Participando en una de las conversaciones sobre el Sínodo Católico de las Mujeres me resonó distinta la expresión “abuso espiritual”. He escuchado muchas veces la palabra abuso relacionado con abuso sexual hacia las mujeres. Abuso, manipulación violencia de tantos tipos. Pero abuso espiritual… y me quedé pensando. Tienen razón.
Siendo el tema el Sínodo Eclesial, y en esta oportunidad el Sínodo de las Mujeres, comencé a repensar algunas situaciones que hoy se siguen dando en nuestra Iglesia católica, que es a la que yo pertenezco.
Tenemos razón cuando decimos que han manipulado nuestras conciencias en beneficio de los varones y su poder hegemónico en la comunidad. Nos han señalado un camino, unas tareas y un lugar y, todo ello, en nombre de una teología patriarcal que nos deja fuera. Y con unos argumentos que hoy ya no se sostienen.
Nos duele el abuso sexual, el económico, el de poder, pero nos duele más el abuso de conciencia que nos deja fuera, como seres infantiles, incapaces de pensar por nosotras mismas. Y nos duele más porque lo hacen afirmándose en la propia teología, que, por supuesto es hegemónica del varón, patriarcal, e invisibilizadora de las mujeres y su acción a través de la historia. Y ya sabemos qué pasa. Porque son muchas las mujeres que creen en esta hegemonía del varón, sin ser conscientes de ella. Y siguen teniendo su pensamiento anclado en siglos de historia patriarcal, sin plantear cambios, porque siempre ha sido así y así lo hemos normalizado. Lo creemos porque así nos lo contaron y así nos dijeron que era. Y así es nuestro pensar sobre Dios, el hombre, la mujer, y los roles asignados para cada uno de ellos. Lo creemos así y así lo vivimos hasta hoy. Mientras, los que sustentan el poder religioso saben, nosotras también lo sabemos, que lo más difícil es cambiar las creencias y desde ahí, tienen la batalla ganada. Porque frente a todos estos abusos que permanecen impunes, ejercen la conducta unánime de la conspiración del silencio.
Las mujeres que pensamos diferente, las que enseñan teología con ojos de mujer, la creciente criminalización de las mujeres que defienden los derechos de ellas mismas y de la tierra, la política de permitir que recojamos las migajas de nuestra participación en la Iglesia…es la nueva forma de caza de brujas que estamos sufriendo hoy. Por todo ello tiene sentido la “Revuelta de las Mujeres en la Iglesia” que se ha iniciado en varios países y aplaudimos el lema que las guía: “hasta que la igualdad se haga costumbre”.
Abuso espiritual, manipulación de nuestras conciencias para acallar los gritos que se nos quedan dentro… porque su dios pequeño nos quiere así, sumisas, obedientes, calladas…porque siempre ha sido así. Necesitamos ser supervisadas por un varón, no sea que faltemos a la ortodoxia, a su interpretación de la espiritualidad que no tiene más canon que el patriarcal.
Sentimos el llamado a recuperar la historia de otras mujeres cuyo liderazgo nos fortalece y anima nuestra esperanza. Recrear nuevas liturgias, nuevas formas de celebración, nuevos modos de vivir nuestra espiritualidad desde nosotras mismas, de forma creativa y sororal. Es evidente que esta propuesta es arriesgada y crea conflictos, no vamos a engañarnos, pero si queremos lograr nuestro sueño y recuperar nuestro espacio eclesial, en igualdad con los varones, hay que seguir empujando la historia en esta dirección. Soñar en una eclesialidad de iguales, con una participación plena en la mesa de la comensalía.
Hemos de recuperar los valores que están en la raíz del evangelio de Jesús de Nazaret, valores de igualdad y equidad, de reconocimiento de las mujeres. Algo que no inventamos nosotras, sino que está en los inicios del Movimiento evangelizador, sanador y salvador de Jesús. Reactualizar signos y gestos que tengan sentido para nuestro tiempo. Dejar de lado lo que ya no nos sirve a las mujeres. Recuperar la importancia de la pluralidad y diversidad de nuestra realidad de mujeres que requiere apertura a todas. Forjar un liderazgo alternativo. Crear espacios de sanación de heridas provocadas por el patriarcado. Se han levantado voces que nos dicen que sin inclusión de las mujeres no hay sinodalidad, ya que estamos trabajando en esta tarea pedida por el papa Francisco del Sínodo de la Sinodalidad. Gran paradoja…
Se nos invita a preguntarnos de qué fuente se nutre nuestra espiritualidad, de qué teologías, -¿dañinas para las mujeres?- Desaprender, sospechar, deconstruir saberes y recrearlos, aprender a trascender formalismos, sentí-pensar la realidad de otra manera. Son palabras que me quedaron resonando. Porque es verdad, nos han cooptado nuestras conciencias, y hemos de ponerle nombre: abuso espiritual.
Estamos en un momento de no retorno y tenemos por delante un camino de subversión profética. Atrevámonos a vivir de manera diferente. Nuestra Iglesia está en crisis. Podemos transformarla en una oportunidad de generar algo nuevo.
Las voces de estas compañeras de diálogo siguen resonando en mi interior y me empujan a tomar decisiones pequeñas y concretas. Y esto ya es ponerse en camino. Muchas de estas palabras son suyas, pero al decirlas yo hoy, siento que es una manera de hacerlas mías también. La invitación a asumirlas por todas está servida….
Gracias Chus por compartir esta importante reflexión sobre el abuso espiritual ejercido por hegemonía religiosa patriarcal a través de la historia y que sigue contrarrestando el desarrollo espiritual de mujeres y hombres de hoy que buscan autenticidad, coherencia e inclusión.
ResponderEliminarInteresante la reflexión que compartes Chus. Contiene luces proféticas que fortalecen el camino sororal en pro de una Iglesia de iguales. Gracias
ResponderEliminarGracias querida Chus por continuar levantando la voz. Que la Ruah nos vaya inspirando la estrategia que incluya el modo, el momento, de decir basta.
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