Las florecillas del campo, las abejitas, la hierba, las flores… casi todos los seres vivos se reproducen de forma sexual, entendido como la unión de material genético de dos criaturas distintas. Sin embargo, al escuchar alrededor, especialmente en los ambientes religiosos, es común encontrarnos, hoy todavía, con una percepción negativa, si no, de frontal rechazo de todo lo que tenga que ver con sexualidad y coito.
Si bien en la iglesia católica se habla ahora de la sexualidad como una dimensión humana y una forma de conocimiento personal y se insiste en ella como una fuerza integradora del ser; en el contacto con la generalidad de creyentes se sigue percibiendo una imagen maliciosa de la sexualidad, rayando en la idea directa de pecado, si no cumple con una serie de estrictas condiciones enmarcadas dentro de normas morales preestablecidas.
El sexo en la Sagrada
Escritura
La historia
de la sexualidad humana comienza en la Sagrada Escritura con la creación del
hombre y de la mujer. Génesis 1, 27 se
refiere al varón con la palabra hebrea zakar (que alude al miembro
viril: puntudo) y neqebah (la perforada) para designar a la mujer.
La tradición bíblica enaltece la entrega de las parejas
como un don de Dios y una alabanza a la creación. El libro del Cantar de los Cantares es un
poema erótico de espera, confianza y deseo de la persona amada. Con partes muy explícitas de sexualidad: “tu
sexo, una copa redonda, que rebosa vino aromado… Tus pechos, igual que dos
crías mellizas de gacela…Oh, ven, amado mío, salgamos al campo, pasemos la
noche en las aldeas…… allí te entregaré el don de mis amores…” (Libro del
Cantar de los Cantares, capítulo 7).
Recordemos
a Ana, llorando porque no podía concebir y cómo Elcaná, su marido le implora (1Sam
1, 8): "Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿Es que no
soy para ti mejor que diez hijos?". Aquí no encontramos ninguna condición de
fertilidad o procreación para el amor de pareja. Elcaná reclama a su mujer, que no aprecie el
amor y el gozo que le ofrece, aunque este no lleve a la concepción/procreación.
El aprecio bíblico por el amor y la
entrega de la pareja sexual es tan evidente que el libro del Deuteronomio (Dt
24, 5) establece que un hombre recién casado debe estar liberado de toda
función o deber durante un año y literalmente dice: “hacer feliz a la mujer que
ha tomado”. ¡La principal función del
varón recién casado es hacer feliz a su esposa!
Asimismo, los profetas utilizaron ampliamente las
relaciones maritales como imagen del amor de Dios: Oseas (1-3), Jeremías (2,2),
Ezequiel (16; 23), Malaquías (2, 14-16). Estos textos exploran el amor marital
comprendido con delicadeza, ternura, intimidad, un amor oblativo que busca,
según los profetas, ser símbolo o imagen del amor de Dios por la creación y la
humanidad.
Jesús hace propia la tradición del amor marital como
símbolo del amor de Dios al utilizar con frecuencia en sus discursos la imagen
de bodas, novios, banquetes nupciales en sus discursos. Para
Jesús, la comunión (comunidad de amor), la solidaridad, la fidelidad, el
compromiso que manifiesta un matrimonio que es vivido en el Señor, son símbolos
del Reino de Dios.
Podríamos
concluir que bíblicamente la alianza de Dios con su pueblo está escrita en
clave de alianza esponsal y se prolonga a lo largo de toda la historia de
revelación.
El
sexo en el cristianismo
La
sexualidad, que viene de Dios y nos hace participar del don creador, fue oculta
en el armario y cubierta con un manto de vergüenza, al extremo de que se
empezara a predicar su rechazo por los representantes y conocedores de la
religión, a partir del segundo siglo de la era cristiana. Esto generó que su práctica fuera escondida,
llenándose de culpa y sufrimiento en gran parte de la historia cristiana
posterior.
