miércoles, 15 de mayo de 2013

SACERDOTISA DE TI MISMA


Silke Apel, miembro del núcleo de mujeres y teología

Con Jesús de Nazareth se inaugura una nueva era, un nuevo tiempo, en el cual se manifiesta la absoluta bondad de la divinidad.  En él, la Divina Sabiduría adquiere el rostro humano del hermano, de quien acompaña, acoge y libera de cargas impuestas por otros.  De ahí que el culto al templo y la mediación de personas especializadas para vincularnos con la divinidad dejan de tener sentido.  Los mediadores de lo sagrado quedan sin oficio,  porque Jesús recuerda que la sacralidad habita a todo ser humano, indistintamente de su condición social, sexo, raza u opción de vida.
Sin embargo, como dice Antonio Machado: caminante, no hay camino, se hace camino al andar.  El camino al misterio, a lo sagrado, nadie te lo puede indicar.  Sólo tú tienes la llave del sentido de tu vida.  Sólo tú tienes acceso al manantial divino que brota de lo más íntimo de tu ser, en donde habita el silencio, en donde te puedes encontrar contigo misma; donde confluyen tu pasado, tu presente, tu futuro.
Descubrir lo sagrado que habita en ti, te lleva a encontrar la vida plena que ofrece Jesús.  Ese es el agua viva del cual puedes beber y puedes ofrecer a quienes te rodean (cf. Jn 4,14).  Está en tus manos la luz que ilumina las profundas zonas de tu interior para que puedas descubrir la razón de que se haya visto disminuida tu conciencia de divinidad: la imagen de Dios en ti (cf. Gn 1,27). 
Resulta que tu miedo más grande no es por tu limitación o incapacidad, sino que temes brillar con tu propia luz y ser absolutamente poderosa, dueña de tu propia vida.  Es tu luz, no tu sombra, lo que te aterra, porque nos han enseñado a ocultarla.  Tomar el papel de víctima o pequeña no le sirve al mundo.  Callar, no anuncia; el inmovilismo no genera; la esterilidad no da a luz.
Viviendo desde tu manantial puedes llegar a sanar tu propia vida.  Las enfermedades y padecimientos están vinculados de una u otra manera con la negación de tu ser, de tu pasado, de tus potencialidades o con las sombras que buscan ser iluminadas por tu conciencia sagrada. La salud solamente puede brotar de ti misma (de donde ha brotado también el padecer), de tu habilitación como santa e inmaculada en el Señor (cf. Ef 1,4), siendo coherente con tu interior.
Sólo hay verdadera conversión cuando descubres el misterio que te habita, cuando asumes tu condición divina.  Amando, descubres la Presencia Divina en ti y te vinculas con ella.  Cuando dejas de responder a las expectativas de otros, dejas de fingir,  dejas de seguir caminos de otros, para encaminarte en la búsqueda del sentido de tu propia existencia; entonces serás capaz de asumir el sacerdocio constituido por Jesucristo y asumirás responsablemente tu condición de hija de Dios y hermana de la creación. 
Más allá de transmitirse o infundirse, el sacerdocio nace de lo más profundo de la conciencia humana.  Cuando se le deja brotar y se tiene el valor, como Jesús, de hablar con la propia voz desde aquello que nos habita, que ve más allá de lo obvio, escucha lo que otros no escuchan, porque se han abierto los ojos y los oídos de la interioridad.  Sólo desde lo más profundo del  ser, se puede proclamar la Sabiduría Divina iluminando a quienes nos rodean.  El sacerdocio sagrado de la Divinidad busca ser anunciado y compartido con quienes aún no han encontrado el camino.
Este trabajo nadie lo puede hacer por ti.  Nadie puede ni debe tomar decisiones por ti porque nadie asume ni vive las consecuencias de ellas. Atrévete a dejarte iluminar por la sabiduría de quienes comparten tu camino: maestras, sanadoras, abuelas, tías, hermanas y encamínate.   
Cuando ya no te importen los cánones, cuando por ti misma puedas distinguir la verdad de la mentira; cuando ya no le temas a la opinión de los demás y distingas desde tu interior el bien del mal, entonces habrás entrado en consonancia con tu ser divino.  No temas, a Jesús le llamaron loco, hereje y lo crucificaron. 
Hoy ya no te clavan en una cruz, pero pueden acabar contigo, callar tu alma, tu conciencia, la verdad que te habita. Sin embargo, la verdad y la autenticidad de lo divino no muere nunca, la luz que brilla trasciende los umbrales de los límites humanos y brillará por siempre, porque es sagrada.
Esa es la verdad que te hará realmente libre y sacerdotisa de ti misma.
Silke Apel
Profesora de teología y 
miembro del Núcleo Mujeres y Teología

viernes, 3 de mayo de 2013

¿Quién preparó las manzanillas? Una reflexión sobre los acuerdos familiares del quehacer cotidiano



