Mujeres anónimas, juzgadas y liberadas en la época de Jesús y en la de hoy
En el evangelio de Juan (8,
2- 11), se narra cómo “Los letrados y
fariseos le presentaron una mujer sorprendida en adulterio y poniéndola en el
centro le preguntaron – Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio.
La ley de Moisés ordena que mujeres como ésta sean apedreadas; tú, ¿qué dices?
Decían esto para ponerlo a prueba, para tener de qué acusarlo. Jesús se agachó
y con el dedo se puso a escribir en el suelo. Como insistían en sus preguntas,
se incorporó y les dijo: el que no tenga pecado, tire la primera piedra…De
nuevo se agachó y seguía escribiendo en el suelo. Los oyentes se fueron
retirando uno a uno, empezando por los más ancianos, hasta el último. Jesús
quedó solo con la mujer, que permanecía allí en el centro. Jesús se incorporó y
le dijo: -Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? Ella contestó: Nadie, Señor.
Jesús le dijo: -Tampoco yo te condeno. Ve y en adelante no peques más”.
En
la época de Jesús el desprecio, la marginación y la opresión hacia las mujeres
era fuerte, las leyes de pureza y el sistema jerárquico patriarcal aseguraban
esta realidad. Este episodio puede ser un ícono de la acción violeta que se generaba
hacia los cuerpos y la dignidad de las mujeres.
Este
hecho que nos recuerda el evangelio de Juan, de la mujer presentada por los
letrados y fariseos a Jesús, puede tener varias interpretaciones. Hoy, este
acontecimiento y la realidad que viven muchas mujeres en los países del tercer
mundo nos invita a interpretarlo, haciéndonos conscientemente las siguientes
preguntas: ¿Cómo vemos a los hombres, a la mujer y a Jesús en el texto? ¿Qué
hacen, qué dicen los hombres, qué hace y qué dice la mujer y Jesús? ¿Cuáles
serían las representaciones de otras mujeres en el texto? ¿Qué nos diría la
mujer si le diéramos voz? ¿Qué le preguntaríamos?¿Habrían algunas preguntas que
quisiéramos realizar a los letrados y fariseos o a los hombres de hoy, cuáles?...
Volviendo
al texto, vemos una mujer sola, puesta en el centro, juzgada por los varones
celosos de las leyes religiosas. Hoy,
¿no nos es muy conocido, cuando una mujer es tema de conversación en un grupo y
que generalmente es para juzgarla desde estereotipos, desde la poca estima y
para estigmatizarla?... ¿O cuando en temas de sexualidad, y violencia sexual se
le condena, se le responsabiliza, se le desacredita, sin preguntar por el
hombre adultero que la forzó?
Las
mujeres hoy, como en la época de Jesús siguen siendo juzgadas y sometidas a la
falta de educación, trabajo y salud. Según fuentes oficiales se registra una estadística alta de analfabetismo y en las áreas rurales
es mayor, pues, son las que tienen menos posibilidades de acceso a la educación. También
el 20 por ciento de las mujeres alguna vez casadas o unidas han experimentado la
violencia física o sexual, según la Encuesta Nacional de la Salud Materno Infantil
realizada en 2014-2015; sin
mencionar la carencia de servicios para cubrir las necesidades básicas. Haciendo una interpretación plástica, las acusaciones
y pedradas serían las faltas de oportunidades que se le niegan a la mujer, y
por si fuera poco, el femicidio ha cobrado demasiadas víctimas en Guatemala,
solo en el mes de octubre de este año, ya se ha llegado al total del año
pasado, es decir que ha incrementado.
Otro
aspecto preocupante es que los hombres que detentan el poder no hacen más que
enriquecerse, no sólo a costa de los pobres, sino a costa del trabajo
anónimo e invisibilizado de las mujeres,
aprovechando, muchas veces su energía
creadora y emocional.
Y
nos surge la siguiente pregunta: ¿Será que los hombres, como esposos, hijos, padres
de familia, como miembros activos de esta sociedad, seguirán solo viendo o
buscarán formas para que a las mujeres se les dé su lugar en todos los espacios
donde les corresponde y renunciarán a seguir ejerciendo esa violencia hacia las
mujeres o simplemente se quedarán como espectadores? Jesús nos cuestiona
entonces, a cristianos y cristianas. En ninguna familia debe haber una mujer
que no sepa leer, en ninguna familia se le debe dar importancia sólo para los
oficios domésticos, en ninguna familia debe
haber una mujer que se esfuerza trabajando en la calle para llevar su aporte económico
a la casa y continuar haciendo las labores
del hogar siendo invisible y no apoyada ante la misma, duplicando y
triplicando así su trabajo.
Lo
interesante de Jesús es que no se deja condicionar por la ley, es decir, actúa
con libertad, la cuestiona, y pone a la mujer por encima de la misma. Reacciona
diferente a nosotras y nosotros, que
ponemos pretextos para comprender a
todas las mujeres que durante toda una vida se han dedicado al trabajo como
empleadas domésticas, ¿Cuál es el trato
y el pago que les doy y se merecen? ¿Cuál es la comida que les ofrezco?...la
que sobra o la que comemos en la familia.
Este
evangelio nos inspira a la ternura, a la calidez, al amor y a la libertad de
Jesús para acoger con toda la humanidad de que somos capaces a las mujeres y
así lograr una sociedad más equitativa... Cambiar las piedras, las leyes, el
sistema de relaciones desigual y la violencia por el amor, la justicia, la igualdad, la educación
y las condiciones igualitarias de oportunidades de trabajo.
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