miércoles, 16 de marzo de 2016

Sororidad y Pactos entre Mujeres: Nuestra tarea pendiente


NUESTRAS REFLEXIONES, FEBRERO 2016











Espacio de promoción  y reflexión  teológica  feminista

  
Sororidad y Pactos entre Mujeres: Nuestra tarea pendiente[1]
      Al abordar el tema de sororidad y pactos entre mujeres es necesario plantearnos esta pregunta: las mujeres (y las mujeres feministas)… ¿somos misóginas y violentas con otras mujeres? Quizás nuestras primeras reacciones nieguen estas posibilidades, pero si nos analizamos con más detenimiento, y sinceridad, nos daríamos cuenta que con frecuencia emergen en nosotras actitudes misóginas ya sea de manera consciente o inconsciente.
     La misoginia es literalmente “odio hacia las mujeres”. En nuestro contexto social implica desprestigiar e infravalorar todo lo que hacen, dicen o piensan las mujeres como sujeto social y político. Consiste en silenciar los aportes, los estilos y las transgresiones de las mujeres.
     Es de suma importancia reconocer en nosotras la misoginia, porque es el primer paso para empezar a deconstruirla y posteriormente estar en condiciones de promover pactos y alianzas entre mujeres diversas que se reconocen, autorizan y respetan entre sí. Si analizamos los mandatos patriarcales, descubrimos que las mujeres somos entrenadas para sentir celos, envidias, rivalidades y desconfianzas hacia otras mujeres al igual que menospreciamos o desvaloramos los aportes que las mujeres han hecho- y hacen- en todas las esferas de la vida.
     Promover la misoginia entre las mujeres es un arma poderosa que sirve principalmente para dividirnos. Inicia desde que somos niñas al despojarnos de nuestra genealogías femeninas familiares; prosigue en los centros de estudio en donde apenas encontramos mujeres referentes (¡es como si las mujeres no hubieran existido en la Historia o en la Ciencia!) y continua a lo largo de nuestras vidas al recibir mensajes e imágenes que desprestigian o minusvalorizan todo lo que en nuestras sociedades se cataloga como femenino.
    Todas las mujeres alguna vez hemos estado en una gran paradoja: por un lado vivimos el mandado patriarcal y somos misóginas; pero al mismo tiempo buscamos el refugio, apoyo y la complicidad de otras mujeres. En nuestra vida cotidiana, el cuidado de la familia es una tarea compartida casi exclusivamente entre mujeres; a la hora de buscar aliadas para realizar un proyecto o reclamar derechos, casi siempre nos unimos a otras mujeres. La realidad es que las mujeres en nuestra cotidianeidad colaboramos y pactamos mucho más entre nosotras que lo que estamos acostumbradas a reconocer.

