lunes, 7 de abril de 2025

LA AUTORIDAD DE LAS MUJERES EN LA IGLESIA, UNA CONQUISTA DE RECONOCIMIENTO Y JUSTICIA

En el contexto guatemalteco por la época de cuaresma y Semana Santa se observan varias procesiones llamadas de “pasión”, en donde no faltan dos figuras muy importantes que cierran el cortejo, se trata de Santa María Magdalena y San Juan. Son imágenes dolientes que aluden al discipulado de quienes no abandonaron al Nazareno en sus momentos más difíciles y que se distinguen por llevar en sus manos un copón[1] y un cáliz.  Esta representación de María de Magdala hace pensar, que en estas tradiciones de piedad popular desarrolladas entre el siglo XVIII y mediados del siglo XX, se tenía una devoción especial por ella.

Dentro del ámbito teológico actual, es ampliamente conocido el papel relevante de algunas mujeres dentro del movimiento de Jesús, no obstante, la pregunta frecuente es, ¿por qué si fueron tan importantes dentro del grupo siendo discípulas incluso apóstoles, como María Magdalena, su figura no trascendió de la misma forma que los varones como Pedro o Pablo en el Nuevo Testamento? Surgen otras preguntas: ¿por qué este liderazgo femenino no tuvo una continuidad lineal dentro de las primeras comunidades cristianas?, ¿Ha sido una cuestión de autoridad o poder?

La teóloga Carmen Bernabé hace una distinción entre los términos autoridad y poder, así como su vinculación para que estas realidades sean fructíferas.  La autoridad auctoritas puede referir las cualidades que poseen algunas personas por las que adquieren preeminencia moral ante otras, la cual requiere de reconocimiento por parte del grupo, aunque no de manera oficial, de ahí que, en el ámbito religioso, la autoridad, tiene que ver con los carismas y la santidad. El poder potestas indica la capacidad de algunas personas o instituciones para influir en la conducta de otras, el cual es otorgado por reconocimiento social de forma legal, pero necesita ir acompañado de autoridad para que no resulte opresivo.[2]

Desde esta perspectiva, dar una mirada a la autoridad de las mujeres en la iglesia naciente contempla ciertas aristas. Es innegable la existencia de mujeres líderes que apostaron y trabajaron por la expansión del nuevo movimiento cristiano. Un ejemplo, es el capítulo 16 de la Carta a los Romanos donde el autor menciona a ocho mujeres que son felicitadas por su participación en el desempeño de algunos ministerios. Esto afirma que muchas mujeres sobresalieron por su carisma y autoridad como maestras, líderes de comunidades, diáconos, apóstoles, pero no se constata que se les otorgaran espacios de poder debido a la construcción social de género que les excluía.

Más adelante en el siglo IV, la Iglesia constantiniana al institucionalizarse adopta una estructura heteropatriarcal de corte imperial donde las mujeres paulatinamente van quedando fuera de los ministerios ordenados y del clero conforme estos se iban estableciendo. Su autoridad fue cubierta por la cortina nebulosa de una teología misógina llena de prejuicios hacia su género que las descalificaban para cualquier ejercicio de poder.

Han pasado ya más de quince siglos, y aún se sigue limitando la participación de las mujeres en la iglesia, aduciendo argumentos falsos que en la historia deberían formar parte de los capítulos oscuros de la iglesia donde se tergiversó la figura femenina y se desdibujó su dignidad de ser creada a imagen y semejanza divina. Esta falacia sigue afectando a las mujeres, principalmente en el desarrollo de sus capacidades y el reconocimiento de su autoridad. Por otro lado, mientras no haya representaciones de mujeres que tengan acceso a algún tipo de poder, seguirán siendo las que están detrás de, o al lado de un “gran hombre”, y no al frente, como personas capaces de ejercer su poder ellas mismas y con otras, para generar liderazgos positivos, creativos y acuerpados.

El desafío a un cambio simbólico que lleve a transformar paradigmas patriarcales de autoridad y de poder sigue latente. A través de la historia, a las mujeres se les hizo creer que eran personas débiles, incapaces de desempeñar cargos de poder debido a su frágil moral, lo cual ha resultado perjudicial para el desarrollo como humanidad. Recuperar su lugar, es un proceso lento que requiere de un compromiso multilateral capaz de incidir en el tejido social, de ahí que, sea necesario que las instituciones como la familia, la iglesia y la sociedad en general establezcan políticas para que las mujeres accedan y ejerzan poder como una justa reivindicación a su género.

Para comenzar, faltan más imágenes de María Magdalena, las otras Marías, Salomé, Juana y las tantas mujeres fundantes del cristianismo con representaciones protagónicas misioneras, porque ¿acaso no fueron ellas las que transmitieron el anuncio del Resucitado?, falta incluirlas en nuestras memorias y reflexiones como referentes de discípulas y apóstoles, falta agradecerles y nombrarlas en nuestras liturgias y oraciones, falta creerles que es posible generar opciones de vida y esperanza. Solo recuperando su memoria histórica se irán trazando nuevas rutas concretas hacia la igualdad, hasta que esta se haga costumbre[3].

Lubia de León
Integrante Núcleo Mujeres Y Teología

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[1] Se asocia el copón que llevan las imágenes procesionales de Santa María Magdalena como una reminiscencia de un perfume o mirra, que recuerda la visita al sepulcro. Julio Martínez, “Santa María Magdalena en la devoción y el arte guatemalteco, en las ciudades de Santiago de Guatemala, Nueva Guatemala de la Asunción y otras regiones, durante los siglos XVI al XX” (Tesis, USAC, 2009), 151.
[2] Carmen Bernabé Ubieta (ed). Mujeres con autoridad en el cristianismo Antiguo (España: Editorial Verbo Divino, 2007), 11-12.
[3] “Hasta que la igualdad se haga costumbre”, lema del Movimiento de la Revuelta de las mujeres en la Iglesia.