Dentro del ámbito teológico
actual, es ampliamente conocido el papel relevante de algunas mujeres dentro
del movimiento de Jesús, no obstante, la pregunta frecuente es, ¿por qué si
fueron tan importantes dentro del grupo siendo discípulas incluso apóstoles,
como María Magdalena, su figura no trascendió de la misma forma que los varones
como Pedro o Pablo en el Nuevo Testamento? Surgen otras preguntas: ¿por qué
este liderazgo femenino no tuvo una continuidad lineal dentro de las primeras
comunidades cristianas?, ¿Ha sido una cuestión de autoridad o poder?
La teóloga Carmen Bernabé
hace una distinción entre los términos autoridad y poder, así como su
vinculación para que estas realidades sean fructíferas. La autoridad auctoritas puede referir
las cualidades que poseen algunas personas por las que adquieren preeminencia
moral ante otras, la cual requiere de reconocimiento por parte del grupo, aunque
no de manera oficial, de ahí que, en el ámbito religioso, la autoridad, tiene
que ver con los carismas y la santidad. El poder potestas indica la capacidad
de algunas personas o instituciones para influir en la conducta de otras, el
cual es otorgado por reconocimiento social de forma legal, pero necesita ir
acompañado de autoridad para que no resulte opresivo.[2]
Más adelante en el siglo IV,
la Iglesia constantiniana al institucionalizarse adopta una estructura heteropatriarcal
de corte imperial donde las mujeres paulatinamente van quedando fuera de los
ministerios ordenados y del clero conforme estos se iban estableciendo. Su
autoridad fue cubierta por la cortina nebulosa de una teología misógina llena
de prejuicios hacia su género que las descalificaban para cualquier ejercicio
de poder.
Han pasado ya más de quince
siglos, y aún se sigue limitando la participación de las mujeres en la iglesia,
aduciendo argumentos falsos que en la historia deberían formar parte de los
capítulos oscuros de la iglesia donde se tergiversó la figura femenina y se
desdibujó su dignidad de ser creada a imagen y semejanza divina. Esta falacia
sigue afectando a las mujeres, principalmente en el desarrollo de sus
capacidades y el reconocimiento de su autoridad. Por otro lado, mientras no
haya representaciones de mujeres que tengan acceso a algún tipo de poder, seguirán
siendo las que están detrás de, o al lado de un “gran hombre”, y no al frente,
como personas capaces de ejercer su poder ellas mismas y con otras, para
generar liderazgos positivos, creativos y acuerpados.
El desafío a un cambio
simbólico que lleve a transformar paradigmas patriarcales de autoridad y de poder
sigue latente. A través de la historia, a las mujeres se les hizo creer que
eran personas débiles, incapaces de desempeñar cargos de poder debido a su
frágil moral, lo cual ha resultado perjudicial para el desarrollo como
humanidad. Recuperar su lugar, es un proceso lento que requiere de un compromiso
multilateral capaz de incidir en el tejido social, de ahí que, sea necesario
que las instituciones como la familia, la iglesia y la sociedad en general
establezcan políticas para que las mujeres accedan y ejerzan poder como una
justa reivindicación a su género.
Para comenzar, faltan más imágenes de María Magdalena, las otras Marías, Salomé, Juana y las tantas mujeres fundantes del cristianismo con representaciones protagónicas misioneras, porque ¿acaso no fueron ellas las que transmitieron el anuncio del Resucitado?, falta incluirlas en nuestras memorias y reflexiones como referentes de discípulas y apóstoles, falta agradecerles y nombrarlas en nuestras liturgias y oraciones, falta creerles que es posible generar opciones de vida y esperanza. Solo recuperando su memoria histórica se irán trazando nuevas rutas concretas hacia la igualdad, hasta que esta se haga costumbre[3].
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Lubia de León Integrante Núcleo Mujeres Y Teología |
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[2] Carmen Bernabé Ubieta (ed). Mujeres con autoridad en el cristianismo Antiguo (España: Editorial Verbo Divino, 2007), 11-12.
[3] “Hasta que la igualdad se haga costumbre”, lema del Movimiento de la Revuelta de las mujeres en la Iglesia.