En la crisis actual del fenómeno migratorio millones de personas en el mundo son desplazadas a causa de conflictos armados y desastres naturales entre otros. Además de perder su hogar y su estabilidad, enfrentan otra amenaza silenciosa: la falta de atención médica adecuada.
Agencias
internacionales como la Organización de Naciones Unidas (ONU) para los
Refugiados (Acnur) han indicado que más de 60 millones de mujeres y niñas
desplazadas o que son apátridas se enfrentan a un alto riesgo de violencia de
género, y el financiamiento para los servicios vitales que les prestan apoyo es
lamentablemente escaso.
Algunos
datos alrededor del mundo[i]
·
Más
de 600 millones de mujeres y niñas viven en zonas afectadas por conflictos, un aumento del
50% desde 2017.
·
En
situaciones de emergencia, 1 de cada 5 personas desarrolla trastornos
mentales como depresión, ansiedad, TEPT (trastorno por estrés postraumático) o
esquizofrenia.
·
Sin
embargo, solo el 2% recibe atención adecuada, mientras que la salud
mental recibe apenas entre el 1% y 2% del financiamiento global en salud.
Entre los
principales problemas que enfrentan las mujeres y niñas migrantes se encuentran:
Acceso
desigual a servicios de salud, en los países de bajo ingreso los pobladores
locales tienen acceso precario a los servicios de salud. Esto tiene mayores
repercusiones para las mujeres migrantes; Otro problema es el grave impacto en
la salud física, la escasez de vacunas, atención prenatal, medicamentos básicos
o cirugías urgentes.
Desde la
visión de salud pública el análisis del desplazamiento forzado es visto no solo
como una crisis humanitaria, sino como un determinante social de la salud. Las
personas desplazadas enfrentan múltiples barreras: pérdida de redes de apoyo,
interrupción de tratamientos, hacinamiento, inseguridad alimentaria y
exposición a violencia continua. Todo esto incrementa el riesgo de enfermedades
transmisibles, crónicas y trastornos mentales.
El
desplazamiento y el estado de intemperie a que se ven sometidas las mujeres y
niñas migrantes puede provocar un estado permanente de duelo, el miedo
constante, la ansiedad. Esto hace urgente la necesidad de servicios de salud
mental culturalmente sensibles a esta situación.
El trauma del
desplazamiento se transmite entre generaciones, afectando la construcción de
redes solidarias y la memoria histórica. Niñas y adolescentes desplazadas
reportan encapsulamiento emocional: silencio, culpa, aislamiento y miedo a
denunciar.[ii]
Búsqueda
de soluciones
Dentro del
fenómeno migratorio la situación de salud de las mujeres y niñas implica un
enorme desafío. Las soluciones no están a la orden del día, algunas agencias
internacionales, ONGs y otras organizaciones humanitarias tratan de abordar el
problema a sabiendas que son gotas de agua en un océano inmenso de causas y
efectos.
Además, se
trata de conectar con enfoques interseccionales, mostrando cómo mujeres,
personas con discapacidad o comunidades rurales enfrentan barreras específicas,
pero también cómo las comunidades organizadas generan redes de apoyo.
Acorde con lo
anterior es importante colocar el pensamiento decolonial que invita a
cuestionar cómo se construyen los discursos sobre salud, normalidad y
sufrimiento desde una lógica occidental. En contextos de desplazamiento, muchas
veces se imponen modelos biomédicos que ignoran saberes locales,
espiritualidades y formas comunitarias de sanar.
La politóloga
argentina Agustina Barukel, en su trabajo sobre salud mental y decolonialidad,
señala que los dispositivos de atención muchas veces reproducen relaciones
coloniales de poder: patologizan el dolor sin atender sus raíces estructurales (racismo,
despojo, violencia histórica). Desde esta mirada, el sufrimiento psíquico no es
solo un “trastorno individual”, sino una respuesta legítima a contextos de opresión.
Teniendo en
cuenta lo anterior es urgente reafirmar la importancia de políticas públicas
que prioricen la salud de personas desplazadas. Incluir un llamado a reconocer
su dignidad, resiliencia y derecho a cuidados integrales.
Para una
atención real y eficaz proponemos crear: Clínicas móviles y alianzas con
organizaciones locales para llegar a zonas remotas, especialmente donde se
concentran las poblaciones migrantes tales como las periferias de las grandes
ciudades o las zonas fronterizas. La capacitación comunitaria en primeros
auxilios y salud mental y uso eficiente de tecnología móvil servirá para
seguimiento de pacientes y educación sanitaria.
La propuesta
decolonial implica también, reconocer el saber de las comunidades desplazadas
como fuente de sanación. Incorporar
prácticas culturales y espirituales en los procesos de atención. Denunciar las causas
estructurales del desplazamiento como parte del abordaje en salud.
Antes de
concluir quiero ofrecer tres imágenes del evangelio que son en si mismas
sugerentes. Los dos primeros: El pasaje de la hemorroisa y la hija de Jairo están
en Marcos 5, 21-43. Ambas, mujeres adulta y niña son restauradas en su salud.
La hemorroisa es una buscadora de salud, preocupada por el autocuidado, comprende
que el cuerpo de Jesús es fuente de salud. La niña, hija de Jairo, a los ojos de
muchos no hay nada que hacer está muerta, sin embargo, tanto su padre como
Jesús son restaurados de salud y vida.
El tercer
pasaje descrito por Marcos 2, 1-12, “vinieron a él unos trayendo un
paralítico, que era cargado por cuatro”. Este pasaje describe una acción
colectiva, cuatro preocupados por recuperar la salud del paralítico.
Dejo acá esta
reflexión con la esperanza que nos cuestionen: ¿Qué podemos hacer en nuestros
espacios personales y colectivos, para el autocuidado y reclamo de servicios de
salud dignos y acorde a las necesidades de todas la mujeres y niñas,
especialmente la salud de las mujeres emigrantes?
María Concepción Vallecillo MSC |