NUESTRAS REFLEXIONES
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07-13
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De niña débil a mujer crítica
Felicita Pineda García[1]
En una reunión familiar
de una aldea de Santa Rosa, en la cual, como muchos lugares de nuestro país,
predomina el patriarcado, estaba doña Juana
reunida y platicando con sus siete hijos (cuatro mujeres y tres hombres)
sentados en una rueda. Les recomendaba:
“Mis hijas, hay que cuidar a los varones porque no saben la suerte que van a
correr, qué tipo de esposas les van a tocar. Ustedes, patojos, deben ir a la
escuela para aprender; las patojas no pueden ir porque hay muchos peligros en
el camino; además, me deben ayudar en las tareas de la casa. Cuando ellos
regresen de la escuela les tienen su comida caliente.”
Lourdes, a sus cortos 7 años, de visita en
el lugar, apreciaba la escena, escuchaba y no entendía por qué tanto en la casa
de doña Juana como en su casa, eran
las mujeres las encargadas de estos oficios, aparte de servir la comida, tener
preparada la ropa para los varones, la casa limpia y ordenada y muchas otras
tareas.
A su tierna edad, Lourdes había perdido a su madre en un accidente, por lo que las
responsabilidades también para ella fueron mayores: debía preparar la comida, tener limpia, la casa y la ropa de los tres hermanos. Cuando
tuvo 12 años e iniciaba en la escuela, usualmente no le quedaba tiempo para
hacer las tareas que le asignaban. Que estudiara no era prioridad para sus
hermanos. Tiempo después sus hermanos se trasladaron a la ciudad y
trabajaban para ayudar en la casa.
Cuando
se dieron cuenta de que la niña no tenía éxito en sus estudios, tomaron
la decisión de apoyarla, por lo que mejoró considerablemente en sus clases,
pues a partir de ese momento se dedicó a la escuela a tiempo completo; de una
niña callada pasó ser una buena alumna, que entre más avanzaba en los estudios
más destacaba, a tal grado que la niña tímida, apartada y callada, se convirtió
en una adolescente extrovertida, comunicativa y emprendedora, luchadora y sin
complejos.
Gradualmente, Lourdes fue despertando hasta desarrollarse como mujer libre, soñadora,
pensando en una sociedad en la cual cada mujer pueda ser valorada. Todo este
cambio se produjo a través de lecturas críticas y
en la experiencia de acompañamiento a algunas
mujeres. La historia de Lourdes hace visible que como indica Lucía Ramón: “La
asignación del espacio social a los hombres y el espacio doméstico a las
mujeres es una constante en la historia de Occidente”. Está ligada a la consideración secular de la
mujer como varón defectuoso. La diferencia femenina se convirtió ya desde los griegos
en justificación ontológica para la subordinación de la mujer al varón,
paradigma de lo humano, y para la exclusión de la mujer de la condición
ciudadana y su reclusión en la esfera doméstica su ámbito natural[2].
Actualmente, Lourdes comparte las actividades a favor de la equidad de género,
con una actitud crítica, en una labor de promoción para que otras mujeres
luchen por defender sus derechos y trabajen por mejorar su autoestima. Todo
este proceso ha llevado a la protagonista de la historia a entender que la
felicidad no depende de nada ni de nadie, más que de sí misma y la divina sabiduría de DIOS Padre y
Madre, y que de la niña débil que
observaba los patrones de dominación de los
varones sobre las mujeres, se convirtió
en la mujer adulta con alas muy grandes para volar siendo ella misma, con la determinación de no permitir que nadie la denigre.
[1] Mujer, esposa y madre de un hijo,
licenciada en pedagogía y ciencias de la educación, secretaria y miembro del
Núcleo Mujeres y Teología en Guatemala, catedrática del Instituto Nacional de Educación
Básica Atlántida.
[2]
Ramón Lucía, Queremos el pan y las rosas, ediciones Hoac, 2011, Madrid, España, página 146.