En un mundo cada vez más marcado por el individualismo y la competencia, las mujeres nos atrevemos a desafiar las estructuras de un sistema patriarcal haciendo diversas propuestas concretas: compartir en lugar de competir, tejer sororidad y colectividad frente al egoísmo y la separación.
En el caminar de
la vida experimentar que podemos hacer camino con otras mujeres en medio de la
diversidad, nos abren posibilidades de acompañarnos, crecer en identidad y
pertenencia a una familia ampliada. Una comunidad de vida donde nos unimos para
avanzar hacia nuevos paradigmas que posibiliten nuevas formas de vivir con
dignidad e igualdad.
Sentirnos
acuerpadas nos ayuda a sanar de manera holística, tanto personal como
colectiva. Además, se convierte en una forma de acompañarnos y crear sinergia
frente al imperante extractivismo, consumismo, sexismo, racismo y elitismo.
Ante esta
realidad, el ecofeminismo se presenta como una propuesta de sanación integral,
puesto que no se queda únicamente en la denuncia, sino que propone formas
alternativas de ver y habitar el mundo. Una de sus principales aportaciones es:
el reconocimiento del valor de la
sabiduría ancestral, la invitación a recuperar la unidad de nuestro cuerpo
frente al estado de fragmentación y desconexión causadas por la opresión y
creencias limitantes. De igual manera, promueve la necesidad de vivir armonizando
nuestras energías con las energías del universo, haciendo énfasis en la
importancia del cuidado como prácticas políticas y transformadoras.
El acompañamiento desde una visión
ecofeminista nos conduce a la meta de la sanación integral. Esto parte de la necesidad
de reconstruir relaciones rotas por sistemas de dominio: relación con
nosotras/os mismas/os, entre géneros, con la comunidad y con la Tierra. También
busca fomentar la resiliencia, no solo resistir, sino regenerar la vida. Así impulsa
el deseo profundo de transformar la visión y narrativa que nos lleva a pasar de
ver la naturaleza como “objeto de consumo” a verla como sujeto de derechos y
como parte de nuestro propio ser.
En países como Guatemala, Colombia, Bolivia y
México existen colectivos de mujeres indígenas que lideran procesos de defensa
territorial. Sus acciones integran la salud, el entorno y la espiritualidad.
Muchos de estos colectivos sostienen, desde su cosmovisión, una fuerte
convicción: proteger el territorio es proteger el cuerpo. De ahí que, el autocuidado no se entiende como
una práctica individualista ni egoísta sino como una forma de sostener y
prolongar la vida colectiva.
Estamos llamadas
a recuperar la medicina ancestral, las plantas curativas, los rituales de
autocuidado y los vínculos comunitarios como herramientas de resistencia. Estas
prácticas no solo buscan curar enfermedades, sino también sanar heridas
históricas, reconectar con el cuerpo y restablecer una relación armoniosa con
la naturaleza.
Es vital crecer en
cultivar relaciones interpersonales sanas que nos permitan colocarnos al lado
de la otra, otro, otre, con respeto. Sabiendo que, cada historia de vida es una
tierra sagrada, por lo que es fundamental descalzarnos para poder entrar con
reverencia y acompañar. Recuperar la esencia del acompañamiento entre iguales, es
un modo de derribar las estructuras jerárquicas y misóginas.
Para Mary Judith
Ress, el sueño ecofeminista es anhelar
el reconocimiento de que somos un único Cuerpo Sagrado con todos sus matices y diversidad.
Esto no sólo es simbólico, sino profundamente político, espiritual y
transformador. El cuidado del cuerpo, de la alimentación, del entorno y de los
vínculos se convierten en actos radicales liberadores, frente a un sistema que
promueve el consumo, el desgaste, descarte y la desconexión.
A raíz de este
despertar, Geraldina Céspedes resalta que la mística y las prácticas de
carácter ecofeminista tienen hoy distintas manifestaciones a través de pequeños
gestos y acciones en la vida cotidiana. Por ejemplo, muchas mujeres han
comenzado a cuestionar sus formas de relacionarse, sus hábitos de consumo, el
origen de los alimentos, los cosméticos que usan o los medicamentos que
ingieren. Esta conciencia no parte del miedo, sino del deseo de vivir en coherencia
con un modelo más respetuoso con el cuerpo y la tierra.
