miércoles, 6 de julio de 2022

Defensa del mundo natural ¿a quién concierne?

 

    Recientemente fue publicada la noticia sobre la sentencia condenatoria emitida contra María Cuc Choc, defensora q’eqchi’ de los derechos de las personas y pueblos indígenas y del medio ambiente, dentro del proceso penal que se le sigue hace más de cuatro años. En marzo de este año, Bernardo Caal Xol, también líder q’qeqchí, obtuvo su libertad tras cumplir parte de la pena que le fue impuesta al ser encontrado penalmente responsable por hechos relacionados a su labor en defensa de los ríos.

    Como ellos, muchas defensoras y defensores de derechos humanos han sido y siguen siendo objeto de diversos tipos de ataques. En el último informe anual de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación en Guatemala[1] se resaltó la persistencia del uso indebido del derecho penal como medio para sancionar o impedir su trabajo; denotó además irregularidades y retrasos en procesos penales seguidos en su contra. Alertó sobre el alto nivel de criminalización contra organizaciones y comunidades indígenas y campesinas en el contexto de reivindicación de las tierras ancestrales y defensa del medio ambiente, existiendo para esa fecha 881 órdenes de captura relacionadas. En 2019, las estadísticas de Udefegua reportaron 15 asesinatos de personas defensoras de derechos humanos; 14 de las personas asesinadas pertenecían a asociaciones comunitarias, organizaciones campesinas, indígenas o ambientalistas.[2]

    Frente a este dramático escenario y como forma de reconocer la labor de personas que han dedicado sus esfuerzos -algunas incluso a costa de su vida-, para luchar contra las injusticias económicas, sociales y políticas relacionadas a la tenencia de la tierra y el uso de los recursos naturales, he querido dedicar este espacio para dejar apuntadas algunas ideas sobre la relación entre el medio natural y el ser humano. A partir de estas, pueden surgir posturas conscientes, no solo de la necesidad de conservar y proteger el mundo natural, sino de valorar y apoyar la resistencia contra aquellas miradas restringidas, propias de determinados modelos económicos y sociales, que contribuyen a la perpetuación de las desigualdades y conducen a la destrucción de la vida.

    La sociología actual reconoce que la historia humana no es independiente sino está mediada por la naturaleza. La sociedad, el desarrollo social y las posiciones de los sujetos están entrelazados por la manera en que la naturaleza es y ha sido transformada por el ser humano. Por su parte, la interdependencia entre la naturaleza y las desigualdades se manifiesta de diferentes formas: existe desigualdad en la creación de las crisis ambientales, así como desigualdad en la distribución de los efectos adversos que estas provocan. Tales efectos refuerzan las estructuras existentes de desigualdad. La vulnerabilidad, determinada por marcadores de diferencia como la etnia, la raza, la clase y el género, suele ser mayor para aquellos que son marginados de múltiples maneras.[3]

    Partiendo de este último aspecto, la dimensión de género en las luchas por el medio ambiente no debe tampoco ser ignorada. En el campo de los derechos humanos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha resaltado la necesidad de que, al momento de adoptar medidas en el marco de las actividades y operaciones empresariales, se incorpore un enfoque interseccional y diferencial, incluyendo la perspectiva de género, consciente de la posible agravación y frecuencia de violaciones a los derechos en razón de condiciones como el origen étnico, la edad, la orientación sexual, la identidad de género o la posición económica de las personas y los grupos.[4]

    Para afrontar el tema del medio ambiente, no debe dejarse de mencionar que las situaciones históricas y las experiencias culturales de cada persona y grupo humano determinan las diferentes visiones sobre la naturaleza. Es por ese motivo que las luchas contra el despojo de la tierra, de los recursos naturales y la destrucción de los hábitats suelen ser asumidas por las personas y grupos humanos cuya cosmovisión se caracteriza por una estrecha relación con la naturaleza -a la que atribuyen un valor intrínseco- y/o que viven en carne propia y desde la experiencia cotidiana las consecuencias de la pobreza y la destrucción sistemática de los recursos.

    Pese lo anterior, debe tenerse presente que el mundo natural nutre la vida de todas las creaturas, incluido el ser humano. Desde el estudio de la naturaleza a luz de Dios, reflexiona Elizabeth A. Johnson que el conocimiento científico resitúa a la especie humana como parte intrínseca de la red evolutiva de la vida sobre nuestro planeta. La conexión del ser humano con la naturaleza es tan profunda que no es posible definir la identidad humana sin incluir el desarrollo cósmico y la ascendencia biológica que compartimos con todos los organismos que forman la comunidad de la vida. Advirtiendo lo anterior, nos invita a construir teología a partir del testimonio de la creación y del Dios amoroso que alimenta constantemente la vida.[5] Existen numerosos puntos de apoyo para el cristianismo, pero también en las diferentes tradiciones religiosas o los distintos sistemas de creencias, que pueden inspirarnos a la sacralización del mundo natural, a no tolerar ninguna justificación para la destrucción de los ciclos de vida y a oponernos decididamente contra la opresión de cualquier clase.

    Dado que el mundo sustenta y posibilita la vida, las luchas por la defensa de la tierra y los recursos naturales, irremplazables, conciernen a todas y todos, en tanto existimos como parte y gracias al mundo natural. Las presiones y ataques contra quienes asumen esta importante tarea -en nombre de sus familias, comunidades y de la parte de la humanidad que se sitúa en su justa posición en este mundo-, así como la mirada aquiescente o confabuladora de las instituciones estatales, deben resultarnos intolerables. El agua que bebemos, el aire que respiramos, la manzana que comimos ayer o la simple contemplación de una flor son cuestiones que quizá nos ayuden a comprender que las causas medioambientales no son ni deben parecernos distantes.


Ana Isabel Calderón

                    Integrante de Núcleo Mujeres y Teología


[1] Naciones Unidas, Asamblea General. Informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación de derechos humanos en Guatemala, 2020, A/HRC/46/74, párrs. 86 y 87.

[2] Unidad de Protección a Defensoras y Defensores de Derechos Humanos de Guatemala, resumen del Informe de situación de personas, comunidades y organizaciones defensoras de derechos humanos, 2019-2020, pág. 12.

[3] Dietz, Kristina. Investigar las desigualdades desde la perspectiva socioecológica. En: Repensar las desigualdades, Jelin, Elizabeth, Renata Motta & Sérgio Costa, 1º edición, Siglo XXI Editores Argentina, 2020, págs. 111-133.

[4] Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Relatoría Especial sobre Derechos Económicos Sociales Culturales y Ambientales REDESCA, Informe Empresas y Derechos Humanos: Estándares Interamericanos, 2019, OEA/Ser.L/V/II CIDH/REDESCA/INF.1/19, párr. 44.

[5] Johnson, Elizabeth A., «Pregunta a las bestias» Darwin y el Dios del amor, Editorial Sal Terrae, 2014.

1 comentario:

  1. Gracias Ana Isabel por este artículo. Es puntual. Es develador, como provocador. Interesante mirada eco feminista.

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