El canto que el evangelista Lucas coloca
en la voz de María de Nazaret (Lucas 1,46-55) evoca el espíritu liberador que caracteriza
la tradición hebrea del exilio de Egipto, la tradición profética en el Testamento
judío y la de los Evangelios en el Testamento cristiano. Esta tradición se
centra en la liberación de las personas oprimidas y marginadas en los contextos
socio culturales. Lo que anuncia María en este canto es una clara resonancia
política respecto al fin de los privilegios de quienes oprimen este mundo[1]. Desde esta perspectiva:
¿en dónde se sitúa la liberación de las mujeres y los cuerpos de las mujeres frente
al sistema patriarcal?
Uno de los mecanismos utilizados por el
patriarcado ha sido el dominio de los cuerpos de las mujeres y su sexualidad a
través de la reproducción. En el contexto de Israel, a las mujeres y a los
hombres estériles se les consideraba estar fuera de “la bendición” de que Dios creara a través de
sus cuerpos, por lo que a las mujeres se les discriminaba socialmente, no así a
los varones[2].
En cambio, las mujeres fértiles gozaban de esa “bendición” siempre y cuando se ajustaran
al sistema del control patriarcal, y fueran útiles a la hora del intercambio de
sus cuerpos vírgenes, por dotes que beneficiaban a los varones.
La obra lucana impregna con maestría la visión
humanizadora de su evangelio en los primeros dos capítulos, pese a que en los
textos bíblicos predominan las visiones androcéntricas y patriarcales. En estos
textos el autor utiliza varios paralelismos y antítesis a fin de abrir un nuevo
horizonte de justicia, que lleva a la transformación de las relaciones de poder,
y que incluye la participación igualitaria de las mujeres en el movimiento de
Jesús, desde el inicio hasta el fin del evangelio (Lucas 1-2 y Lucas 24) [3].
Las protagonistas en estos dos primeros
capítulos son las madres de los futuros profetas que establecerán las bases
para la liberación social y humana del pueblo: Isabel, mujer de edad avanzada,
es bendecida con una maternidad tardía después de afrontar durante su vida el
estigma social de ser estéril. Ella comporta la sabiduría de las justas que
esperan la liberación, experimenta que es posible lo inverso, ya que de su
cuerpo debilitado está por nacer una criatura llena de fuerza. María, una joven
que ya estaba comprometida para casarse bajo la ley, afronta el estigma de un
embarazo también insólito. Ella representa
la sabiduría de una nueva generación dispuesta a actuar ya en favor de la
justicia, experimenta la “gracia” de ser copartícipe de una nueva creación.
El evangelista las vincula por
parentesco y misión. Isabel, reconoce la
grandeza de la nueva sabiduría y se goza por la liberación que se está gestando
en sus vientres. María por su parte, exulta
en su canto el triunfo del restablecimiento de un orden social fuera del
dominio patriarcal, que crece ya en su útero; esa es su bienaventuranza, la proclamación
de salvación. Por lo tanto, sus cuerpos y los de sus criaturas pasan de la
dimensión privada a la dimensión política-pública en aras de una transformación
social. Proclaman gozosamente el nacimiento de una nueva humanidad, bajo un
gobierno según la voluntad divina y trascendente. Ambas se abrazan en
sororidad, traspasando así los prejuicios y condicionamientos establecidos para
ellas.
Este gesto profético del abrazo
intergeneracional puede alentar hoy a las tantas luchas de las mujeres por
alcanzar la vida digna, desde los diversos contextos y ámbitos donde se ubican.
Las mujeres gestan en sus cuerpos nuevas relaciones capaces de superar la
enemistad y la competencia para dar paso a la inclusión, así como la creación
de redes para alcanzar juntas metas que contribuyan a la humanización.
¿Qué
proclaman hoy las mujeres?
·
La
bienaventuranza de la alegría compartida por los logros y los derechos que se
van alcanzando.
·
La
bienaventuranza de ser gestoras de nuevos pensamientos, epistemologías y
saberes.
·
La
bienaventuranza del poder de dar vida, no única y exclusivamente como
reproductoras por medio de maternidades, sino de generar nuevas condiciones
para la vida digna de otras, otros y otres.
·
La
bienaventuranza de abrazar la memoria y las reivindicaciones de las mujeres de
generaciones pasadas para no olvidar su legado.
·
La
bienaventuranza de acoger la sabiduría y la fuerza de las nuevas generaciones
que tienen en sus manos el desarrollo de prácticas humanizadoras.
·
La
bienaventuranza de la lucha por la defensa de los cuerpos de personas vulnerables,
ante el abuso del poder de los sistemas imperantes.
·
La
bienaventuranza de la esperanza que se teje desde la sororidad y la solidaridad
hacia quienes más sufren violencia y opresiones.
·
La
bienaventuranza de la indignación ante la injusticia y la normalización de la
desigualdad de las mujeres.
·
La
bienaventuranza de la búsqueda de la interconectividad y la armonía con la
naturaleza y el cosmos.
Lubia De León Integrante de Núcleo Mujeres y Teología
[1]Isabel Gómez Acebo, Lucas, guía de lecturas del NT (España: Editorial
Verbo Divino,2008), 49.
[2]Ivoni Ritcher Reimer, “Lucas 1 y 2, una perspectiva feminista…y la
salvación se hacer cuerpo”, RIBLA 44, (2003), 37.
[3]Ibíd., 33.
No hay comentarios:
Publicar un comentario