Lamentablemente no podemos profundizar ahora en todas las
razones teológicas, filosóficas y de género que sustentaban esta decisión. Baste con decir que, en el cristianismo,
influenciado por el estoicismo, el gnosticismo y el maniqueísmo de los primeros
siglos, la celebración y el gozo de la sexualidad humana expresada en la
Sagrada Escritura fue ocultada y dio paso a la sexualidad vinculada con la
falta de control a los instintos, con la “animalidad”, con la vulgaridad,
considerándose un deseo irracional y desordenado, llegando incluso a
considerarla indigna de “humanidad”.
Consecuencias históricas
La
sexualidad fue separada del evangelio y se predicó en el sentido de que la
negación de la dimensión sexual humana era preferida por Dios. Se llegó incluso a condicionar el seguimiento
de Jesús a la absoluta abstinencia sexual. La realidad de ocultar la vida
sexual, de encerrarla en un cuarto oscuro, propició que esta se viviera de tal
forma que llegara a ser inhumana para una gran parte de la población.
Quienes discutían y enseñaban sobre el sexo, fueron todos
varones, cerrando a las mujeres la posibilidad de elaborar un discurso propio. Señalaron a las mujeres de ser seductoras,
causa de la caída de los hombres virtuosos, cuando éstos no controlaban sus
instintos. La mujer fue descrita como
menos espiritual, menos inteligente, una versión inferior de ser humano.
Las mujeres fueron infantilizadas y reducidas a objeto de
placer para el varón y medio para la procreación. Se censuró el control de sus propios cuerpos
y ritmos, y las mujeres que se atrevieron a utilizar la naturaleza creada por
Dios, para tener control sobre la concepción y el embarazo, fueron señaladas de
brujas.
Se
condenó la antigua tradición erótica de las culturas que valoraban el juego y
el placer con el objetivo de exaltar los sentidos para el mayor beneficio de la
pareja. Incluso, pareciera haberse
perdido el sentido de pareja, anulando el cuerpo de las mujeres y sus
necesidades y colocando la importancia en la satisfacción del instinto del
varón, limitando el matrimonio únicamente a los fines procreativos, llegando a
ver la sexualidad solamente desde el punto de vista androcéntrico y patriarcal.
No
existió un interés por la sexualidad femenina. A la mujer se le consideró un
objeto para la satisfacción de las “necesidades masculinas”. De esta manera se ha justificado por milenios
la violencia sexual contra las mujeres, la violación, el incesto, incluso la
pedofilia. En pleno siglo XXI aún se
señala a las mujeres por “provocar” a los varones. ¡Las mujeres somos responsables de los actos
bestiales de los varones, de sus violencias, de sus incontinencias!
Nuestra
cultura, al menos desde Latinoamérica, aun exalta la versión masculina del sexo
y difícilmente se transmiten las necesidades sexuales de las mujeres a los
hombres. Es demasiado frecuente escuchar
a las mujeres lamentarse por la insensibilidad hacia ellas de los hombres en el
sexo, quienes suelen escucharse solo a sí mismos. Hoy todavía se celebra la
violencia sexual como “hazaña viril”, incluso entre jóvenes.
Algunas
reflexiones
Es necesario redescubrir la dimensión
mística y sagrada del sexo, ya que es precisamente esto, su sacralidad, lo que
lo vuelve humano y elemento constitutivo de la persona.
Bien
harían las religiones y las iglesias en propiciar espacios para acompañar a las
y los jóvenes en el aprecio y gozo de la sexualidad mutua, con el respeto y
amor debidos, pero también el conocimiento necesario. Este conocimiento no se limita a nombrar los
aparatos reproductivos, sino debe descubrir las antiguas tradiciones eróticas,
la sabiduría, la fiesta, el gozo que Dios ha regalado a la humanidad por medio
del sexo.
Redimensionar
la sexualidad humana y valorar los elementos específicamente femeninos de la
misma, es un gran paso para la salud integral de nuestras sociedades y
culturas. Es en la intimidad, en las
relaciones de pareja donde se desnuda el interior humano, se expone la
vulnerabilidad y se muestra lo más auténtico del ser.
Cierro
con una frase de William Countryman[1]:
“El sexo es una de las mayores bendiciones de la creación y se ha de recibir
con placer y acción de gracias”.
Silke
Apel, teóloga y comunicadora
[1] William Countryman de su texto “Ética sexual del Nuevo Testamento y
mundo actual”
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