sábado, 22 de febrero de 2014

PARIR: UNA EXPERIENCIA MÍSTICA



         

  NUESTRAS REFLEXIONES



02-14

Silke Apel
Si iniciara diciendo que cada mesa servida con amor en un hogar es una Eucaristía, despertaría algo más que murmullos. Sin embargo cuando se nos dice que todos los célibes también son padres y madres, no dudamos siquiera en discutir, no digamos cuestionar, esta analogía.  Pensando en esta contrariedad, no puedo dejar de preguntarme sobre otra igual: la razón que subyace a la negación del sentido trascendente del parto real. La experiencia vital y humana que viven día a día, minuto a minuto, miles de mujeres en el mundo.  Las estadísticas nos informan que nacen 252 bebés por minuto en el mundo (4.2 por segundo)[i].

Sin embargo difícilmente se profundiza más allá de estadísticas, fríos números, índices de natalidad, morbilidad, mortalidad, pobreza… Es innegable que urge la asistencia sanitaria y el acceso a métodos de planificación de la natalidad, especialmente entre las mujeres más pobres. A pesar de eso, actualmente se enarbolan banderas limitando a las mujeres a ser medios para la procreación, justificándolo con una manipulada teoría de “ley natural” o “querido por Dios”.  Como si la razón de la vida de más de la mitad de los seres humanos no fuera más allá de los 15 a 20 años que en promedio una mujer, fisiológicamente hablando, está capacitada para la procreación.
¿Será que no hemos superado el trasfondo mítico del parto como “castigo divino” por la “desobediencia de la mujer”?  En este caso, si las mujeres nos hubiéramos “arrepentido” (por no decir “regenerado”) para no sufrir “el castigo divino del parto”, ¿cómo habrían llegado al mundo San Francisco de Asís (algo de moda ahora), Santa Teresa de Ávila, o nuestro actual aclamado Francisco I?  En fin, cualquier ser humano y, superando las teologías, elementos simbólicos y mitos propios de su tiempo: Jesús.  En lo personal me cuesta admitir que María, la madre de Jesús, no haya sido mujer, real y verdadera: humana.  Contrario a lo que sostienen algunas interpretaciones populares no dogmáticas acerca de la forma de su parto “misterioso”, la concibo muy cercana, como mujer que ha parido con su cuerpo, con todo lo que ello implica, a su hijo.
¿En qué momento marginamos el misterio más elemental y grande de la gracia divina que se manifiesta en cada mujer cuando es capaz de llegar al umbral extremo del dolor que la lleva al pleno y total abandono de sí misma?  Un conocimiento que difícilmente se puede adquirir por analogía y absolutamente imposible de aprehender académica o discursivamente.  Esta experiencia es una entrega de sí misma llegando a la oblación total y plena de su persona a todos los niveles: corporal, emocional, sensible, espiritual…, adecuadamente llamada “alumbramiento”, como plenificación para una mujer, pudiendo incluso llevar a otro nivel de conciencia. 
Cuando ésta se vive en el contexto de la fe, llega a ser una incomparable manifestación de la presencia de D**s en la vida de una mujer.  ¿Cómo una mujer durante los dolores, que han sido calificados usualmente como “imposibles de soportar por un varón”, no desea más que poder tener entre sus brazos a la criatura que ha alimentado con su cuerpo para besarla por el resto de su vida?  ¿Cómo un ser humano, con todas las limitaciones de su “filosófica inmanencia”, es capaz de sentirse tan anonadado por el misterio de la vida al apreciar la maravillosa criatura que habitó en sus propias entrañas?  ¿Cómo puede negarse que la gestación y el parto sean actos co-creadores, unión del ser humano y D**s?
El parto, puede ser experiencia mística, cuando se vive desde la fe.  Es el encuentro esencial con lo más profundo del ser personal a la vez que vincula con la plenitud de la trascendencia.  Es el abrirse absoluto, pudiendo llegar a ser la más grande participación de la vida y la creación.  ¿A qué más si no a esto es a lo que le llama contemplación y arrobamiento la tradición mística?
Desde el momento en que intuye su embarazo, a una mujer le cambia la forma de situarse en la vida. Difícilmente puede hacerse presente el don de la vida dentro del cuerpo de una mujer sin que el espíritu atento lo intuya.  Ella es capaz de desplegar totalmente su persona ofreciéndose para cuidar, animar, acompañar la vida por el resto de su propia existencia.  El embarazo es una experiencia maravillosa, un sentirse amada y amante plena y total todo el tiempo.  La amada y el amante no se pueden separar: son una sola y a la vez dos.  La vida que habita el vientre de la mujer y late por sí misma, es la experiencia más radical del actuar de D**s en la creación.
La grandiosidad de la manifestación de la Vida en cada madre es una inexplicable, inabarcable, innombrable experiencia de encuentro con D**s, siempre y cuando exista la libre aceptación por parte de cada mujer.  Basta recordar la anunciación lucana, en la cual el ángel Gabriel entabla un diálogo con María posibilitándole el discernimiento para responder a las preguntas del caso.  Lo contrario hubiera sido un atropello, una aberración, una humillación, una violencia inconmensurable, indigna de humanidad, no digamos de divinidad.  Si D**s respeta la libertad, la autonomía y dignidad de sus hijas, ¿qué es el hombre para no hacerlo? 
El amor, la entrega, el servicio dentro de la enseñanza cristiana bajo ninguna circunstancia se puede imponer.  Jamás se puede obligar a otra persona a llevar una carga que uno mismo no elegiría, menos aún amar.  No se puede obligar a nadie, por muy profunda justificación deontológica[ii] que le demos, a entregar toda su vida, su ser, al servicio de otra persona.  D**s no lo hizo con María.