Lilian Vega Ortiz

Inicio con la siguiente anécdota, para situar uno de los conflictos que genera la falta de comunicación en el marco de una sociedad de desiguales:   
 Al despedir a unos amigos, Luis les expresó:
 Vengan a la casa el próximo domingo a comer unas manzanillas, que les vamos a hacer”.
Al otro día, él cortó las manzanillas, las dejó en una mesa y nada más. Dina, la esposa, dedujo que debía seguir el proceso, así que las coció y cuando estaban ya frías, les dijo a Tere (su hija) y a él: -- Después de la cena será bueno que los tres pelemos las manzanillas…
Luego de la cena, el se levantó. Se cruzaron miradas madre e hija y se dieron a la tarea de empezar, a pelar “las mencionadas frutillas”.  A la hora y media transcurrida, ya se sentían cansadas, y más porque miraban que las manzanillas por pelar aún no desaparecían, “era la de  nunca acabar”. La hija había estado en exámenes finales, tenía unas grandes ojeras,
Dina consideró eso y le dijo que fuera a acostarse, que ella terminaría la tarea. Pero antes de retirarse a descansar Tere exclamó: -- ¡Mami, creo que esto ya cae en lo enfermizo! Sabemos que esto es un desgaste, y lo seguimos haciendo… ¿Hay otra forma de hacer esto, sin que sea tan tedioso? Dina terminó de pelar la “ollada” de manzanillas, la verdad, era casi la una de la madrugada”.
Lo comentado por Tere en esta anécdota, nos lleva a reflexionar sobre muchas situaciones en donde se involucra a la mujer, dentro del hogar, haciendo tareas que ella no se había planteado, las cuales se dan porque “es ella quien supuestamente las tiene que realizar”. Y también cuando se escucha: “solo ellas lo pueden hacer”, pareciera que no hubiese alternativa. Con lo anterior cuidemos de las alabanzas que han esclavizado, las expresiones sexistas, las que han sustentado los roles “para hombres” y “para mujeres”, de forma radical, por esto, las labores impuestas desde la familia y sociedad.
A pesar de haber iniciado sobre el proceso en la consigna por la participación incluyente dentro del hogar, en donde no haya víctimas ni victimarias, muchas veces caemos en ser parte del sistema de opresión, de lo patriarcal. Por ello, es necesario hablar, transmitir a la familia esa incomodidad, “quejarnos” en lo cotidiano sobre los efectos de las acciones de las inequidades. Así, dejar abierto el momento justo para que nos recuerden que no somos coherentes de las acciones con nuestro pensamiento, y que, es necesario intervenir de inmediato, para hacer un alto e involucrar a toda la familia; para plantear y pactar acuerdos para el bien común.
No resulta fácil, y es que muchas veces entramos en conflicto, al iniciar procesos de cambio ante lo socio-cultural establecido, desde lo patriarcal de nuestra historia familiar, y lo otro, la vida moderna con sus desafíos y perspectivas, con diversidad de situaciones, las cuales debemos tamizar para que verdaderamente se establezcan como fructíferas,  por una convivencia con igualdad de oportunidades, dentro de nuestras diferencias.
Aprender de la experiencia, desde nuestros errores es parte de la deconstrucción, desaprender lo que no construye. La consigna será  enmendar y transformar, realmente deconstruir.
Creo que es pertinente detenernos y analizar sobre las actividades y sus implicaciones, desde cada fruta pelada, en cada labor realizada, cualquiera sea esta donde hay esfuerzo, tiempo y dedicación, y desgaste muchas veces, para detenernos y ubicarlas; si estas se realizan por decisión propia, por imposición o por mutuo acuerdo.
Sirva esto para el análisis y reflexión, desde lo individual y grupal, sobre los roles establecidos, que siendo inflexibles muchas veces propician signos de violencia dentro de la familia, así como en otros ámbitos sociales.
También es preciso considerar la tradición y la razón, partiendo del respeto y la preservación de la vida; para buscar respuestas justas desde nuestros pequeños núcleos, con quienes integramos la sociedad, en donde encontremos y compartamos en mutualidad, otras opciones: nuevas estrategias para hacer inclusiva la vida digna, para promocionarnos hacia una vida de mejor calidad. (Juan 10:10) 
Con sororidad,

Lilian Vega *

* Lilian Haydee Vega Ortiz es facilitadora del Programa Pastoral de la Mujer en CEDEPCA, estudiante de teología.
Correo electrónico: lilianvegao@yahoo.com