    Las mujeres feministas no escapamos de la misoginia, pero nos cuesta muchas veces admitirlo. Puede que sea precisamente uno de los principales retos a los que debemos hacer frente. Sobre todo nos cuesta reconocer la autoridad de otras mujeres, especialmente si estas mujeres tienen un estilo de liderazgo más autoritario o fuerte (algunas dirán, más masculino). Al igual que existen diversidad de mujeres, existen diversidad de liderazgos, algunos de ellos son patriarcales, otros son considerados más “femeninos” y otros más “masculinos”. Yo propongo que tengamos liderazgos feministas; es decir, que reconozcan y autoricen la voz, las ideas y las propuestas de otras mujeres aunque yo no esté de acuerdo con ellas.
     El patriarcado ha mitificado las relaciones entre mujeres de tal forma, que al menor síntoma de desacuerdo es señal de que las mujeres somos incapaces de liderar. Se nos ha despojado de nuestra capacidad de discutir;  estar en desacuerdo es un símbolo de debilidad entre las mujeres. Sin embargo, la realidad es bien distinta. El reconocer a las otras, a las diferentes a mí, permite que las mujeres promovamos prácticas democráticas y horizontales que son necesarias para alcanzar un mundo más justo y equitativo. Todas las mujeres tenemos en común que somos sujetos de opresión. Pero esa opresión nos afecta de forma diferente. Conocer y comprender esas diferencias nos facilita tener más aliadas y compañeras en la búsqueda de una vida con felicidad, justicia y sin violencia.
     Las mujeres podemos estar en descuerdo con otras mujeres, tenemos ese derecho. En ese sentido, debemos deconstruir y romper con el ideal de que las mujeres debemos ser siempre amigas entre nosotras. Lo que debemos erradicar de nuestras relaciones y prácticas hacia otras mujeres es el uso de la violencia a través del descrédito, los chismes y los falsos. Debemos promover la puesta en práctica de espacios para el diálogo entre iguales; apoyar a las mujeres que están expuestas en el ámbito público o político aunque no estemos de acuerdo con su estilo de liderazgo. La clave está, considero, en apoyar a aquellas que demuestran que están trabajando para otras mujeres.
     Dentro de nuestras propias familias, las relaciones entre mujeres tampoco se dan en muchos casos en términos de sororidad. Marcela Lagarde y de Los Ríos habla que las mujeres vivimos en diferentes “cautiverios”. Uno de ellos es el de “madre-hija”. A las mujeres como “madres-esposas” se nos exige que estemos siempre al servicio para otros (esposo, padre, madre, hijas, hijos, mascotas…) pero se nos castiga cuando decidimos “ser egoístas” (pensar en una misma). El egoísmo en las mujeres está considerado uno de los peores pecados y defectos, y las mujeres de nuestras propias familias son las responsables de vigilar para que no seamos egoístas. Así, cuando nuestras madres en lugar de comprarnos otro par de zapatos más (de los treinta pares que tenemos) decide gastarse el dinero en algo para ella, le reprochamos su egoísmo. O cuando la hija decide separarse de su esposo violento, la madre le recuerda que no puede ser egoísta y debe pensar en el bienestar de sus hijos e hijas. 
     Las mujeres vivimos en un estado permanente de culpa; culpa por no cumplir con los mandatos patriarcales que recibimos tanto en la forma que se espera que seamos y actuemos hacia otras mujeres y hombres en general.  En ese sentido, un trabajo que debemos emprender a nivel individual, pero también como colectivo, como sujetos de derechos, es aprender a eliminar la culpa de nuestras vidas, y los pactos entre mujeres es una buena estrategia para emprender tan ardua tarea.
     Potenciar la sororidad como una herramienta de empoderamiento de las mujeres es a día de hoy una tarea pendiente, pero no imposible. Debemos crear los espacios y quizá inventar nuevos códigos para relacionarnos en donde seamos capaces de respetar las diferencias de las otras mujeres. Reconocer y autorizar a las otras no implica necesariamente darle la razón, puede que no estemos de acuerdo con lo que dice o propone. Implica reconocer que las mujeres tenemos voces y opiniones diversas y que aunque vivimos en opresión, vivimos esa opresión de forma distinta y como tal, proponemos alternativas diferentes según nuestras condiciones, posiciones, vivencias y experiencias.

     El gran reto que tenemos las feministas es erradicar de nuestras relaciones entre mujeres el terrorismo de los chismes, el desprestigio hacia las mujeres y aceptar que tenemos que profundizar en el aprendizaje de gestión de los conflictos y no huir de ellos. Para ello debemos potenciar la negociación entre iguales, reconocer y autorizar los liderazgos de las mujeres (sean feministas o no) y sobre todo pactar, que no es otra cosa más que ceder para alcanzar acuerdos.
     Sororidad significa “hermandad entre mujeres”, es decir, consiste en cultivar una relación entre iguales, en horizontalidad y para que funcione requiere que se pongan en práctica alianzas y negociaciones. Cuando me declaro sórica, identifico a otras mujeres como iguales, con autoridad y reconozco su liderazgo. También cuando me declaro sórica, reconozco que los espacios donde participamos las mujeres no son el paraíso, hay problemas y conflictos. Pero soy consciente de ello y potencio los acuerdos.
     Por último, algo que nunca debemos olvidar las mujeres feministas es disfrutar los momentos, celebrar los triunfos y compartir nuestras alegrías con otras mujeres. Muchas veces por todas las exigencias que vivimos olvidamos algo muy importante: ser felices y sonreír. La risa y la felicidad son dos de las armas más poderosas que tenemos las mujeres, nunca renunciemos a ellas; ambas son deliciosas, y más si las disfrutamos y compartimos con otras mujeres. 


[1] El contenido que aquí se expone, es una reseña del tema “Sororidad” compartido por la Lic. Victoria Novoa, coordinadora del área de género de la Oficina de Solidaridad de los Carmelitas Teresianos, a las integrantes de la Asociación Núcleo Mujeres y Teología, el pasado 20 de febrero de 2016.