[ii] Deontología: tratado de deberes.

martes, 18 de febrero de 2014

EN BÚSQUEDA DE NUEVAS VISIONES


         

  NUESTRAS REFLEXIONES



01-14


Lubia De León[i]

Un tiempo nuevo para repensar y renovar

Recién ha iniciado un año nuevo en donde se hacen propicios los análisis, las evaluaciones, las proyecciones, los propósitos y nuevas metas que alienten el horizonte. En este momento de respiro para retomar energías, esta reflexión se enfoca en la necesidad de atreverse a repensar los discursos acerca de los símbolos e imágenes sagradas que influyen en la vida y acción de muchas personas, especialmente de las mujeres, sobre todo desde su propio conocimiento.
Cabe resaltar, que el conocimiento de las mujeres apenas se está reconociendo ya que su participación tanto en la historia como en las ciencias había sido limitada, afectando así su propio desarrollo. Por mucho tiempo, la experiencia de las mujeres se invisibilizó y minimizó, excluyéndola de la sociedad donde han predominado los paradigmas de conocimiento masculino. Ivone Gebara en su libro “Intuiciones Ecofeministas” alude al desarrollo de un conocimiento más amplio, hasta ahora no explorado o reconocido socialmente, desde las experiencias de las mujeres que incluya el espacio sagrado. La autora afirma que las mujeres al repetir las verdades transmitidas en los sistemas socioreligiosos pero no como conocimientos propios pierden el sentido de los significados.[ii] Para muchas mujeres guatemaltecas nuestros conocimientos y sabidurías son de inmensa riqueza. No obstante, parecen estar empañadas por las experiencias negativas de dominación, violencia, pobreza, discriminación, poco desarrollo,…entre otros males. Basta con ver las malas noticias de todos los días en los diarios, donde aparecen los cuerpos de mujeres con el común denominador que sus victimarios han sido varones. Ante este panorama, pensar y hablar de esperanza en un año nuevo es sumamente difícil para las niñas, jóvenes, adultas y ancianas que vivimos en este país. Por otro lado, los símbolos religiosos y las imágenes de un dios liberador que represente esperanza para las mujeres aún están lejos de su percepción. Más bien, éstas provocan fuertes contradicciones en su dignidad e identidad.
Me permito hacer alusión a una experiencia personal en el vecindario donde vivo y que parece ser común en nuestra sociedad: A finales del año pasado, una joven desapareció, hallándose una semana después vilmente asesinada, hecho que desgarró a su familia y conmocionó profundamente a quienes le conocíamos. En el sepelio (como en tantos otros) se escuchaba diversas interpretaciones de las personas asistentes acerca del sentido de esta muerte. Dentro de los discursos religiosos también sobresalió la afirmación de que la muerte, cualquiera sea la forma, era voluntad divina. Dicha explicación aunque tenía como objeto el consuelo de la familia, llamó considerablemente mi resistencia. Al argumentar que la muerte violenta está implicada en la voluntad divina y en especial la de mujeres que en la mayoría de casos es ocasionada por los varones, es contradecir la misma voluntad divina, que llama a la vida plena a todos los seres humanos. Aceptar esta afirmación sería admitir la imagen de un dios sádico, al que se le atribuye el control total del bien y del mal sobre la vida de las personas. Además, creer en este dios no sólo lleva a evadir la responsabilidad personal y colectiva ante hechos punibles sino ante todo a deformar su propia imagen