En marzo, una tarde viajé en
un bus urbano, el cual iniciaba su ruta. Fui la tercera persona que subió y con
extrañeza percibí que alguien me solicitara pasar al asiento de mi lado, cerca
de la ventanilla, habiendo tantos a disposición. Era una persona de aproximadamente 50 años,
quien reflejaba cansancio de la jornada laboral. Noté de inmediato que el tono
de su voz no estaba dentro del canon social de “aceptable” con relación a su vestimenta
e inicié una investigación creyéndome una generóloga[1].
Así que decidí conocer su
nombre, como primera pista… Lo hice a manera de mutua presentación, pero cuando
lo dijo, hizo un movimiento de cabeza que no permitió escuchar la última sílaba,
no sabía si era Antonia, o Antonio… y no me atreví a pedirle que lo repitiera.
Cuando platicábamos empecé
a sentir incomodidad, no sabía si por haber iniciado un cuestionamiento
interior hacia su persona o por parecerme indefinida su identidad.
En cada intervalo de la
plática reflexionaba lo siguiente:
Reconocía que era un abuso
que quisiera conocer sobre su intimidad, ¡Era su sexo-género que deseaba
desvelar! ¡Era su privacidad!
También venía a mi mente
que no tenía ningún derecho de prejuzgar a esta persona. ¿Cuál sería el
objetivo? ¿Para acomodarla bajo los supuestos sociales binarios de “hombre” o
“mujer”?, luego de eso… ¿Qué?
Por un momento creí que
notaría luminosidad en mi semblante, cuando recordé también el arco iris del
género, el principio sobre la multiplicidad de determinantes del género y las
diferentes categorías. Dicha ley
establece que el género de los seres humanos está constituido por un continuo
de posibilidades infinitas, dentro de las cuales el hombre y la mujer son los
extremos.[2]
Se sumaron más ideas: que
ninguna persona es o somos 100% hombre o mujer, porque ¿Se mide la masculinidad
y la feminidad? ¿Cómo se esclarecen esas categorías y quién las establece?
Además, que Dios estima la
inclusión dentro de toda su creación. También vino a mi memoria el pronóstico
de la teóloga Mary Hunt sobre los cambios para el siglo XXI,
entre estos que habrá poca necesidad de
analizar la homosexualidad o la heterosexualidad, puesto que lo que importará
es el amor y el compromiso, no las partes del cuerpo.[3]
Por esto, urge la deconstrucción de la alienación del género. La lucha por el respeto a la humanidad diversa, en la que se construya una sociedad justa en la que todas las personas alcancemos la vida plena.
Por esto, urge la deconstrucción de la alienación del género. La lucha por el respeto a la humanidad diversa, en la que se construya una sociedad justa en la que todas las personas alcancemos la vida plena.
Mientras la plática
continuaba, esta persona, admirable persona, reflejaba su sencillez y valor
para afrontar nuestra realidad, del tinte patriarcal que vulnera y somete a
quien considera fuera de lo normativo. Sentía ternura y se añadía a mi pensar: ─
Cuánto he analizado sobre su identidad… ¡Por favor perdóneme! Perdone también
al sistema que violenta la dignidad de las personas, que teme a la diferencia y
la rechaza─. Reconocía la insensatez y la arrogancia humana que fortalecen los
esquemas herméticos que minan la libertad y la vida en armonía. Recurrí en un
momento a la Declaración Universal de Derechos Humanos, a la dignidad y
derechos que posee sin ninguna excepción toda la familia humana.
Llegó el momento de
despedirnos. Al escuchar mi nombre respondí: ─ ¡Fue un gusto conocerte, Tony, deseo
lo mejor para ti! ─.
*Lilian Vega Ortiz es Cirujana Dentista, con Licenciatura en Biblia y Teología y estudio especializado en Género. Integrante del Núcleo Mujeres y Teología de Guatemala. Esposa, madre, abuela.
[1] Relativo a la persona que se dedica a la generología, que es una disciplina que estudia todos los asuntos
relacionados con la compleja realidad del género y sus derivados: identidad de género, roles de género, estereotipos de género, asimetría de género, entre otros.
[2] Ortiz, 1996, 229-246.
[3] https://www.alainet.org/es/active/22784