En este proceso
personal y colectivo, se va fortaleciendo también la autonomía. Como mujeres aprendemos a conocer nuestros ciclos, a
leer las señales de nuestro cuerpo, a gestionar la salud desde una mirada más
integral. Estos aspectos, potencian el autoconocimiento y la inteligencia
emocional como primer paso del empoderamiento, así nos colocamos como
protagonistas y gestoras de espacios alternativos que impactan de manera
directa nuestros estilos de liderazgos colectivos y comunitarios.
Elizabeth Johnson desde una perspectiva de la teología feminista destaca
la experiencia de amistad en la mutualidad divina como modelo relacional para
la humanidad. Propone que la amistad divina es libre,
mutua y compartida. Así, la comunidad humana estaría llamada a vivir con
responsabilidad compartida, igualdad y respeto mutuo, sin jerarquías de
subordinación.
Otra manera de
generar alianzas y construir lazos reales y fuertes, es la sororidad entre
mujeres, ayuda a potenciar nuestro crecimiento integral. Crear vínculos de sororidad
como principio básico en las relaciones sociales femeninas se convierte en una
plataforma de nutrición y empoderamiento colectivo esencial. Estas alianzas
establecidas por las mujeres son para velar por un presente y futuro mejor, por
un mayor número de oportunidades para crecer y desarrollarse como personas. Además
de, tener mayor incidencia en la sociedad, luchar por eliminar las
desigualdades de género y continuar apostando por poner la vida en el centro:
la vida humana, la de los ecosistemas, la vida presente y futura.
Frente a una
lógica que mide el progreso desde una manera mercantilista el ecofeminismo
propone medir el bienestar por la capacidad de sostener la vida con dignidad y
justicia. Acompañarnos implica hacer memoria
como sanación. En los orígenes del movimiento de Jesús existe un modelo
comunitario fundado en la igualdad y la sanación, donde las
mujeres no solo fueron testigos, sino discípulas activas del
mensaje evangélico.
Elisabeth Schüssler Fiorenza
propone rescatar la memoria histórica de las mujeres en los orígenes del
cristianismo, reconociéndolas como discípulas y lideresas, impulsando una
sanación espiritual mediante un discipulado de iguales y haciendo relectura
bíblica liberadora, libre de androcentrismo. Desde esa conciencia nos atrevemos
a seguir construyendo un discipulado de
iguales, donde todas las voces cuentan y todos los cuerpos son sagrados.
Creemos en el potencial que tiene lo comunitario no solo de resistir sino
también el de sanar juntas:
- Sanando personas, reconciliando a cada ser humanos con su cuerpo, rescatando lo que hay de memoria, su identidad y su dignidad.
- Sanando comunidades, tejiendo y fortaleciendo redes de cuidado, justicia y ternura.
- Sanando la Tierra, cultivando, protegiendo y regenerando los ecosistemas que nos dan vida y generan bienestar.
Al acompañarnos rechazamos todo sistema que
subordine lo femenino, lo vulnerable o lo natural. Afirmamos una espiritualidad
que ve en la creación no un recurso, sino una hermana y maestra. Por tanto, nuestra fe genera esperanza cuando
se une a nuestra memoria y a nuestras luchas que se nutren mutuamente del hacer
memoria como resistencia, el cuidado como acción política y la sanación como
justicia. Porque, la sanación integral en el acompañamiento desde una mirada ecofeminista
es, tanto política como espiritual. Se trata, de reconocer y honrar el vínculo sagrado entre nuestros cuerpos y la Tierra,
desde la diversidad, la protección mutua y la reclamación de la vida como un
Cuerpo Sagrado compartido.
![]() |
Winivel Peña Peña Integrante Núcleo Mujeres y Teología |
No hay comentarios:
Publicar un comentario