lunes, 4 de mayo de 2020

María de Nazaret: mujer de fe y discípula misionera


                                                 

 
                                        La devoción a María en el contexto 
                                                          del Reino de Dios


    
 La Iglesia católica siempre tuvo gran aprecio por la persona de   María y por eso ha animado y orientado, mediante diversos   documentos y pronunciamientos, el culto mariano. Pero, las   prácticas devocionales creadas y/o propagadas por un buen   número  de líderes eclesiásticos y laicos van más allá de la   orientación de los documentos. Como resultado, en muchas   parroquias, grupos y movimientos eclesiales, lo que vemos es un   exacerbado devocionismo mariano que no educa ni conduce a una   fe adulta y comprometida.

Es común en la tradición cristiana presentar a María como mujer, virgen y madre. Estos tres atributos o identificaciones de su persona parecen ser indiscutibles, particularmente en la tradición católica romana. Los expertos parecen encontrar en la Biblia y en la tradición cristiana, especialmente de los antiguos Padres de la Iglesia, referencias que subyacen a esta triple identidad. Es a partir de esta condición identitaria que los fieles acuden a ella, doblan sus rodillas, cantan, piden, lloran, hacen promesas y peregrinaciones.

Debido a esta su condición especial muchos la proclaman reina del cielo, la coronan en la tierra y periódicamente cambian sus vestiduras como si le debieran no sólo respeto, sino cuidado y reverencia continua. Delante de la imagen de María, todos se transforman en niñas/os o mendigas/os, como si ella fuera el último recurso para salir de una situación extrema, aparentemente sin salida. Las relaciones con ella nunca se rompen, incluso si las/os fieles no tienen sus peticiones satisfechas. Hay algo del deseo de superar la orfandad y el abandono en sus diferentes formas, que siempre está presente en esta relación.

Además de estas visiones de María, a nosotras mujeres, de modo especial, nos han presentado la figura de una María humilde, silenciosa, servidora, que no cuestiona nada y siempre dice “sí” a todos. Una María “purísima”, que nunca pasó por las dificultades que la mayor parte de las mujeres tienen que enfrentar en su vida sexual y sus relaciones conyugales. Esa figura de María no nos hace bien. La historia y la espiritualidad de las mujeres está llena de muchas experiencias de autoculpabilización, que nos aleja todavía más de la figura de la María histórica, que ha pasado por las mismas dificultades de las mujeres de su tiempo. Por eso, en este breve texto quiero proponer otra visión de la devoción a María, desde la perspectiva de la misión.

  La devoción a María en el Contexto del Reino

La devoción a María, iluminada por la Palabra de Dios y por Su ejemplo, orienta a seguir a Jesucristo y comprometernos con su Reino. Aprendimos con María a contemplar el rostro de Cristo en el rostro de sus hermanos sufrientes "más pequeños" (Mt 25,31ss), y a experimentar la profundidad de su amor liberador. Con su cuidado por todas las personas en sus necesidades, como en la visita de apoyo a su prima anciana, Isabel (Lucas 1,39-56), y en Caná de Galilea (Juan 2, 1-11), cuando falta el vino necesario para la completa alegría familiar, la madre y compañera fiel de la Iglesia ayuda a mantener vivas nuestras actitudes misioneras de atención, servicio, entrega y gratitud, que deben distinguir a todas las personas discípulas seguidoras de Jesucristo.

La atención misionera de María a las necesidades de las personas más vulnerables nos indica cómo hacer para que los pobres sean acogidos, amados y amparados. La solidaridad de la Madre de Jesús genera comunión y fraternidad y educa para un estilo de vida compartida y solidaria. Esta fuerte presencia de María enriquece la dimensión misionera de la Iglesia y la convierte en lugar de comunión y espacio fecundo de preparación para asumir la misión en la perspectiva del Reino de Dios.

Es sorprendente la espiritualidad mariana que brota a partir del contexto del Reino de Dios. En él María es contemplada en su debido lugar, junto a otras mujeres, como una discípula misionera de fe y valentía, que no tiene miedo de exponerse porque sabe que Dios hace en ella y por medio de ella "grandes cosas" (Lucas 1,39-56). Ella sabe reconocer los signos de Dios actuando en la historia de su pueblo para liberarlo. La memoria de la lucha de muchas mujeres, sus antecesoras, por la liberación de su pueblo está bien viva en su corazón. Por eso María cultiva una espiritualidad atenta a sus clamores y no se desanima ante los poderosos; es una espiritualidad que restablece la fuerza de los débiles y afirma el coraje de quien lucha en la defensa de la vida de los pobres.

Así es también, hoy, la espiritualidad de las mujeres y de las personas que se ponen al servicio del pueblo sufrido y explotado: una espiritualidad que desafía a las fuerzas opresoras y dominadoras porque sabe que el Dios de la historia no abandona a sus hijos e hijas, y quiere "vida en abundancia para todas las personas" (Juan 10,10). Le toca a la "Iglesia misionera en salida", como dijo el Papa Francisco, como simple servidora del Evangelio, debe potenciar la acción de María entre los "pequeños", amados de Jesús y razón de ser de su encarnación y misión.

La contemplación de María como discípula misionera une y empodera a todas las personas que a ella recurren, sobre todo a las mujeres, haciéndolas persistentes y valientes, capaces de enfrentar y superar todo tipo de obstáculos. La devoción mariana, en esa perspectiva, adquiere una dimensión profético- liberadora, ya que es una espiritualidad histórica, capaz de leer los signos de Dios en la historia personal y colectiva, y de actuar en la realidad de hoy conforme a los principios del Reino de Dios.

Conclusión
Una "Iglesia misionera en salida" no puede asumir o alimentar ninguna práctica devocional mariana que retire a María de su contexto sociohistórico, político y religioso. El pueblo más pobre (los anawim), aún hoy, tiene el sagrado derecho de acercarse a María a partir de su situación real y de identificarse con ella por su fe, su fuerza, su persistencia, su servicio solidario y su entrega al proyecto libertador del Reino amoroso de Dios, constituido de justicia, paz y solidaridad universal. Especialmente en el contexto del continente latinoamericano y caribeño, María brilla como ejemplo vivo del seguimiento a Jesucristo, como fiel discípula misionera, como mujer, madre, hermana, compañera, inspiradora y maestra, que nos invita a “salir” al encuentro de las personas más sufrientes en la realidad en que vivimos. 

Para reflexionar:

1)  ¿Qué lugar ocupa María de Nazaret, mujer de fe y discípula misionera, en mi espiritualidad?
2)  ¿Con cuáles aspectos de su vida más me identifico?
3)  ¿Qué necesitamos cambiar para seguir el ejemplo de María discípula misionera? 


Hna. Alzira Munhoz – CF[1]






[1] Alzira Munhoz es licenciada en filosofía y teología, maestra y doctora en teología y profesora de teología en la Universidad Rafael Landívar y en el Instituto Centroamericano de Ciencias Religiosas, de Guatemala. Pertenece a la Congregación de las Hermanas Catequistas Franciscanas.