miércoles, 3 de marzo de 2021

¿Quién lucha por mis derechos?






        Hablemos un poco sobre la celebración del 8 de marzo que, en este año 2021, tendrá que ser atípica a consecuencia de las medidas de seguridad y distanciamiento social recomendadas debido al coronavirus, que ya ha ocasionado más de 6,000 muertes en Guatemala y más de 2.3 millones en todo el mundo.

Fue en el año de 1909 (hace 112 años) que una organización de Mujeres Socialistas celebró en Estados Unidos el primer Día Internacional de la Mujer, con una participación de alrededor de 15,000 mujeres de dos estados: Nueva York y Chicago.  Un año después se unieron algunos países de Europa como Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza.

[1]

            Tuvieron que pasar 66 años para que las Naciones Unidas estableciera este día para la conmemoración del Día Internacional de la Mujer decretando que "se refiere a las mujeres corrientes como artífices de la historia y hunde sus raíces en la lucha plurisecular de la mujer por participar en la sociedad en pie de igualdad con el hombre". 

Esto hace ver que este movimiento creyó y sigue creyendo en el derecho de las mujeres de tener el lugar dentro de la sociedad que les corresponde y que les ha sido negado durante siglos. Por eso la lucha es constante y tenaz, paradójicamente, en paz, lo que hace que día a día y año a año gane más fuerza.  Se ha extendido a muchísimos países en donde cada vez más mujeres salen a las calles buscando que sus exigencias sean vistas ya sea a través de mensajes escritos o consignas que pueden ser escuchadas y repetidas. 

 

En la caminata del 2020, hubo algunas mujeres jóvenes que pintaron estaciones de bus.  Al cuestionárseles por qué lo estaban haciendo si sabían que eso iba a generar que la opinión pública criticara la actividad, enfocándose a lo negativo y no a las peticiones y tranquilidad con que la gran mayoría celebró la fecha, respondieron que cada una protestaba como podía.  Lo que había de trasfondo era que, en esas estaciones de bus, las mujeres sufren constantemente de acoso callejero, tanto verbal como físico. 

 

A la luz del Evangelio, ¿Cómo podríamos leer todo esto?  

 

“¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho?” (Mc 4, 21).  Las mujeres sabemos que tenemos un gran potencial y que tenemos derecho a que se nos reconozca en nuestra dignidad de personas, en nuestras capacidades que no se circunscriben a ser madres o esposas. 

 

Nuestra dignidad se nos ha concedido por el solo hecho de haber sido creadas, como los varones, a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,27).  Ese Dios que es bondad, misericordia, que invita a todas y todos, sin exclusiones de ninguna naturaleza, a vivir a la luz de la sociedad construyendo el amor, la libertad y justicia, perfeccionando con suavidad y sabiduría cada contexto para hacer visible Su Reino.

 

Seguir aceptando que debemos callar en lo público, que debemos obedecer a los hombres, que no tenemos derecho a educación y que debemos encerrarnos en el cuidado del hogar, es poner la lámpara debajo de la cama, es enterrar nuestros talentos (Mt 25,18).

 

Y aunque parece que estas son luchas sin un final feliz, es todo lo contrario.  Denunciar se hace crítico. Como cristianas y cristianos sabemos que el sacramento del bautismo llama a ser profetas y la característica principal del profeta es que habla de parte de Dios y señala lo que va en contra del Reino.

 

Recordando el pasaje del Evangelio de Juan de la mujer adúltera (Jn 7,53- 8-11), se puede constatar que Jesús protegió a la mujer, la levantó de la situación en la que estaba (a la que finalmente no se sabe si pudo haber sido forzada y por la que luego sería condenada, sólo ella, y no el compañero con quien fue encontrada en flagrante adulterio) y la invitó a comprometerse con su propio cuidado.  Al resto, les hace ver su proceder hipócrita, así como la obligación de responsabilizarse de sus actos.

 

Si nos denominamos o pretendemos ser seguidores de Jesús, estamos llamadas y llamados a proteger a las y los más vulnerables: las mujeres somos parte de ese grupo. También Él nos pide velar por un cuidado integral hacia otras mujeres, no de manera asistencial (hay que poner mucha atención para no crear dependencia) sino trabajando por el reconocimiento de su dignidad y visibilización creando espacios de escucha, de acogida para que se levante y puedan asumir con libertad, alegría y responsabilidad el rol que les toca desempeñar en la sociedad para que ésta sea más justa y equitativa. 

Para que el mundo sea diferente, se debe empezar en el propio entorno comunitario desde el cual se pueda gestar una vida libre y misericordiosa en donde se aprenda a escuchar y a ser incluyentes, a formar para cuestionar aquellos mensajes que buscan mantener el miedo, opresión, sumisión y estructuras que no permiten que las mujeres asuman roles de autoridad, liderazgo y toma de decisiones. 

Muchísimas mujeres han demostrado que saben recoger las necesidades de otras para ganar espacios en la sociedad.  Se ha comprobado también que es necesario salir a las calles para hacer ver las injusticias y que se logren cambios estructurales.  Es claro que el movimiento no debe paralizarse ante el desánimo y rechazo que los grupos que buscan sociedades más justas experimentan ante la reacción que tienen aquellos a quienes les incomoda enterarse de los reclamos y las denuncias que se hacen, reacciones que tendrían que legitimar y motivar aún más la lucha.

Dice Joan Chitister[[3] : “El discipulado cristiano es por naturaleza una cosa muy peligrosa…pone a cada nueva comunidad cristiana en tensión con los tiempos en los que crece” porque busca construir un mundo diferente y evidenciando todo aquello que no lo permite.

Dios escucha el clamor de las y los más necesitados, así que cada logro en el camino de la justicia a las mujeres, por pequeño que parezca, es significativo porque ayuda a construir y extender el camino hacia sociedades más equitativas.  Y para ello, las cristianas y los cristianos tenemos la responsabilidad de no quedarnos con los brazos cruzados y colaborar, a la luz del Evangelio, en esta labor.


Ana Luisa Argueta,
teóloga y laica.
Integrante del Núcleo de Mujeres y Teología






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