miércoles, 11 de abril de 2018

ENTRE EL SILENCIO Y LA PALABRA

María Jesús Laveda *
 






De nuevo vivo esta sensación amarga y llena de impotencia, que me deja sin palabras y con un grito en la garganta que empuja por salir.
De nuevo se repite la historia y queda en el aire esa sensación de que nada nuevo va a suceder que pueda cambiarla. Porque lo que permanece es la injusticia, la humillación, el gesto mal entendido que confunde y no conduce a la verdad.

De nuevo ocho de marzo. La fiesta de las mujeres. ¿La fiesta? ¿La lucha? ¿El grito que lanza los sueños al aire? Mujeres entre mujeres, intentando empujar la vida con dignidad y respeto. Sin violencia, sin exclusiones. En igualdad de derechos y responsabilidades. Pero levantando la voz, diciendo una palabra propia que cante la verdad de nuestras vidas, el cansancio por la intolerancia y tantas batallas perdidas,  el intento renovado de cambiar la  historia.

También en silencio, haciendo presentes  con gestos y abrazos, a las compañeras caídas en este intento, especialmente hoy, en Guatemala, el silencio de las cincuenta y seis niñas – jóvenes,  víctimas de la indiferencia, el mal trato y la injusticia.

Sabemos que  es preciso seguir, unidas sororalmente, caminando hacia adelante y levantar nuestra voz, a tiempo y a destiempo, para anunciar otro modo de entender la vida, las relaciones entre varones y mujeres, el respeto a nuestro ser en igualdad de condiciones, nuestra dignidad y nuestro legítimo espacio en esta sociedad empeñada en  darnos la espalda. Gritar a tiempo y a destiempo… nos evoca ese mandato evangélico del anuncio y la denuncia tan propios del actuar de Jesús, para hacer posible el Reinado de Dios.

Pero el mal es más astuto que el bien y se adelanta. Y lanzan voces al viento empañando la verdad porque saben que esa estrategia va a trabajar a su favor. Las mujeres y su queja de siempre: su derecho a ser dueñas de sí mismas, de su cuerpo, de su autonomía para tomar decisiones en relación a ellas, denunciando las violaciones de que son objeto…Y ese grito que viene del maligno, aunque lleno de mentira llega más lejos, confunde, desconcierta y rompe la armonía del canto de la rebeldía de quienes buscan un mundo mejor.

Ser astutas como serpientes y sencillas como palomas… una nueva evocación evangélica. Sencillamente nuestra voz es acallada por los que buscan hacer daño, dividir, lograr sus propios intereses y devolvernos al silencio. Y recurren a la mentira, al insulto, a la denuncia falsa. Los astutos de este mundo. Los violentos. Los de la doble moral. El trigo que crece junto a la cizaña. Se levanta la voz para decir que determinadas imágenes  y expresiones que hablan  del cuerpo de la mujer van contra su dignidad de persona... Pero guardan silencio ante tanta violación de niñas y mujeres, ante la violencia contra esos mismos cuerpos.

 Se levanta la voz contra aquellas personas que manifiestan su justo enojo ante tanta degradación de la mujer… Pero guardan silencio ante la muerte de tantas niñas y niños desnutridos. Se levanta la voz y sienten vergüenza por determinadas palabras y gestos sexuales… pero guardan silencio ante la prostitución, pagada por los mismos varones, y la utilización del cuerpo de la mujer para su propio placer. Se levanta la voz para reclamar respeto a las tradiciones religiosas, tantas veces vacías de sentido… pero se guarda silencio y se acallan  conciencias, sin dejar paso al compromiso y la implicación en  tantas situaciones que, en nombre de la religión matan la vida.

Y en esa confusión hacen dudar a los débiles y logran ponerlos de su lado. Es la historia del fariseo que se cree mejor que el pobre publicano que no se atreve a levantar su voz y solo pide perdón. Pero hay que recordar que solo él salió justificado de su oración. Jesús les diría también hoy: “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”.

Todo quedó en silencio. Fue más importante la mentira que todo el esfuerzo realizado, que toda la alegría desbordada, que toda la verdad volcada en el recuerdo de las niñas quemadas fruto de la indiferencia ante su  dolor injusto. Pero no nos han quebrado la esperanza. Y seguiremos levantando la voz proclamando la verdad, nuestra verdad. Anunciando buenas noticias entre nosotras y para todos. Seguiremos denunciando el mal y guardando silencio en nuestro corazón por las compañeras que nos han precedido en la tarea de vivir nuestro ser mujer.

Y hay que pasar a la acción. No es suficiente la palabra. Hay que implicarse y complicarse la vida, por tantas mujeres que hoy están dañadas e invisibilizadas frente a esta sociedad injusta.

¿Y cuál es la raíz de nuestro grito? ¿Dónde queda la teología en todo esto? En el D**S DE LA VIDA y en Jesús, su hijo que desde su humanidad, su palabra y su acción, nos enseñó  que todos y todas tenemos derecho a la vida en plenitud. Y trabajó por ello.

No estamos solas. Somos mayoría en este mundo globalizado. Llegará otro ocho de marzo y saldremos a la calle para cantar nuestra verdad. No estamos solas. Y resuena en mi interior esa palabra cercana, desde la fe: aunque una madre se olvidara de sus hijos, Yo no te olvidaré…
                                                                                                                                                    















         
* María Jesús Laveda es licenciada en Pedagogía. Vive en la ciudad de Quetzaltenango y es miembro activo del Núcleo Mujeres y Teología de Guatemala.