres y Teología de Guatemala.
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