de amor y de justicia. La muerte de toda persona es parte del proceso humano pero cuando es provocada violentamente llama a afrontarla como un hecho criminal que reclama la justicia humana-social. Dicha justicia debiera estar contemplada como voluntad divina. Sólo desde esta perspectiva las mujeres podrían empezar a descubrir la imagen de un dios amoroso al que le importa su bienestar integral, el de sus cuerpos, en su historia y no sólo como almas para ser salvadas en un reino sobrenatural. La situación de violencia que viven las mujeres y los hombres del tiempo actual, aunada a las interpretaciones fundamentalistas y misóginas, favorece que la injusticia continúe prevaleciendo. Cuántos familiares, amigos, amigas, o simplemente ciudadanos o ciudadanas, no hacen o continúan los procesos de denuncias. Muchos y muchas, ante la impunidad y la impotencia, influenciadas por fundamentalismos religiosos, resuelven dejar a las y los victimarios, en manos de una justicia divina que llegará tarde o temprano, pero que aleja las posibilidades reales de precedentes que beneficiarían la aplicación de justicia. Ahora bien, ante la complejidad del problema que representa para las mujeres la justificación de la violencia desde símbolos sagrados, es saludable el permitirse analizar si los discursos teológicos y cristológicos acerca de la redención y la retribución dentro de la tradición cristiana favorecen la justicia hacia ellas. Nuevas visiones y posibilidades
La esperanza nace de nuevas visiones acerca de la realidad con proyección de las posibilidades reales hacia la construcción de un futuro realizable. Como lo indica Mary Judith Ress, “Sin visiones nos perdemos”, título de su libro inspirado en Proverbios 29,18, las mujeres necesitamos de nuevas visiones, nuevos símbolos que correspondan a la realidad, la propia experiencia y conocimiento[iii].
Los cambios estructurales sociales son necesarios como resultado de una nueva conciencia. No basta con tener buenos propósitos, pues es a través de la experiencia que se adquiere y se transmite el verdadero conocimiento que lleva a los cambios profundos. Para avanzar y evolucionar como humanidad será necesario deconstruir muchos de los conceptos que impiden el desarrollo del pensamiento teológico y una espiritualidad propia de las mujeres, que les provea de sentido e identidad, situándose en el aquí y en ahora, en conexión con esta bendita tierra que sostiene al género humano y a todos los seres. Desde visiones nuevas que alienten la renovación y permitan a las mujeres el empoderamiento de la palabra propia y de su autoridad podrán abrirse horizontes capaces de eliminar el gran azote de la dominación de unos seres sobre otros para su utilización y destrucción. Apuntar a una visión holística y a una espiritualidad que conjugue la justicia en la cotidianidad como parte sagrada, puede orientar hacia la transformación a través de acciones encaminadas al cuidado de la vida y el respeto de los seres humanos en relaciones de interdependencia y corresponsabilidad.


[i]  Licenciada en Ciencias Religiosas, M.A. en Teología Feminista, integrante del Núcleo Mujeres y Teología de Guatemala.
[ii] Ivone Gebara, Intuiciones Ecofeministas. Ensayo para repensar el conocimiento y la religión, (Montevideo: Doble Clic, 1998), p. 71.
[iii]  Mary Judith Ress, Sin Visiones nos perdemos: Reflexiones sobre teología ecofeminista Latinoamericana, Traducción Maruja González Torre, (Santiago de Chile: Colectivo Con-spirando, 2012), p.7.