Un tiempo nuevo para repensar y renovar
Recién
ha iniciado un año nuevo en donde se hacen propicios los análisis, las
evaluaciones, las proyecciones, los propósitos y nuevas metas que alienten el
horizonte. En este momento de respiro para retomar energías, esta reflexión se
enfoca en la necesidad de atreverse a repensar los discursos acerca de los
símbolos e imágenes sagradas que influyen en la vida y acción de muchas
personas, especialmente de las mujeres, sobre todo desde su propio
conocimiento.
Cabe
resaltar, que el conocimiento de las mujeres apenas se está reconociendo ya que
su participación tanto en la historia como en las ciencias había sido limitada,
afectando así su propio desarrollo. Por mucho tiempo, la experiencia de las
mujeres se invisibilizó y minimizó, excluyéndola de la sociedad donde han
predominado los paradigmas de conocimiento masculino. Ivone Gebara en su libro
“Intuiciones Ecofeministas” alude al desarrollo de un conocimiento más
amplio, hasta ahora no explorado o reconocido socialmente, desde las
experiencias de las mujeres que incluya el espacio sagrado. La autora afirma
que las mujeres al repetir las verdades transmitidas en los sistemas socioreligiosos
pero no como conocimientos propios pierden el sentido de los significados.[ii] Para muchas
mujeres guatemaltecas nuestros conocimientos y sabidurías son de inmensa
riqueza. No obstante, parecen estar empañadas por las experiencias negativas de
dominación, violencia, pobreza, discriminación, poco desarrollo,…entre otros
males. Basta con ver las malas noticias de todos los días en los diarios, donde
aparecen los cuerpos de mujeres con el común denominador que sus victimarios
han sido varones. Ante este panorama, pensar y hablar de esperanza en un año
nuevo es sumamente difícil para las niñas, jóvenes, adultas y ancianas que
vivimos en este país. Por otro lado, los símbolos religiosos y las imágenes de
un dios liberador que represente esperanza para las mujeres aún están lejos de
su percepción. Más bien, éstas provocan fuertes contradicciones en su dignidad
e identidad.
Me
permito hacer alusión a una experiencia personal en el vecindario donde vivo y
que parece ser común en nuestra sociedad: A finales del año pasado, una joven
desapareció, hallándose una semana después vilmente asesinada, hecho que
desgarró a su familia y conmocionó profundamente a quienes le conocíamos. En el
sepelio (como en tantos otros) se escuchaba diversas interpretaciones de las
personas asistentes acerca del sentido de esta muerte. Dentro de los discursos
religiosos también sobresalió la afirmación de que la muerte, cualquiera sea la
forma, era voluntad divina. Dicha explicación aunque tenía como objeto el
consuelo de la familia, llamó considerablemente mi resistencia. Al argumentar
que la muerte violenta está implicada en la voluntad divina y en especial la de
mujeres que en la mayoría de casos es ocasionada por los varones, es
contradecir la misma voluntad divina, que llama a la vida plena a todos los
seres humanos. Aceptar esta afirmación sería admitir la imagen de un dios
sádico, al que se le atribuye el control total del bien y del mal sobre la vida
de las personas. Además, creer en este dios no sólo lleva a evadir la
responsabilidad personal y colectiva ante hechos punibles sino ante todo a
deformar su propia imagen de amor y de justicia. La muerte de toda persona es
parte del proceso humano pero cuando es provocada violentamente llama a
afrontarla como un hecho criminal que reclama la justicia humana-social. Dicha
justicia debiera estar contemplada como voluntad divina. Sólo desde esta
perspectiva las mujeres podrían empezar a descubrir la imagen de un dios
amoroso al que le importa su bienestar integral, el de sus cuerpos, en su
historia y no sólo como almas para ser salvadas en un reino sobrenatural. La
situación de violencia que viven las mujeres y los hombres del tiempo actual,
aunada a las interpretaciones fundamentalistas y misóginas, favorece que la
injusticia continúe prevaleciendo. Cuántos familiares, amigos, amigas, o
simplemente ciudadanos o ciudadanas, no hacen o continúan los procesos de
denuncias. Muchos y muchas, ante la impunidad y la impotencia, influenciadas
por fundamentalismos religiosos, resuelven dejar a las y los victimarios, en
manos de una justicia divina que llegará tarde o temprano, pero que aleja las
posibilidades reales de precedentes que beneficiarían la aplicación de
justicia. Ahora bien, ante la complejidad del problema que representa para las
mujeres la justificación de la violencia desde símbolos sagrados, es saludable
el permitirse analizar si los discursos teológicos y cristológicos acerca de la
redención y la retribución dentro de la tradición cristiana favorecen la
justicia hacia ellas. Nuevas visiones y posibilidades
La
esperanza nace de nuevas visiones acerca de la realidad con proyección de las
posibilidades reales hacia la construcción de un futuro realizable. Como lo
indica Mary Judith Ress, “Sin visiones nos perdemos”, título de su libro
inspirado en Proverbios 29,18, las mujeres necesitamos de nuevas visiones,
nuevos símbolos que correspondan a la realidad, la propia experiencia y
conocimiento[iii].
Los
cambios estructurales sociales son necesarios como resultado de una nueva
conciencia. No basta con tener buenos propósitos, pues es a través de la
experiencia que se adquiere y se transmite el verdadero conocimiento que lleva
a los cambios profundos. Para avanzar y evolucionar como humanidad será
necesario deconstruir muchos de los conceptos que impiden el desarrollo del
pensamiento teológico y una espiritualidad propia de las mujeres, que les provea
de sentido e identidad, situándose en el aquí y en ahora, en conexión con esta
bendita tierra que sostiene al género humano y a todos los seres. Desde visiones
nuevas que alienten la renovación y permitan a las mujeres el empoderamiento de
la palabra propia y de su autoridad podrán abrirse horizontes capaces de
eliminar el gran azote de la dominación de unos seres sobre otros para su
utilización y destrucción. Apuntar a una visión holística y a una
espiritualidad que conjugue la justicia en la cotidianidad como parte sagrada,
puede orientar hacia la transformación a través de acciones encaminadas al
cuidado de la vida y el respeto de los seres humanos en relaciones de
interdependencia y corresponsabilidad.
[i] Licenciada en Ciencias Religiosas, M.A. en
Teología Feminista, integrante del Núcleo Mujeres y Teología de Guatemala.
[ii] Ivone
Gebara, Intuiciones Ecofeministas. Ensayo para repensar el conocimiento y la
religión, (Montevideo: Doble Clic, 1998), p. 71.
[iii] Mary Judith Ress, Sin Visiones nos
perdemos: Reflexiones sobre teología ecofeminista Latinoamericana,
Traducción Maruja González Torre, (Santiago de Chile: Colectivo Con-spirando,
2012), p.7.
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